LA CASTIDAD I
1.° La virtud blanca. — Es la
virtud de la belleza..., de la blancura del alma. — Todas las virtudes son
ornamento riquísimo del alma..., pero ninguna la adorna con tanta gracia y
hermosura como ésta... «¡Oh, qué hermosa, dice el Espíritu Santo, es la
generación casta y pura, llena toda ella de claridad...; qué apreciada es
delante de Dios y de los hombres!»
Flores muy bellas de aroma
encantador son las demás virtudes..., pero la castidad es la azucena de las
mismas..., el lirio que recrea y enamora al mismo Dios. — Así lo canta la
Iglesia en sus himnos, cuando dice que «Dios anda siempre entre lirios»... —
También ha reservado una bienaventuranza especial para ella:
«Bienaventurados los limpios de corazón»... Y es que aunque todo pecado...,
toda falta, es una mancha del alma..., parece que ninguna la mancha como la
impureza...; ésta es, el pecado feo..., sucio..., vergonzoso, más que ninguno
otro pecado. — Es el más aborrecido de Dios..., el que más ofende los ojos
purísimos e inmaculados de nuestra Madre.
Para él reservó Dios sus mayores
castigos, aún aquí en la tierra: diluvios de agua y de fuego, no dudó en enviar
al mundo para purificarle de este vicio repugnante y abominable. — He ahí por
qué el demonio, en su afán de vengarse de Dios, es el pecado que más procura
que cometan las almas... y es, sin duda, el que más almas lleva al infierno.
La castidad es la virtud más
delicada...; cualquier hálito de carne la empaña y marchita.
Es cierto que no se pierde esta
virtud solo por sentir la tentación..., aunque sea ésta muy fuerte..., muy
repugnante..., muy pesada. — Muchísimos santos, a pesar de su santidad, pasaron
por la humillación de sentir estas tentaciones y no dejaron, por eso, de ser
grandes santos... Se peca y se pierde la castidad, cuando se consiente libre y
voluntariamente en cualquier cosa, por pequeña que sea... y aunque sea por poco
tiempo. — Fíjate bien, aunque te parezca poca cosa...; si es impura, ya es
pecado..., pues no existe, en este punto, la llamada «parvedad de materia» o
materia leve... ¡Qué delicadísima es!... Todo cuidado y mimo es muy poco
siempre...; nunca creas que en esto puedes pecar por exageración... Las almas
más puras, como la de un San Luis Gonzaga, fueron las más exageradas en esta
materia... ¿Cuál sería, pues, la delicadeza exageradísima de tu Madre querida,
si tanto fue lo que Ella amó a esta flor bellísima?...
2.° La virtud clara. — Es la
virtud de la luz... El alma casta, está envuelta en la claridad de la luz
divina... Por eso, «los limpios de corazón son los únicos que ven y verán a
Dios»... Luz para el entendimiento..., luz para el alma y el corazón... Los
pensamientos puros son diáfanos..., claros más que la luz... Los amores puros,
son los amores sinceros y verdaderos..., los únicos que merecen este nombre...,
nunca se rebaja tanto el amor como cuando se asienta en la impureza... Eso ya
no es amor..., es una pasión baja, llena de egoísmos groseros y de
concupiscencias animales.
Es luz para nuestro
entendimiento, puesto que la impureza es ceguera y oscuridad de espíritu, que
priva al hombre del conocimiento:
a) De sí mismo..., esto es, de su
dignidad..., de lo que es..., de lo que debe de ser..., de lo que se debe a sí
mismo... Si al cometer el pecado se acordara el hombre de lo que es y de lo que
va a ser después, no lo cometería. — San Pablo le llama (hombre animal», esto
es, hombre carnal, incapaz de percibir las cosas de Dios. — San Bernardo dice,
que en los demás pecados, por ejemplo, de avaricia..., de soberbia, etc., peca el hombre..., pero en este pecado, peca el animal..., porque esa pasión es
tan baja y rastrera, que le pone al nivel de las bestias. ¡Qué ceguera de sí
mismo!
b) Pero también priva al hombre
del conocimiento del pecado que comete..., pues se le conoce cuando no se ha
cometido...; entonces es cuando se tiene miedo..., asco..., repugnancia a este
pecado. — Pero cuando se le comete, este conocimiento se debilita..., se pierde
el miedo y la vergüenza y se llega al escándalo..., al endurecimiento del
corazón..., al cinismo desvergonzado.
e) En fin, priva al hombre del
conocimiento de Dios. — La impiedad y la incredulidad y la misma apostasía, son
casi siempre efectos de la impureza. — La idea de Dios, es algo que turba el
placer del hombre carnal y para mejor entregarse a su pecado, reniega de Dios y
se aparta de El... Esto hizo Salomón..., Lutero... y tantos otros.
3.° La virtud noble. — Toda
nuestra nobleza y dignidad depende de nuestra parte espiritual..., pero ésta es
la que cae vencida por la carne…, por la materia en todo pecado carnal. — Hay en
nosotros una continua lucha entre el espíritu y la carne...; el primero aspira
a subir hacia arriba..., hacia Dios, que es su modelo, ya que el alma es imagen
suya...; la carne tiende a bajar..., a arrastrarse por el lodo y la tierra de
donde brotó... He aquí la lucha constante que se sostiene en nuestro interior.
— Si el espíritu sube, ha de ser triunfando de la carne...; ésta es la virtud
de la pureza... Si se deja arrastrar por aquélla y es vencido por la carne,
tenemos el pecado impuro.
De suerte que la pureza es el
resultado de una victoria... y la impureza de una vergonzosa derrota. — Por eso
es la virtud noble..., digna..., valiente..., propia también de los
valientes...; es la virtud por excelencia viril..., enérgica..., que no admite
la más pequeña claudicación o transigencia.
4.° La virtud de María. — Es,
ciertamente, la más querida..., más buscada..., mejor custodiada por la
Santísima Virgen. — María es toda blancura, sin mancha posible, pero menos aún
mancha carnal... Concebida blanca, persevera en su blancura inmaculada hasta el
fin de su vida. — María es la Reina de la luz..., que no tiene menguantes, como
la luna..., ni ocasos, como el sol..., sino siempre luz..., toda luz, sin
mezcla de sombra de ninguna clase.
Todas las almas, aún las más
santas tuvieron alguna mancha..., alguna sombra... María es el único espejo
purísimo de la luz indeficiente y eterna de Dios... ¿Cuál sería el conocimiento
que tendría con esa luz, de Sí misma..., del pecado..., de Dios?... ¿Qué
extraño que tanto ame a la pureza, si es la virtud de la claridad y de la luz?...
¿No ves cómo el impuro gusta de la oscuridad y de las tinieblas?... Ese es su
ambiente...: oscuridad de infierno.
Por último, contempla a María
acrisolando su pureza, no con luchas ni pruebas..., pues Dios no quiso que
sintiera el aguijón de la concupiscencia..., pero trabajando..., vigilando...,
orando..., mortificándose como si la sintiera y como si tuviera miedo de perder
su virtud... ¡Qué energía tan simpática la suya para guardar y conservar
aquella joya inmaculada!... ¿Por qué no eres tú así?
LA CASTIDAD II
1.° La flor virginal. — Todo lo
dicho de la blancura..., de la claridad y brillo... y de la nobleza y dignidad
de la castidad, se ha de decir, sobre todo de la castidad virginal..., que es
el grado más perfecto y más excelso a donde puede llegar esta virtud...; es el
grado máximo que eligió la Santísima Virgen para su castidad. — Tanto más
meritoria aparece la virginidad, cuanto es más libre y voluntaria en el hombre.
La castidad es obligatoria en
todos los estados de vida que elijamos... Hemos de ser castos necesariamente en
pensamientos..., deseos..., palabras y acciones...; a esto se reduce el fiel y
exacto cumplimiento del sexto precepto de la ley de Dios. — Pero la virginidad
es una virtud voluntaria..., a nadie obliga..., sino que libre y
espontáneamente la abraza el que quiere.
Gracia muy grande de Dios es
ésta, que supone una luz especial para que con ella se conozca la hermosura...,
la belleza divina de la virginidad y así conociéndola no se pueda menos de
enamorar de ella... y recibirla, no como una carga pesada, sino como un don
excelentísimo que Dios concede... ¡Dichosas las almas que han recibido esta
luz! — Si el mundo todo la recibiera... y conociera lo que encierra la
virginidad, no habría nadie que la desechara. — Es, por tanto, el tesoro
escondido del Evangelio, que el que lo encuentra, da todo lo que tiene por
comprar su posesión y por no perderlo nunca.
San Pablo dice «que no tiene
recibido de Dios mandato para imponer la virginidad, pero que la aconseja como
el estado mejor»... Y da la razón. «El que no tiene mujer, dice, únicamente le
preocupan las cosas de Dios y cómo ha de agradarle...; al contrario, el que se
casa, ha de afanarse por las cosas de la tierra y se halla como dividido su
corazón»... «Del mismo modo, sigue diciendo, la mujer que quiere ser virgen,
sólo piensa en Dios para ser santa en cuerpo y alma..., más la casada, piensa
en las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a su marido...; todo esto os lo
digo para vuestro provecho..., no para echaros un lazo y engañaros, sino para
exhortaros a lo más laudable y hermoso y a lo que da más facilidades para
servir a Dios sin embarazo alguno.»
Y después de repetir estas ideas
de diversas maneras, corno para sellarlas con toda la autoridad, termina
diciendo: «Y estoy cierto que todo esto que digo, me lo inspira el Espíritu de
Dios.» — Y así es, sólo Dios puede inspirar y dar a conocer la belleza
incomparable de la virginidad...
2.° La flor angélica. — Virtud y
flor angélica se llama a la castidad, pero singularmente estas palabras
convienen a la virginidad..., porque esta virtud hace al alma virgen, semejante
a los ángeles, ya que de tal modo dignifica y ennoblece al que la posee, que
transforma..., eleva y espiritualiza su carne de tal manera, que la hace vivir
como si su alma no estuviera encerrada en el cuerpo grosero y material..., como
si fuera espíritu puro, cual los ángeles.
Muchos Santos Padres comparan a
las almas vírgenes con los ángeles, y prefieren a aquéllas, antes que a éstos.
— San Ambrosio, dice: «Los ángeles viven sin carne..., las almas vírgenes
triunfan de la carne.» — San Pedro Crisólogo, añade: «Es más hermoso conquistar
la gloria angélica, que recibirla por naturaleza...; la virginidad conquista en
la lucha, y después de muchos esfuerzos, lo que los ángeles de Dios han
recibido naturalmente.»
San Bernardo, exclama: «El alma
virgen y el ángel, sólo se diferencian en que la virginidad del ángel es más
dichosa, pero la del alma virgen es más valerosa y meritoria...» En fin, San
Jerónimo escribe: «Apenas entró el Hijo de Dios en la tierra, se constituyó una
nueva familia, nunca vista ni conocida hasta entonces: la familia de las
vírgenes, para que Él, que en el Cielo era adorado por ángeles, lo fuera
también por estos otros ángeles en la tierra...»
He aquí por qué esta virtud hace
al hombre tan amable y querido para los ángeles...; porque los ángeles, como
todos los seres, aman a sus semejantes... y así no pueden menos de amar a los
que tienen esa carne angelizada, y que viven como ángeles en la misma naturaleza
corpórea y material. — Por esta misma razón, la belleza de esta flor es perenne
y eterna..., como es la de los ángeles..., pues no fundándose en razones
canales y materiales que son corruptibles..., carece de principio de
corrupción...; y así, cuando todo en la tierra se deshace y se desmorona... y
se deteriora con el tiempo, que todo lo consume..., la carne virginal, aunque
parezca que con la muerte también se deshace y corrompe, pero conserva como
germen la incorrupción moral y física... y un como derecho a la inmortalidad. —
Esta es la hermosísima y purísima generación de las almas vírgenes… Parece que
es como una nueva generación, distinta de las demás, que conserva dichosamente,
en el mundo, el recuerdo de aquel estado de inocencia y pureza, en que fue
creado el hombre por Dios, en el Paraíso.
3.° La flor de María. — Ésta es,
por antonomasia, la flor predilecta de nuestra querida Madre…, de tal suerte,
que esa virtud es la que la denomina con el nombre de la Virgen. — Fíjate bien
en ese nombre y la fuerza que tiene al llamar así a María… No la llamamos «la
humilde..., ni la obediente»…, etcétera, aunque fue todo eso y modelo
acabadísimo de todas las virtudes...; en cambio, se la dice la «Virgen» y
parece que ya está dicho todo con llamarla de esa manera.
Por de pronto, Ella no quiere
otro título mejor que ése... y hubiera dejado el grandioso de Madre de Dios si
fuera incompatible con el de su virginidad. — Ni en las tiendas de los
Patriarcas, ni en el seno del pueblo de Dios, se conocía esta virtud... La
esperanza de engendrar al Mesías, apartaba a todas las hijas de Israel de
apreciar la virginidad... María no encuentra ni un solo modelo de este género
en los libros santos, y es que Dios quería que el modelo fuera Ella... y así,
con su abnegación sublime, renuncia a la posibilidad de ser Madre de Dios, con
tal de seguir la inspiración divina que la inclina a la vida virginal. — Es
decir, que en cierto modo renuncia a Dios mismo, para ser más agradable a
Dios... ¡Qué extraño que ante este sublime ejemplo, miles de almas hayan
querido formar en este ejército blanco, en el que María tremola la bandera
purísima de la virginidad! — Sólo estas almas virginales son y serán eternamente
las hermosas azucenas que, sin doblar su tallo, y siempre mirando al Cielo,
enamoran a Dios... y le obligan a comunicarse con ellas de un modo más
íntimo..., más amoroso..., más divino.
No es posible amar a María sin
inundarse el corazón en los resplandores y aromas de su castísima y purísima
virginidad. — Es Ella el principio de la virginidad... La mirada de María...,
el trato y conversación con María, engendra virginidad..., la respira por
doquier..., la derrama por todas partes..., como el lirio su fragancia... ¿Por
qué no poner tú en la virginidad tu ideal? — Efectivamente, es un gran
ideal..., magnífico ideal..., el ideal de María..., el ideal de Dios... Pues
bien, el ideal vale más que la vida. — Todo debes sacrificarlo ante él..., todo
dirigirlo y encaminarlo para sostener..., conservar..., defender ese ideal tan
grande, que llevas en vaso de barro y que se puede quebrar...
LA CASTIDAD III
I.° El lirio entre espinas. — Así se llama
esta virtud, y con razón, pues sólo entre las espinas de la mortificación, que
la guardan y la defienden puede crecer y desarrollarse. — No olvides que hemos
dicho que es una flor delicadísima y muy mimosa...; cualquier cosita la puede
marchitar…, que hay enemigos en todas partes dispuestos a presentar batalla,
para hacernos caer...; que donde menos quizá lo pensamos, allí nos acecha el
ladrón dispuesto a arrebatarnos esa joya, en cuanto pueda y aprovechar
cualquier descuido...; en fin que el cofre que la guarda es de barro quebradizo
y un golpe sólo puede saltarle y romperle.
Por eso, la castidad requiere un
sacrificio constante..., en muchos casos equivaldrá a un verdadero martirio por
lo duro..., por lo constante del sacrificio. — San Ignacio mártir, dice: «Que
se debe apreciar y estimar a las almas vírgenes como a verdaderos sacerdotes de
Cristo, que en su corazón y en su cuerpo, ofrecen sin cesar verdaderos
holocaustos al Señor.» — Sólo Cristo podía hacer esta maravilla...; que la
debilidad humana obtuviera este glorioso triunfo del espíritu sobre la carne.
Sólo Él lo ha hecho... Gloria suya es la castidad..., la pureza..., la
virginidad. — Fuera de Cristo..., fuera de la Iglesia, no se da esta flor. —
Por eso, llegó a decir San Atanasio, que era «la virginidad una nota
característica de la Iglesia verdadera»..., pues en ella y exclusivamente en
ella se da este heroísmo.
Mas por eso mismo que es un
heroísmo..., un sacrificio constante..., un holocausto total y perfecto de
nuestro cuerpo y de nuestra alma al Señor, por eso requiere valor...,
cuidado..., vigilancia..., en fin, la práctica y ejecución de los medios
indispensables para triunfar en esta lucha. — También la Santísima Virgen es un
modelo en esto... Ni un solo descuido, como ya se ha indicado; se portó siempre
en la guarda de esta virtud como si tuviera miedo.... como si hubiera estado
rodeada de grandes tentaciones y de ocasiones peligrosas..., y es que ama tanto
a esta virtud, que nunca creyó hacía bastante para conservar la blancura del
lirio de la castidad. — Mira, pues, a tu Madre...; recorre estos medios
indispensables y medítalos despacito uno por uno.
2.° Medios negativos. — Son los
que más bien podemos llamar preventivos... — ¡Cuánto mejor es prevenir que
curar! — Pero, sobre todo, ¡cuánta verdad es esto en materia de castidad! — Hay
caídas tan mortales, que parecen irremediables sin una gracia muy grande de
Dios... y que después exigen una muy difícil reparación:
a) Lo primero, pues, es huir...,
evitar las ocasiones...; esta fuga no es vergonzosa..., no es de cobardes, sino
de prudentes y avisados. — Imprudencia y locura es acercarse al fuego y no
quererse quemar...; necedad inexplicable sería pasar junto a un león dormido y
despertarle... ¿Quién sabe lo que pasaría después? — El Espíritu y Santo lo
advierte con toda claridad: «Amar el peligro es perecer en él»... San Jerónimo,
exclama: «¿Quién jamás durmió tranquilo junto a una víbora?»... Acuérdate de
que no es la salud, sino la enfermedad la que se contagia... Por tanto, hay que
huir del contagio..., hay que desconfiar de todo, muy prudentemente...
b) No transigir con nada que se
relacione con esta materia... No andes bordeando el precipicio, ni viendo hasta
dónde puedes llegar y hasta dónde no..., que es materia resbaladiza y es muy
difícil, puesto ya en el resbaladero, detenerse y decir: «de aquí no paso». —
Todas las grandes caídas vinieron por pequeños resbalones..., por descuidos
insignificantes. — Hasta los paganos antiguos decían: principiis obsta... Da
mucha importancia a los comienzos..., no transijas con un principio aunque parezca
pequeño, de enfermedad...
c) Puede figurar entre estos
medios negativos, la mortificación y penitencia, pues su fin no es tanto
castigar y reparar el daño cometido, como el de prevenirlo, quitando fuerzas a
la carne y a los sentidos y así hacer que la tentación no encuentre terreno
apto para su desarrollo... San Carlos Borromeo, dice: «Sin la guarda de los
sentidos y las maceraciones corporales, nadie logrará el don de la castidad.» —
Todos los santos obraron como San Pablo, castigando su cuerpo duramente y
sometiendo, como San Jerónimo, a fuerza de ayunos, su carne para que no se
rebelara. — La mejor garantía y seguridad de la castidad, es la
mortificación... Como alguien ha dicho, es amarga como la quinina, pero
fortalece y tonifica como ella. — Mortificar es matar, pero no los principios
vitales que nos sostienen, sino los gérmenes de enfermedad y de muerte. Ama la
mortificación, que es madre de pureza
3.° Medios positivos. — a) La
oración es, sin duda, el primero y más principal... Por eso Cristo tanto
insistió en ella para que no cayéramos en tentación. — La oración nos pone en
contacto con Dios, todo pureza...; nos acerca a las cosas del Cielo y nos
aparta de la tierra... Además, nos alcanza de Dios los auxilios necesarios para
combatir y para triunfar. — La oración es necesaria para todo..., para toda
clase de virtudes..., para impetrar todo género de gracias, pero mucho más
indispensable lo es para esta virtud. — Dice Cristo en el Evangelio: «Hay
algunos géneros de tentaciones que sólo con la oración y el ayuno se pueden
vencer.»...
b) Los Santos Sacramentos..., la
Penitencia para lavarnos y purificarnos..., blanquearnos..., es el Sacramento
de la limpieza..., de la pureza. — Pero aún más, si a ésta se le añade la
Comunión... Comunión, esto es, unión común, en una misma vida con Cristo...
¡Qué extraño que la Comunión sea fuente de castidad y de virginidad! — El Inmaculado..., el Hijo de la Inmaculada..., el que se apacienta entre lirios y
azucenas..., el Esposo de las almas vírgenes, hecho pan blanco para engendrar
blancura de virginidad. — Es imposible comulgar bien, y no ser puro...,
casto..., virgen...
c) Ejercitarse en otras virtudes,
como la humildad, tan unida a la castidad, que, según San Francisco de Sales,
«no es fácil ser casto sin ser humilde», y según otros santos dicen, que «Dios
a veces castiga al soberbio, dejándole caer en la humillante impureza»...
Asimismo, es muy importante la laboriosidad, pues en el campo de la ociosidad
es donde mejor se da la impureza.
d) Por último, la devoción verdadera a la Santísima Virgen..., pero devoción de imitación... Mira cómo apreciaba Ella su pureza..., cómo la cuidaba con la vida retirada y silenciosa, sin aparecer en público más que cuando la caridad o el servicio de Dios lo exigían así...; cómo la conservaba con su vida de laboriosidad, evitando toda ociosidad y sustentándose con el trabajo de sus manos..., con la mortificación de sus sentidos, de su lengua, de sus ojos, de sus oídos, recogiéndolos con el más esmerado recato y la más pudorosa modestia..., con su oración continua, de suerte que jamás perdió la presencia de Dios... ni dejó de sumergirse y anegarse un momento en la fuente divina de pureza. — Mírala..., examínala muy despacio hasta saber de memoria todo lo que hacía por su pureza virginal — Invócala..., llamándola con frecuencia..., especialmente en las ocasiones..., en los peligros..., acude a Ella instintivamente y dile, con el corazón, mil veces: «Mírame con compasión..., ¡¡no me dejes, Madre mía!!»