Orando la Santa por los habitantes de la ciudad de Nápoles, Dios se queja de los muchos pecados con que le ofenden, los estimula a la enmienda y los amenaza.
A una persona que se hallaba en vela orando, dice santa Brígida, y dedicada a la
contemplación, mientras estaba en un arrobamiento de elevación mental, se le apareció
Jesucristo y le dijo: Oye tú, a quien es dado oír y ver las cosas espirituales, observa con
cuidado y retén en tu memoria lo que ahora oyeres y de mi parte has de anunciar a la
gente.
No digas estas cosas por adquirirte honra o humana alabanza, ni tampoco las calles
por temor de humano improperio y desprecio; pues lo que ahora has de oír no se te
manifiesta por ti solamente, sino también por los ruegos de mis amigos; porque varios
escogidos amigos míos de la ciudad de Nápoles me han estado rogando durante muchos
años con todo su corazón, con súplicas y penitencias en favor de mis enemigos que habitan
en la misma ciudad, para que les manifestase yo alguna gracia, por medio de la cual
pudieran apartarse de sus corrupciones y pecados y restablecerse de un modo saludable.
Movido yo por tales súplicas, te digo las siguientes palabras, y así oye con atención lo que
te hablo.
Yo soy el Creador de todas las cosas y Señor, tanto de los demonios, como de todos
los ángeles, y nadie se libertará de mi juicio. De tres maneras pecó contra mí el demonio:
con la soberbia, con la envidia y con la arrogancia, esto es, con el amor de la propia
voluntad. Fue tan soberbio, que quiso ser señor sobre mí, para que yo estuviese sometido a
él. También me tenía tanta envidia, que si posible fuera, de buena gana me hubiera
muerto, para ser él el Señor y sentarse en mi trono.
Y quiso también tanto su propio voluntad, que nada se cuidaba de la mía, con tal de
que él pudiera hacer la suya; y por esto cayó del cielo, y de ángel fue hecho demonio en lo
profundo del infierno. Viendo yo después su malicia y la gran envidia que al hombre tenía,
manifesté mi voluntad y di mis mandamientos a los hombres, para que cumpliéndolos,
pudieran complacerme y desagradar al demonio. Más adelante, por el amor que siempre
tengo a los hombres, vine al mundo y tomé carne de la Virgen, les enseñé también por mí
mismo con obras y palabras el camino de la salvación, y para manifestarles perfecta
caridad y amor les abrí el cielo con mi propia sangre.
Pero ¿qué hacen ahora conmigo los hombres que son enemigos míos? Desprecian del
todo mis preceptos, me arrojan de sus corazones como abominable veneno, me escupen
también de su boca como cosa podrida, y detestan verme como a un leproso que huele muy
mal; mas al demonio y a sus hechuras las abrazan con todo ahínco e imitan sus obras,
introducen a aquel en sus corazones, y con gusto y alegría hacen la voluntad de ese mal espíritu y siguen sus malignas inspiraciones.
De consiguiente, por justo juicio mío irán con el demonio al infierno eternamente y
sin fin, y por la soberbia que tiene sufrirán confusión y eterna vergüenza, de tal suerte, que
ángeles y demonios dirán de ellos: Se hallan llenos de confusión hasta lo sumo. Por la
insaciable codicia que ellos tienen, cada demonio del infierno los llenará de su veneno
mortífero, de manera que en sus almas no quedará vacío lugar alguno que no esté lleno de
veneno diabólico. Y por la lujuria en que están ardiendo como animales estúpidos, nunca
serán admitidos a ver mi rostro, sino que serán separados de mí y privados de su
desordenado placer.
Tendrás entendido también, que aunque todos los pecados mortales son gravísimos,
has de saber, sin embargo, que se cometen dos pecados que ahora te nombro, los cuales
traen consigo otros pecados que todos parecen veniales; mas porque en intención
encaminan a los mortales, y porque la gente se deleita en ellos con voluntad de perseverar
aunque los lleven y envuelvan en los mortales, se hacen por tanto mortales en la intención,
y en la ciudad de Nápoles comete la gente otros muchos pecados abominables que ahora
no quiero nombrarte.
El primero de aquellos dos pecados es, que los rostros de la criatura humana racional
son teñidos de diversos colores, con los cuales quedan pintados como las imágenes
insensibles y las estatuas de los ídolos, y les parecen a los demás más hermosos de lo que
yo les hice. El segundo pecado es, que con las deshonestas formas de vestidos que la gente
usa, los cuerpos de hombres y mujeres se desfiguran de su natural estado, y esto lo hacen
por soberbia y por parecer en sus cuerpos más lascivos y hermosos de lo que yo, Dios, los crie, y para que los que así los vean sean más pronto provocados e inflamados a la
concupiscencia de la carne.
Ten, pues, como muy cierto, que cuantas veces embadurnan sus rostros con lo colores,
otras tantas se les disminuye alguna infusión del Espíritu Santo, y otras tantas el demonio
se aproxima más a ellos; y cuantas veces se adornan con vestidos indecorosos y
deshonestas, otros tantas se disminuye el ornato del alma y se aumenta el poder del
demonio.
Oh enemigos míos, que hacéis tales cosas y descaradamente cometéis otros pecados
contrarios a mi voluntad, ¿por qué os habéis olvidado de mi Pasión, y no veis en vuestros
corazones cómo estuve desnudo, atado a la columna y fui azotado cruelmente con duros
látigos? ¿Cómo estaba yo desnudo y daba voces en la cruz, cubierto de llagas y vestido con
sangre? Y cuando os pintáis y desfiguráis vuestros rostros, ¿por qué no miráis mi rostro
cómo estaba lleno de sangre? Ni tampoco miráis mis ojos cómo se oscurecieron y estaban
cubiertos de sangre y lágrimas, y mis párpados de color lívido.
¿Por qué no miráis todavía mi boca, ni veis mis oídos y barba lo descoloridos que
estaban y bañados en la misma sangre, ni miráis mis demás miembros atormentados
cruelmente con diversas penas? ¿No veis tampoco cómo por vosotros, cárdeno y muerto
estuve pendiente en la cruz, donde hecho la mofa y el oprobio de todos, sufrí los ultrajes,
para que con semejante recuerdo y teniendo en él fija vuestra memoria, me amaseis a mí,
vuestro Dios, y huyerais de esta suerte de los lazos del demonio, con que estáis
horrorosamente atados?
Y puesto que todas esas cosas se hallan puestas en olvido y despreciadas en vuestros
ojos y en vuestros corazones, hacéis como las mujeres inflames, que no aman sino el placer
y bienestar de su carne y no los hijos. Así, también, lo hacéis vosotros; pues yo, Dios,
vuestro Creador y Redentor, os visito a todos, tocando con mi gracia en vuestros corazones,
porque a todos os amo. Pero cuando en vuestro corazón sentís alguna compunción o algún
llamamiento de inspiración, esto es, de mi Espíritu, o al oír mis palabras formáis algún
buen propósito; al punto procuráis el aborto espiritual, excusáis vuestros pecados, os
delectáis con ellos, y hasta queréis perseverar criminalmente en los mismos. Hacéis, por
consiguiente, la voluntad del demonio, lo introducís en vuestros corazones, y de esta
manera, con desprecio me expulsáis a mí; por lo cual estáis sin mí y yo no estoy con
vosotros, y no estáis en mí sino en el demonio, porque obedecéis su voluntad y sugestiones.
Por tanto, según ya dije, daré mi sentencia, y antes mostraré mi misericordia. Esta misericordia mía es, que no hay ningún enemigo mío que sea tan gran pecador que se le
niegue mi misericordia, si la pidiera con corazón puro y humilde. Así, pues, tres cosas
deben hacer mis enemigos, si quisieren reconciliarse con mi gracia y amistad. Lo primero
es, que se arrepientan y tengan contrición de todo corazón, por haberme ofendido a mí, su
Creador y Redentor. Lo segundo es, una confesión pura, fervorosa y humilde que deben
hacer ante un confesor, y enmendar así todos sus pecados, haciendo penitencia y
satisfacción según el consejo y juicio del mismo confesor: entonces me acercaré yo a ellos,
y el demonio se alejará. Lo tercero es, que después de practicadas las diligencias anteriores
con devoción y perfecto amor de Dios reciban y tomen mi Cuerpo, teniendo propósito
firme de no recaer en los anteriores pecados, sino de perseverar hasta el fin en el bien.
A todo el que de esta manera se enmendare, al punto le saldré al encuentro como el
piadoso padre al hijo perdido, y lo recibiré en mi gracia con mejor gana de lo que él pudiera
pensar y pedirme, y entonces yo estaré en él y él en mí, y vivirá conmigo y gozará
eternamente.
Pero en cuanto a los que perseveraren en su pecados y malicia, indudablemente
vendrá mi justicia sobre ellos; pues como hace el pescador al ver los peces jugando alegres
y divertidos en el agua, que entonces echa al mar el anzuelo, y los va cogiendo uno a uno,
no todos a la vez sino paulatinamente, y en seguida los mata, hasta acabar con todos; así
haré yo con mis enemigos que perseveren en el pecado. Poco a poco los iré sacando de la
vida mundanal de este siglo, en la que temporal y carnalmente se deleitan; y en la hora que
menos crean y vivan en mayor deleite, entonces les arrancaré la vida, y los enviaré a la
muerte eterna, donde nunca jamás verán mi rostro, porque prefirieron hacer y llevar a
cabo su desordenada y corrompida voluntad, antes que cumplir la mía y mis
mandamientos.
Oído así todo esto, desapareció la visión.
Profecías y Revelaciones de Santa Brígida
Libro 7
Capítulo 18