viernes, 29 de diciembre de 2023

La maldición viste de púrpura. ¿Bendición de parejas del mismo sexo?




Días atrás he preparado unos cuentos navideños en homenaje al Niñito Dios, y las maniobras de altos jerarcas no tiene mejor idea que seguir zahiriendo al Niño con variadas perversidades, por caso, una de las últimas, se ha venido a llamar pomposamente “Fiducia Supplicans”, aberración firmada por el Prefecto de la Doctrina de la Fe (¿?) y aprobada por Francisco (“que la aprobó con su firma”), y que trata de su tan anhelado plan de la “bendición de parejas del mismo sexo” con sellito católico. Y se lo enmarca con la expresión latina Fiducia Supplicans, esto es, confianza suplicante, haciendo gala, ¡por supuesto! de que no se mueven ni un ápice de la doctrina tradicional, siendo que, en verdad, la escupen, la detestan y la suplantan. 

El fariseísmo eclesiástico que, a no dudarlo, ha perfeccionado su manejo canónico y su manejo de la falsa obediencia de Vaticano II a la fecha, se sirve también ventajosamente de los medios de comunicación y de la parafernalia producida por algún caído en desgracia. Así, por caso, durante todos estos días un brazo grueso y púrpura nos mostrará su santísimo rostro capaz de haber condenado a un cardenal que no pudo despegar sus manos de unos billetes y se cebó con algunas propiedades, al tiempo que traían bajo el otro brazo la podredumbre mayor, asquerosa, diabólica, escandalosa y anticatólica de la Fiducia Supplicans. Pues es infinitamente más bajo y satánico la bendición que ahora se propone como buena y católica, que el pecado personal de un cardenal. 

Desde los comienzos del texto el Prefecto deja sentada su real filiación: “nuestro trabajo debe favorecer, junto a la comprensión de la doctrina perenne de la Iglesia, la recepción de la enseñanza del Santo Padre.” Aquí está de alguna manera todo: Fernández ejercita una idolatría por Francisco, no un servicio a la Iglesia Católica. 

Véase en lo siguiente la obsecuencia de Fernández traducida en idolatría papolátrica, como la directa confesión de la innovación: “la presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión. No obstante, el valor de este documento es ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones, que permite ampliar y enriquecer la comprensión clásica de las bendiciones estrechamente vinculada”. Pone lo del matrimonio como dando a entender que está todo bajo control, acorde con la Tradición, mas mete la innovación que ya de por sí repugna a la Tradición, mancilla la doctrina perenne. Nos lo dice en la cara: “contribución específica e innovadora”. Y los resultados los saben de sobra, por eso engañan al decir que rehúyen causar confusión, pues saben que habrá confusión, perplejidad y, en muchos una reafirmación en la apostasía a la que fementidamente se la titulará como “católica”. 

Se gasta tinta en el documento hablando de lo que es una “bendición”, tratando de agarrarla de los pelos para meterla como se pueda en una práctica que por esencia llama a la maldición. No se puede bendecir lo pecaminoso, y una pareja del mismo sexo implica, ¡en su objetividad!, un rechazo a la doctrina católica, a la enseñanza perenne de la Iglesia, a la enseñanza de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. Dicho en simple: una pareja del mismo sexo que se presenta para ser bendecida, está diciendo algo así como: “Me importa un bledo lo que haya dicho la Iglesia sobre nosotros, aprueben ahora lo que antes veían como malo. Bendígannos. El mundo se los exige. Nos importa un comino la doctrina de la Tradición Católica, nos importa mucho la doctrina del mundo. Adóptense. Bendigan lo que otrora rechazan como malo”. 

En el punto 25 de la ladina y anticatólica Fiducia, se lee: “La Iglesia, también, debe evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas doctrinales o disciplinares, sobre todo cuando dan «lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar». Por lo tanto, cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a un análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla conferir. No se les debe pedir una perfección moral previa.” El punto no estriba en la rigidez de la doctrina, sino si es buena o mala. Porque Fernández es sumamente rígido: una rigidez contra la Tradición basada en el fundamentalismo modernista. Es tanta la rigidez que tiene que automáticamente le nacen los epítetos para aplicarlos a quienes no siguen su confesada “innovación”: “elitismo narcisista, autoritario”. Es Fernández el que cae en el narcisismo, pues quiere verse él, él y a quién sigue y quien lo protege; él y su innovación que, sin ver que al tratarse de una novedad, alguien con dos dedos de frente no osaría en tomar a dos mil años de Iglesia por elitismo narcisista y autoritario. Es Fernández el autoritario y tiránico, al calificar al pasado que rechaza, confesando así, mal que le pese, que, en verdad, su prédica de que sigue a la doctrina perenne es puro palabrerío. ¿Y de qué acceso a la gracia vienen a hablar, cuando está requiriendo la bendición de algo que repugna a la gracia? Lo de Fernández no es caridad ni misericordia: es odio a la verdad, al bien, al orden; es desprecio a la enseñanza bimilenaria, es, a no dudarlo, prueba cabal de que se cumple lo de San Pablo: “vendrán tiempos en los que no soportarán la sana doctrina”. 

En el punto 38 se lee: “Por esta razón, no se debe ni promover ni prever un ritual para las bendiciones de parejas en una situación irregular, pero no se debe tampoco impedir o prohibir la cercanía de la Iglesia a cada situación en la que se pida la ayuda de Dios a través de una simple bendición.” Esto es literalmente una mentira y una perfecta sincronización con la confusión en muchos. Pues daría la sensación de que si no se da la innovadora bendición tuchoniana, entonces se cierran las puertas de la casa de Dios. Camelo grande. Nadie cierra las puertas de la Casa de Dios: los que se cierran las puertas son los que quisieran que estuvieran abiertas de otra manera. 

Desde luego que en las citas no hay ni por asomo algo de la Tradición Católica. 

Ahí vamos. Una más para el haber modernista, para el festejo del infierno. Una más para humillar a la Esposa de Cristo, haciendo pasar por católico lo que es diabólico. 

Pero… ¡qué tristeza! Esto será una maniobra más de tantas que se han dado y tantas que vendrán, que caerá en el indiferentismo generalizado. Porque… ¿acaso no es más importante hoy el confort, la noticia ruidosa, y los dictados del mundo? ¿Acaso no es más ventajoso refugiarse en la falsa prudencia, en la obcecada falsa obediencia que ya produce náuseas, y en un escudarse en un accionar egoísta y que descansa en la sinrazón? ¿Acaso no serán más los que liberen sus colmillos contra el pecado de un cardenal que contra un falso amor al que ya hasta la médula se lo defiende como verdadero amor? 

La maldición de Satanás llegó a las manos de algunos eclesiásticos (varios de ellos encumbrados), pues muchos maldecirán llamando a eso bendición. La maldición viste de púrpura. Harán otra obra de Satán creyendo imbécilmente que bendicen. Porque jugar a que se bendice el pecado, es maldecir las almas y ayudarlas a encaminarse más al infierno. Bienvenido gran Profeta Isaías: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!” (Is. 5, 20).

Tomás I. González Pondal