domingo, 19 de noviembre de 2023

La Castidad - R.P. Ildefonso Rodríguez Villar

 



LA CASTIDAD I

1.° La virtud blanca. — Es la virtud de la belleza..., de la blancura del alma. — Todas las virtudes son ornamento riquísimo del alma..., pero ninguna la adorna con tanta gracia y hermosura como ésta... «¡Oh, qué hermosa, dice el Espíritu Santo, es la generación casta y pura, llena toda ella de claridad...; qué apreciada es delante de Dios y de los hombres!»

Flores muy bellas de aroma encantador son las demás virtudes..., pero la castidad es la azucena de las mismas..., el lirio que recrea y enamora al mismo Dios. — Así lo canta la Iglesia en sus himnos, cuando dice que «Dios anda siempre entre lirios»... — También ha reservado una bienaventuranza especial para ella: «Bienaventurados los limpios de corazón»... Y es que aunque todo pecado..., toda falta, es una mancha del alma..., parece que ninguna la mancha como la impureza...; ésta es, el pecado feo..., sucio..., vergonzoso, más que ninguno otro pecado. — Es el más aborrecido de Dios..., el que más ofende los ojos purísimos e inmaculados de nuestra Madre.

Para él reservó Dios sus mayores castigos, aún aquí en la tierra: diluvios de agua y de fuego, no dudó en enviar al mundo para purificarle de este vicio repugnante y abominable. — He ahí por qué el demonio, en su afán de vengarse de Dios, es el pecado que más procura que cometan las almas... y es, sin duda, el que más almas lleva al infierno.

La castidad es la virtud más delicada...; cualquier hálito de carne la empaña y marchita.

Es cierto que no se pierde esta virtud solo por sentir la tentación..., aunque sea ésta muy fuerte..., muy repugnante..., muy pesada. — Muchísimos santos, a pesar de su santidad, pasaron por la humillación de sentir estas tentaciones y no dejaron, por eso, de ser grandes santos... Se peca y se pierde la castidad, cuando se consiente libre y voluntariamente en cualquier cosa, por pequeña que sea... y aunque sea por poco tiempo. — Fíjate bien, aunque te parezca poca cosa...; si es impura, ya es pecado..., pues no existe, en este punto, la llamada «parvedad de materia» o materia leve... ¡Qué delicadísima es!... Todo cuidado y mimo es muy poco siempre...; nunca creas que en esto puedes pecar por exageración... Las almas más puras, como la de un San Luis Gonzaga, fueron las más exageradas en esta materia... ¿Cuál sería, pues, la delicadeza exageradísima de tu Madre querida, si tanto fue lo que Ella amó a esta flor bellísima?...

2.° La virtud clara. — Es la virtud de la luz... El alma casta, está envuelta en la claridad de la luz divina... Por eso, «los limpios de corazón son los únicos que ven y verán a Dios»... Luz para el entendimiento..., luz para el alma y el corazón... Los pensamientos puros son diáfanos..., claros más que la luz... Los amores puros, son los amores sinceros y verdaderos..., los únicos que merecen este nombre..., nunca se rebaja tanto el amor como cuando se asienta en la impureza... Eso ya no es amor..., es una pasión baja, llena de egoísmos groseros y de concupiscencias animales.

Es luz para nuestro entendimiento, puesto que la impureza es ceguera y oscuridad de espíritu, que priva al hombre del conocimiento:

a) De sí mismo..., esto es, de su dignidad..., de lo que es..., de lo que debe de ser..., de lo que se debe a sí mismo... Si al cometer el pecado se acordara el hombre de lo que es y de lo que va a ser después, no lo cometería. — San Pablo le llama (hombre animal», esto es, hombre carnal, incapaz de percibir las cosas de Dios. — San Bernardo dice, que en los demás pecados, por ejemplo, de avaricia..., de soberbia, etc., peca el hombre..., pero en este pecado, peca el animal..., porque esa pasión es tan baja y rastrera, que le pone al nivel de las bestias. ¡Qué ceguera de sí mismo!

b) Pero también priva al hombre del conocimiento del pecado que comete..., pues se le conoce cuando no se ha cometido...; entonces es cuando se tiene miedo..., asco..., repugnancia a este pecado. — Pero cuando se le comete, este conocimiento se debilita..., se pierde el miedo y la vergüenza y se llega al escándalo..., al endurecimiento del corazón..., al cinismo desvergonzado.

e) En fin, priva al hombre del conocimiento de Dios. — La impiedad y la incredulidad y la misma apostasía, son casi siempre efectos de la impureza. — La idea de Dios, es algo que turba el placer del hombre carnal y para mejor entregarse a su pecado, reniega de Dios y se aparta de El... Esto hizo Salomón..., Lutero... y tantos otros.

3.° La virtud noble. — Toda nuestra nobleza y dignidad depende de nuestra parte espiritual..., pero ésta es la que cae vencida por la carne…, por la materia en todo pecado carnal. — Hay en nosotros una continua lucha entre el espíritu y la carne...; el primero aspira a subir hacia arriba..., hacia Dios, que es su modelo, ya que el alma es imagen suya...; la carne tiende a bajar..., a arrastrarse por el lodo y la tierra de donde brotó... He aquí la lucha constante que se sostiene en nuestro interior. — Si el espíritu sube, ha de ser triunfando de la carne...; ésta es la virtud de la pureza... Si se deja arrastrar por aquélla y es vencido por la carne, tenemos el pecado impuro.

De suerte que la pureza es el resultado de una victoria... y la impureza de una vergonzosa derrota. — Por eso es la virtud noble..., digna..., valiente..., propia también de los valientes...; es la virtud por excelencia viril..., enérgica..., que no admite la más pequeña claudicación o transigencia.

4.° La virtud de María. — Es, ciertamente, la más querida..., más buscada..., mejor custodiada por la Santísima Virgen. — María es toda blancura, sin mancha posible, pero menos aún mancha carnal... Concebida blanca, persevera en su blancura inmaculada hasta el fin de su vida. — María es la Reina de la luz..., que no tiene menguantes, como la luna..., ni ocasos, como el sol..., sino siempre luz..., toda luz, sin mezcla de sombra de ninguna clase.

Todas las almas, aún las más santas tuvieron alguna mancha..., alguna sombra... María es el único espejo purísimo de la luz indeficiente y eterna de Dios... ¿Cuál sería el conocimiento que tendría con esa luz, de Sí misma..., del pecado..., de Dios?... ¿Qué extraño que tanto ame a la pureza, si es la virtud de la claridad y de la luz?... ¿No ves cómo el impuro gusta de la oscuridad y de las tinieblas?... Ese es su ambiente...: oscuridad de infierno.

Por último, contempla a María acrisolando su pureza, no con luchas ni pruebas..., pues Dios no quiso que sintiera el aguijón de la concupiscencia..., pero trabajando..., vigilando..., orando..., mortificándose como si la sintiera y como si tuviera miedo de perder su virtud... ¡Qué energía tan simpática la suya para guardar y conservar aquella joya inmaculada!... ¿Por qué no eres tú así?


LA CASTIDAD II

1.° La flor virginal. — Todo lo dicho de la blancura..., de la claridad y brillo... y de la nobleza y dignidad de la castidad, se ha de decir, sobre todo de la castidad virginal..., que es el grado más perfecto y más excelso a donde puede llegar esta virtud...; es el grado máximo que eligió la Santísima Virgen para su castidad. — Tanto más meritoria aparece la virginidad, cuanto es más libre y voluntaria en el hombre.

La castidad es obligatoria en todos los estados de vida que elijamos... Hemos de ser castos necesariamente en pensamientos..., deseos..., palabras y acciones...; a esto se reduce el fiel y exacto cumplimiento del sexto precepto de la ley de Dios. — Pero la virginidad es una virtud voluntaria..., a nadie obliga..., sino que libre y espontáneamente la abraza el que quiere.

Gracia muy grande de Dios es ésta, que supone una luz especial para que con ella se conozca la hermosura..., la belleza divina de la virginidad y así conociéndola no se pueda menos de enamorar de ella... y recibirla, no como una carga pesada, sino como un don excelentísimo que Dios concede... ¡Dichosas las almas que han recibido esta luz! — Si el mundo todo la recibiera... y conociera lo que encierra la virginidad, no habría nadie que la desechara. — Es, por tanto, el tesoro escondido del Evangelio, que el que lo encuentra, da todo lo que tiene por comprar su posesión y por no perderlo nunca.

San Pablo dice «que no tiene recibido de Dios mandato para imponer la virginidad, pero que la aconseja como el estado mejor»... Y da la razón. «El que no tiene mujer, dice, únicamente le preocupan las cosas de Dios y cómo ha de agradarle...; al contrario, el que se casa, ha de afanarse por las cosas de la tierra y se halla como dividido su corazón»... «Del mismo modo, sigue diciendo, la mujer que quiere ser virgen, sólo piensa en Dios para ser santa en cuerpo y alma..., más la casada, piensa en las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a su marido...; todo esto os lo digo para vuestro provecho..., no para echaros un lazo y engañaros, sino para exhortaros a lo más laudable y hermoso y a lo que da más facilidades para servir a Dios sin embarazo alguno.»

Y después de repetir estas ideas de diversas maneras, corno para sellarlas con toda la autoridad, termina diciendo: «Y estoy cierto que todo esto que digo, me lo inspira el Espíritu de Dios.» — Y así es, sólo Dios puede inspirar y dar a conocer la belleza incomparable de la virginidad...

2.° La flor angélica. — Virtud y flor angélica se llama a la castidad, pero singularmente estas palabras convienen a la virginidad..., porque esta virtud hace al alma virgen, semejante a los ángeles, ya que de tal modo dignifica y ennoblece al que la posee, que transforma..., eleva y espiritualiza su carne de tal manera, que la hace vivir como si su alma no estuviera encerrada en el cuerpo grosero y material..., como si fuera espíritu puro, cual los ángeles.

Muchos Santos Padres comparan a las almas vírgenes con los ángeles, y prefieren a aquéllas, antes que a éstos. — San Ambrosio, dice: «Los ángeles viven sin carne..., las almas vírgenes triunfan de la carne.» — San Pedro Crisólogo, añade: «Es más hermoso conquistar la gloria angélica, que recibirla por naturaleza...; la virginidad conquista en la lucha, y después de muchos esfuerzos, lo que los ángeles de Dios han recibido naturalmente.»

San Bernardo, exclama: «El alma virgen y el ángel, sólo se diferencian en que la virginidad del ángel es más dichosa, pero la del alma virgen es más valerosa y meritoria...» En fin, San Jerónimo escribe: «Apenas entró el Hijo de Dios en la tierra, se constituyó una nueva familia, nunca vista ni conocida hasta entonces: la familia de las vírgenes, para que Él, que en el Cielo era adorado por ángeles, lo fuera también por estos otros ángeles en la tierra...»

He aquí por qué esta virtud hace al hombre tan amable y querido para los ángeles...; porque los ángeles, como todos los seres, aman a sus semejantes... y así no pueden menos de amar a los que tienen esa carne angelizada, y que viven como ángeles en la misma naturaleza corpórea y material. — Por esta misma razón, la belleza de esta flor es perenne y eterna..., como es la de los ángeles..., pues no fundándose en razones canales y materiales que son corruptibles..., carece de principio de corrupción...; y así, cuando todo en la tierra se deshace y se desmorona... y se deteriora con el tiempo, que todo lo consume..., la carne virginal, aunque parezca que con la muerte también se deshace y corrompe, pero conserva como germen la incorrupción moral y física... y un como derecho a la inmortalidad. — Esta es la hermosísima y purísima generación de las almas vírgenes… Parece que es como una nueva generación, distinta de las demás, que conserva dichosamente, en el mundo, el recuerdo de aquel estado de inocencia y pureza, en que fue creado el hombre por Dios, en el Paraíso.

3.° La flor de María. — Ésta es, por antonomasia, la flor predilecta de nuestra querida Madre…, de tal suerte, que esa virtud es la que la denomina con el nombre de la Virgen. — Fíjate bien en ese nombre y la fuerza que tiene al llamar así a María… No la llamamos «la humilde..., ni la obediente»…, etcétera, aunque fue todo eso y modelo acabadísimo de todas las virtudes...; en cambio, se la dice la «Virgen» y parece que ya está dicho todo con llamarla de esa manera.

Por de pronto, Ella no quiere otro título mejor que ése... y hubiera dejado el grandioso de Madre de Dios si fuera incompatible con el de su virginidad. — Ni en las tiendas de los Patriarcas, ni en el seno del pueblo de Dios, se conocía esta virtud... La esperanza de engendrar al Mesías, apartaba a todas las hijas de Israel de apreciar la virginidad... María no encuentra ni un solo modelo de este género en los libros santos, y es que Dios quería que el modelo fuera Ella... y así, con su abnegación sublime, renuncia a la posibilidad de ser Madre de Dios, con tal de seguir la inspiración divina que la inclina a la vida virginal. — Es decir, que en cierto modo renuncia a Dios mismo, para ser más agradable a Dios... ¡Qué extraño que ante este sublime ejemplo, miles de almas hayan querido formar en este ejército blanco, en el que María tremola la bandera purísima de la virginidad! — Sólo estas almas virginales son y serán eternamente las hermosas azucenas que, sin doblar su tallo, y siempre mirando al Cielo, enamoran a Dios... y le obligan a comunicarse con ellas de un modo más íntimo..., más amoroso..., más divino.

No es posible amar a María sin inundarse el corazón en los resplandores y aromas de su castísima y purísima virginidad. — Es Ella el principio de la virginidad... La mirada de María..., el trato y conversación con María, engendra virginidad..., la respira por doquier..., la derrama por todas partes..., como el lirio su fragancia... ¿Por qué no poner tú en la virginidad tu ideal? — Efectivamente, es un gran ideal..., magnífico ideal..., el ideal de María..., el ideal de Dios... Pues bien, el ideal vale más que la vida. — Todo debes sacrificarlo ante él..., todo dirigirlo y encaminarlo para sostener..., conservar..., defender ese ideal tan grande, que llevas en vaso de barro y que se puede quebrar...

 

LA CASTIDAD III

 I.° El lirio entre espinas. — Así se llama esta virtud, y con razón, pues sólo entre las espinas de la mortificación, que la guardan y la defienden puede crecer y desarrollarse. — No olvides que hemos dicho que es una flor delicadísima y muy mimosa...; cualquier cosita la puede marchitar…, que hay enemigos en todas partes dispuestos a presentar batalla, para hacernos caer...; que donde menos quizá lo pensamos, allí nos acecha el ladrón dispuesto a arrebatarnos esa joya, en cuanto pueda y aprovechar cualquier descuido...; en fin que el cofre que la guarda es de barro quebradizo y un golpe sólo puede saltarle y romperle.

Por eso, la castidad requiere un sacrificio constante..., en muchos casos equivaldrá a un verdadero martirio por lo duro..., por lo constante del sacrificio. — San Ignacio mártir, dice: «Que se debe apreciar y estimar a las almas vírgenes como a verdaderos sacerdotes de Cristo, que en su corazón y en su cuerpo, ofrecen sin cesar verdaderos holocaustos al Señor.» — Sólo Cristo podía hacer esta maravilla...; que la debilidad humana obtuviera este glorioso triunfo del espíritu sobre la carne. Sólo Él lo ha hecho... Gloria suya es la castidad..., la pureza..., la virginidad. — Fuera de Cristo..., fuera de la Iglesia, no se da esta flor. — Por eso, llegó a decir San Atanasio, que era «la virginidad una nota característica de la Iglesia verdadera»..., pues en ella y exclusivamente en ella se da este heroísmo.

Mas por eso mismo que es un heroísmo..., un sacrificio constante..., un holocausto total y perfecto de nuestro cuerpo y de nuestra alma al Señor, por eso requiere valor..., cuidado..., vigilancia..., en fin, la práctica y ejecución de los medios indispensables para triunfar en esta lucha. — También la Santísima Virgen es un modelo en esto... Ni un solo descuido, como ya se ha indicado; se portó siempre en la guarda de esta virtud como si tuviera miedo.... como si hubiera estado rodeada de grandes tentaciones y de ocasiones peligrosas..., y es que ama tanto a esta virtud, que nunca creyó hacía bastante para conservar la blancura del lirio de la castidad. — Mira, pues, a tu Madre...; recorre estos medios indispensables y medítalos despacito uno por uno.

2.° Medios negativos. — Son los que más bien podemos llamar preventivos... — ¡Cuánto mejor es prevenir que curar! — Pero, sobre todo, ¡cuánta verdad es esto en materia de castidad! — Hay caídas tan mortales, que parecen irremediables sin una gracia muy grande de Dios... y que después exigen una muy difícil reparación:

a) Lo primero, pues, es huir..., evitar las ocasiones...; esta fuga no es vergonzosa..., no es de cobardes, sino de prudentes y avisados. — Imprudencia y locura es acercarse al fuego y no quererse quemar...; necedad inexplicable sería pasar junto a un león dormido y despertarle... ¿Quién sabe lo que pasaría después? — El Espíritu y Santo lo advierte con toda claridad: «Amar el peligro es perecer en él»... San Jerónimo, exclama: «¿Quién jamás durmió tranquilo junto a una víbora?»... Acuérdate de que no es la salud, sino la enfermedad la que se contagia... Por tanto, hay que huir del contagio..., hay que desconfiar de todo, muy prudentemente...

b) No transigir con nada que se relacione con esta materia... No andes bordeando el precipicio, ni viendo hasta dónde puedes llegar y hasta dónde no..., que es materia resbaladiza y es muy difícil, puesto ya en el resbaladero, detenerse y decir: «de aquí no paso». — Todas las grandes caídas vinieron por pequeños resbalones..., por descuidos insignificantes. — Hasta los paganos antiguos decían: principiis obsta... Da mucha importancia a los comienzos..., no transijas con un principio aunque parezca pequeño, de enfermedad...

c) Puede figurar entre estos medios negativos, la mortificación y penitencia, pues su fin no es tanto castigar y reparar el daño cometido, como el de prevenirlo, quitando fuerzas a la carne y a los sentidos y así hacer que la tentación no encuentre terreno apto para su desarrollo... San Carlos Borromeo, dice: «Sin la guarda de los sentidos y las maceraciones corporales, nadie logrará el don de la castidad.» — Todos los santos obraron como San Pablo, castigando su cuerpo duramente y sometiendo, como San Jerónimo, a fuerza de ayunos, su carne para que no se rebelara. — La mejor garantía y seguridad de la castidad, es la mortificación... Como alguien ha dicho, es amarga como la quinina, pero fortalece y tonifica como ella. — Mortificar es matar, pero no los principios vitales que nos sostienen, sino los gérmenes de enfermedad y de muerte. Ama la mortificación, que es madre de pureza

3.° Medios positivos. — a) La oración es, sin duda, el primero y más principal... Por eso Cristo tanto insistió en ella para que no cayéramos en tentación. — La oración nos pone en contacto con Dios, todo pureza...; nos acerca a las cosas del Cielo y nos aparta de la tierra... Además, nos alcanza de Dios los auxilios necesarios para combatir y para triunfar. — La oración es necesaria para todo..., para toda clase de virtudes..., para impetrar todo género de gracias, pero mucho más indispensable lo es para esta virtud. — Dice Cristo en el Evangelio: «Hay algunos géneros de tentaciones que sólo con la oración y el ayuno se pueden vencer.»...

b) Los Santos Sacramentos..., la Penitencia para lavarnos y purificarnos..., blanquearnos..., es el Sacramento de la limpieza..., de la pureza. — Pero aún más, si a ésta se le añade la Comunión... Comunión, esto es, unión común, en una misma vida con Cristo... ¡Qué extraño que la Comunión sea fuente de castidad y de virginidad! — El Inmaculado..., el Hijo de la Inmaculada..., el que se apacienta entre lirios y azucenas..., el Esposo de las almas vírgenes, hecho pan blanco para engendrar blancura de virginidad. — Es imposible comulgar bien, y no ser puro..., casto..., virgen...

c) Ejercitarse en otras virtudes, como la humildad, tan unida a la castidad, que, según San Francisco de Sales, «no es fácil ser casto sin ser humilde», y según otros santos dicen, que «Dios a veces castiga al soberbio, dejándole caer en la humillante impureza»... Asimismo, es muy importante la laboriosidad, pues en el campo de la ociosidad es donde mejor se da la impureza.

d) Por último, la devoción verdadera a la Santísima Virgen..., pero devoción de imitación... Mira cómo apreciaba Ella su pureza..., cómo la cuidaba con la vida retirada y silenciosa, sin aparecer en público más que cuando la caridad o el servicio de Dios lo exigían así...; cómo la conservaba con su vida de laboriosidad, evitando toda ociosidad y sustentándose con el trabajo de sus manos..., con la mortificación de sus sentidos, de su lengua, de sus ojos, de sus oídos, recogiéndolos con el más esmerado recato y la más pudorosa modestia..., con su oración continua, de suerte que jamás perdió la presencia de Dios... ni dejó de sumergirse y anegarse un momento en la fuente divina de pureza. — Mírala..., examínala muy despacio hasta saber de memoria todo lo que hacía por su pureza virginal — Invócala..., llamándola con frecuencia..., especialmente en las ocasiones..., en los peligros..., acude a Ella instintivamente y dile, con el corazón, mil veces: «Mírame con compasión..., ¡¡no me dejes, Madre mía!!»


Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964)