“¡Estamos viviendo los días de la muerte en el mundo y en la
Iglesia. El mundo marcha hacia una planificación universal, hacia un
proselitismo mundial en una mezcla de confusión de todas las ideas, de todas
las religiones, de todas las normas de pensamiento y de sociedad, una sociedad
mundial sin fronteras, sin Iglesia y pueblo, sin jerarquía, sin otros valores
que los inferiores del sexo y el dinero!
Esta sociedad así igualada por la depravación mundial y social marcha por encima de pueblos, de raza, de culturas, de naciones, de religiones, hacia una igualación en los medios: prensa, radio, televisión y cine, hacia una masificación homogénea y total.
Esta sociedad indiferenciada, homogénea, viscosa, donde se
han de dar cita todos los vicios y corrupciones, va a ser gobernada igualmente
por un poder mundial, que ha de repartir entre todos sus integrantes las dosis
correspondientes de trabajo, de cultura, de placer y de ocio. Todo estará
perfectamente planificado, el hombre quedará absorbido por las preocupaciones y
entretenimientos terrestres, de suerte que no le quedará tiempo para pensar en
su salvación.
En ella nadie pensará en el pecado y en la virtud, nadie en Cristo y en Dios.
Será una sociedad materialista y atea, todos estarán totalmente absorbidos en el trabajo, la cultura, el placer, el sexo y la diversión…El Evangelio será proscrito pero no porque su predicación sea perseguida sino porque será silenciado, se hablará en cambio del hombre, del alimento terrestre, del perfeccionamiento físico y psíquico de la humanidad, de la paz, de la felicidad terrestre…
Nada del más allá, ni
de religión, ni de lo sobrenatural…; se hablará del cristianismo, al menos, en
ciertos ambientes, pero de un cristianismo terrestre, con preocupaciones
puramente humanas y temporales…”
Padre Julio Meinvielle, 1969