miércoles, 24 de septiembre de 2025

Casos de Posesión Diabólica en los Siglos XIX y XX, por Monseñor Cristiani




En Ars 

En el presente capítulo vamos a agrupar cierto número de casos de posesión que se encuentran escalonados desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. 

Tomaremos a Ars, nuevamente, como nuestro punto de partida. Pero volvemos a encontrar allí al santo cura, no ya como sujeto a las infestaciones diabólicas, sino echando al demonio por la fuerza de sus exorcismos. 

He aquí, primeramente, un hecho que tuvo por testigo al herrero del pueblo, Jean Picard, el cual declaró en el proceso de beatificación. 

Una posesa había sido llevada a Ars por su propio marido. La mujer estaba furiosa y lanzaba gritos desarticulados. Imposible comprender nada de lo que decía. El cura de Ars, después de haberla examinado, comprendió que estaba bajo la influencia de la acción diabólica y declaró que era necesario llevarla al obispo de su diócesis. Súbitamente, la mujer recobró la palabra y fue para maldecir en los siguientes términos: 

"¡Bien! ¡Bien! ;La criatura volverá allá!. .. ]Ah, si yo tuviera el poder de Jesucristo los hundiría a todos en los infiernos! "—

Pues mira, conoces a Jesucristo — dijo en seguida el abate Vianney—. ¡Y bien! Llévenla al pie del altar mayor." 

Cuatro hombres se apoderaron de ella y pese a su resistencia la depositaron donde el cura había dicho. 

Extrayendo entonces su gran relicario que siempre llevaba en el bolsillo, el abate Vianney lo apoyó sobre la cabeza de la posesa, la cual cayó al suelo como si estuviera muerta. Al cabo de un instante se irguió sin ayuda y salió con paso rápido de la iglesia. Una hora más tarde regresó muy tranquila, tomó agua bendita para santiguarse y se arrodilló. Estaba completamente liberada. Se quedó en Ars con su marido durante tres días más, como ejemplo edificante para los peregrinos por su bondad y su piedad. 

¡La acción del cura de Ars había sido pues extraordinariamente eficaz! 

Lo mismo ocurrió en el caso siguiente: Se trataba esta vez también de una mujer, pero acompañada de su hijo. Ambos provenían de los alrededores de Clermont-Ferrand. Hacía cuarenta años que esta mujer sufría y se la creía poseída por el demonio. En Ars mismo, demostró en efecto síntomas muy claros. Se la vio bailar parte del día, cantando, cerca de la iglesia. Hasta ahí podría tratarse de un caso de simple demencia. Pero revelador fue que al darle de beber unas gotas de agua bendita se puso súbitamente furiosa y empezó a morder los muros de la iglesia. 

Un sacerdote extranjero que se hallaba presente tuvo piedad de ella. La condujo al camino por donde debía pasar el abate Vianney entre la curia y la iglesia. El santo apareció en efecto y dio a esta mujer, cuya boca estaba llena de sangre, una simple bendición. Inmediatamente la desgraciada se tranquilizó completamente ¡y las terribles crisis que sufría desde hacía tantos años no volvieron jamás! 

Un tercer caso provenía de la diócesis de Avignon. Una joven maestra que daba señales de posesión demoníaca, fue llevada por orden del obispo que había estudiado su caso personalmente, al cura de Ars. Iba acompañada de un vicario de la parroquia de San Pedro, de Avignon, y de la Superiora de las Franciscanas de Orange. Llegaron a Ars en la noche del 27 de diciembre de 18 57. Al día siguiente por la mañana la hicieron entrar en la sacristía, en el momento en que el santo cura revestía los ornamentos para celebrar la misa. Pero en seguida la posesa se puso a gritar, tratando de huir: 

 "—Hay demasiada gente aquí —exclamaba. 

 "—Hay demasiada gente —repuso el cura—; ¡pues bien! ¡Saldrán todos!" 

Y ante una señal de su mano se quedó solo frente a frente con Satán. Al principio sólo se oyó desde adentro de la iglesia un ruido confuso y violento. Luego el tono se elevó aún más. El vicario de Avignon, vigilante junto a la puerta, pudo desde ese momento captar el siguiente diálogo: 

"—¿Quieres entonces salir a todo trance? — decía el abate Vianney. 

"—¡Sí! "

—iY por qué? 

"—¡Porque estoy con un hombre que no quiero! 

"—¿No me quieres entonces? —preguntó el cura con tono irónico. 

"—No —gritó el espíritu infernal. Y este ¡No! estaba proferido en tono estridente y furioso." 

Pero casi en seguida la puerta volvió a abrirse. Todos pudieron ver a la joven maestra llorando de alegría y, en adelante recatada y modesta, con una expresión de agradecimiento en el rostro. ¡Estaba liberada! Pero de pronto un sentimiento de temor volvió a asaltarla y volviéndose hacia el abate Vianney le dijo: 

"—¡Tengo miedo que él regrese! 

"—No, hija mía — le contestó el santo hombre —, o no tan pronto." 

La joven pudo volver a su pueblo y a sus funciones de educación en la ciudad de Orange. ¡Y él no retornó! 

Otro ejemplo memorable de la acción del abate Vianney en sus encuentros con Satán: Era una tarde, el 23 de enero de 1840. Una mujer llegaba del Haute Loire, de los alrededores de Puy, acababa de arrodillarse en el confesionario del cura de Ars. Pero en el momento en que éste le urgía que empezara la confesión de sus pecados se oyó súbitamente una voz amarga y fuerte que exclamaba: 

"¡No he cometido más que un pecado y doy parte de este bello fruto a todos los que quieran compartirlo! Levanta la mano y absuélveme. ¡Ah, la levantas bien, algunas veces, para mí, porque estoy a menudo junto a ti en el confesonario!" 

Comprendiendo que tenía que vérselas con el demonio, pero queriendo estar seguro de ello, el abate Vianney le hizo en latín la pregunta del Ritual: 

"—Tu quis es? (¿Quién eres tú?) 

"—Magister Caput! (el Maestro en Jefe) —replicó el otro, luego continuando en francés exclamó: 

"—¡Ah, sapo negro, cuánto me haces sufrir! Siempre dices que quieres marcharte. ¿Por qué no lo haces?. .. ¡Hay sapos negros que me hacen sufrir menos que tú! 

"—Voy a escribirle a monseñor — respondió el cura — para hacerte salir. 

"—Sí, pero haré temblar tanto tu mano que no podrás escribirle... ¡No te escaparás, no creas! ¡He ganado a más fuertes que tú!. .. ¡Y todavía no estás muerto! Sin esta.. . (aquí una palabra grosera para designar a la Santísima Virgen), que está allí arriba, no te escaparías; pero ella te protege, con ese gran dragón (evidentemente San Miguel) que está en la puerta de tu iglesia. .. ¿Di, por qué te levantas tan temprano? Desobedeces a la túnica violeta (a tu obispo). ¿Por qué predicas con tanta sencillez? Eso te hace pasar por un ignorante. ¿Por qué no predicas en grande como en las ciudades?" 

Y las invectivas continuaron así todavía largo rato, contra varios obispos y varias categorías de sacerdotes. ¡Pero Satán tuvo que reconocer, a pesar suyo, que el cura de Ars era un verdadero servidor de Dios! 

Monseñor Trochu, que relata esta batalla, no dice cómo terminó, pero podemos suponer que terminó, como todas las otras, con la derrota de Satán. 

Es de notar que en este caso existe, a la vez, posesión de una mujer e infestación del santo cura por el Diablo. 

Citemos, por fin, la cura de una posesa por el abate Vianney en el extremo final de su vida. Era el 25 de julio de 1859. Debía acostarse al día siguiente para no volver a levantarse. Le llevaron no sin trabajo, hacia las ocho de la noche a "una mujer que pasaba por posesa". Su marido que estaba con ella entró con la mujer en el presbiterio. El abate Vianney se reunió con ellos. ¿Qué ocurrió? No se sabe con precisión, pero lo seguro es que la mujer fue liberada. Un buen número de testigos que se hallaban en la puerta del presbiterio la vieron salir de golpe, libre y contenta. Pero uno de ellos dijo: "Se oyó en el patio un ruido semejante al de las ramas de árbol violentamente quebradas. Esto hizo un ruido tan tremendo que los presentes se espantaron. Ahora bien, añade el señor Oriol en su declaración, ¡cuando yo entré en la curia después de la oración de la noche, vi que los saúcos estaban intactos!" 

Una vez más posesión e infestación se habían unido. 

Los posesos de Illfurth 

Salimos de Ars que acaba de darnos bastantes casos de posesión, llegados de distintas regiones de Francia. Y nos trasladaremos a Alsacia. El cura de Ars acababa de morir el 4 de agosto de 1859. Los hechos de posesión que vamos a recordar se desarrollan en Illfurth entre 1864 y 1869. Advirtamos que Illfurth está situado a siete kilómetros de Altkirch, en el confluente del 111 y del Largue, y sobre el canal del Rhóne al Rhin, distrito de Mulhouse. Era entonces un pueblo grande de 1.200 habitantes. 

Las víctimas del Demonio en esta localidad fueron dos hermanos, el uno Thiébaut Buerner, de nueve años, el otro Joseph, de siete solamente. Hacia fines del año 1864, presentaron el uno y el otro síntomas de una enfermedad que desconcertó a los médicos. En septiembre de 1865 aparecieron fenómenos completamente anormales. Los dos niños, por ejemplo, si se acostaban de espaldas podían volverse y revolverse como trompos vivientes, a una velocidad increíble. Pero esto no era todo: eran víctimas a veces de hambres insaciables. Sus vientres se les inflaban en forma desmesurada. Decían que tenían en el estómago como una bola y que un animal vivo se movía dentro de ellos de arriba abajo. 

Y todavía más que eso: a veces si estaban sentados en una silla, ésta se levantaba con ellos, movida por una mano inasible y permanecía en el aire sin razón aparente. Hemos visto más arriba, junto con Saudreau, que éstas son señales precursoras, reveladoras de la posesión. Estas señales tenían en Illfurth innumerables testigos, personas reposadas e instruidas, que no se dejaban llevar a creer, sin pruebas, extravagancias como las que nos informa la crónica. El señor Gruninger, cuya obra hemos citado largamente en el capítulo anterior, atestigua que entre los testigos de los hechos acaecidos en Illfurth se hallaba su propio padre y que éste ha informado muchas veces lo que pasaba. Por lo demás, se hablaba de ello en toda la región. 

Era imposible que en una diócesis tan esclarecida como la de Estrasburgo, no se les ocurriera muy pronto a algunos católicos y sacerdotes que podía existir ahí un caso de posesión. Se trató de poner la cosa en claro. Hubo ensayos de exorcismo al cabo de los cuales los demonios fueron conminados a dar sus nombres. 

Hemos anotado hace un instante las palabras sacramentales que pronunció el cura de Ars en un caso semejante: (Tu quis es? (¿Quién eres tú?)" Conminados a nombrarse, los espíritus infernales, al no encontrarse tal vez frente a una autoridad tan imponente como la del santo hombre de Ars, se negaron a hacerlo durante mucho tiempo. Por fin, sin embargo, se supo que habían por lo menos dos espíritus diabólicos en cada niño. El mayor, Thiébaut estaba atormentado por dos demonios que pretendían llamarse Ypés y Oribas. El más joven de los dos varones tenía en el cuerpo un demonio llamado Zolathiel, pero nunca se pudo llegar a saber el nombre del otro. 

Las señales reveladoras de la posesión indicadas en el Ritual Romano se verificaron en el caso de los dos chicos por cuanto hablaban los idiomas más diversos, o por lo menos contestaban las preguntas que se les hacían en latín, inglés, francés, alemán o en el dialecto local. Este conocimiento de los idiomas que nunca habían aprendido era ya un indicio concluyente. Otro indicio era la aversión insuperable por el agua bendita y en general por los objetos benditos. Tercer indicio: predicción de los acontecimientos que iban a ocurrir. Era inútil turnarse para interrogar a los dos jóvenes posesos. Estos daban pruebas de una ciencia muy impropia de su edad y de su instrucción al no dejar sin respuestas ninguna pregunta que se les hacía, inclusive sobre problemas difíciles o embarazosos. Esta ciencia no era evidente mente natural. Era, entonces, preternatural, pero todas las circunstancias tendían a probar que no era angélica, sino indiscutiblemente diabólica. 

Estos hechos fueron pronto conocidos en toda Alsacia. El rumor se extendió hasta París. El obispado de Estrasburgo, como era su obligación canónica, hizo iniciarse una investigación. Por su parte el subprefecto de Mulhouse, a pedido de la Prefectura del Alto Rin, daba la orden al brigadier de gendarmería Werner, de redactar un informe sobre los hechos. 

Werner se dirigió al lugar. Si tenía un prejuicio, era desfavorable. Estaba convencidísimo que en pleno siglo XIX la creencia en el Diablo era un infantilismo inadmisible. Pero no tardó en salir de su error cuando estuvo en el lugar. Ocurrían, decididamente, en Illfurth, cosas que estaban más allá de su entendimiento. 

La autoridad eclesiástica por su lado había llegado a la conclusión que se imponía desde hacía mucho tiempo, a saber, que el exorcismo debía practicarse en el caso de los dos niños. Entre tanto, éstos habían crecido. Se estaba, efectivamente, en 1869. Las "diabluras" duraban desde hacía casi cinco años. Thiébaut, el mayor de los dos posesos, contaba entonces catorce años y su hermano doce. 

La liberación iba a producirse en dos tiempos, es decir, los dos hermanos, uno después del otro. 

Liberación de Thiébaut 

Sobre el exorcismo que fue operado en el orfelinato de San Carlos, Schiltigheim, tenemos el relato de un libro muy reciente; el del cura de Eichhoffen, en Alsacia, padre Suter, y de Francois Gaquére, doctor en letras y en teología, canónigo de Arras, bajo el título: En lucha con Satán. Los posesos de Illfurth. (Ediciones Marie-Mediatrice en Gen val, Bélgica, 1957.) 

Recordemos primeramente el horror que el joven poseso manifestaba por las cosas sagradas y eso que pertenecía a una familia cristiana y había sido educado en la fe. 

"Para él — dice en esta obra — una iglesia era una porquería, el agua bendita una chanchada, los sacerdotes unas faldas negras, unos clerizontes, las hermanitas de caridad unas basuras, los católicos unos roñosos, los niños, unos perros cachorro." 

No cabe duda que es el demonio el que habla por su boca. Cuando manifiesta su presencia, el niño está como en éxtasis, postrado como un muerto. El chico, que es por lo demás apuesto aunque pálido y melancólico, tiene el aspecto de un desgraciado. 

En el orfelinato donde lo habían llevado se mostraba tranquilo y no hacía más que jugar en el patio y pasearse. Nunca había sabido francés, pero contestaba en un lenguaje implacable y respondía también en latín, si se le hablaba en este idioma, por más que él no empleaba nunca primero este último idioma que jamás había aprendido. Andaba libremente por todo, menos por la capilla. En cuanto se acercaba al santuario, aun cuando le vendaban los ojos para que no supiera dónde lo conducían, se endurecía, ladraba como un perro, rehusaba avanzar. Su rostro se tornaba horrible. Si se le asperjaba con agua bendita, se retorcía como un gusano que se aplasta y no volvía a serenarse más que cuando se le dejaba alejarse. El día elegido para el exorcismo era el 3 de octubre de 1869. Fue necesario llevar por la fuerza al chico hasta la capilla donde se le ató a un sillón mientras lo sujetaban además tres hombres: Schrantzer, Hausser y el jardinero, Andrés. Se hallaba sobre una alfombra, frente al comulga torio, con el rostro vuelto hacia el tabernáculo. Sus mejillas habían enrojecido como si tuviera fiebre. De sus labios salía una espuma que caía al piso. Se volvía y revolvía en todas direcciones, como si hubiera estado sobre una parrilla, y buscaba con los ojos la puerta. El exorcista era el padre Souquat, provisto de los poderes de monseñor Racss, obispo de Estrasburgo. En el primer momento tuvo una vacilación muy comprensible, cuando oyó de boca del niño, que conocía apenas, esta exclamación brutal pronunciada con voz ronca y violenta: 

"¡Déjate de jorobar! ¡Fuera de aquí, roñoso!" 

Desconcertado, casi desarmado, el exorcista, a quien rodeaban altas personalidades eclesiásticas y algunas religiosas, se dominó y empezó las letanías de los santos. Al oír las palabras: "¡Santa María, ruega por nosotros!" el diablo lanzó un grito aterrador: "¡Sal de la porquería, roñoso! —bramaba—. ¡No quiero!" Y repetía estas palabras en cada invocación de un santo. Había gritado más fuerte sobre todo cuando había oído: "¡Santos ángeles y arcángeles, rogad por nosotros!" Poco después, cuando el exorcista pronunció: "¡De los lazos del demonio, libéranos Señor!" se vio al poseso sacudirse y temblar todo entero. Empezó a lanzar aullidos, haciendo contorsiones frenéticas, ¡a tal punto que los tres hombres que lo sujetaban tenían dificultad en dominarlo! 

Las letanías terminaron, el padre se colocó frente al niño y siguió con las oraciones del Ritual. 

El poseso no cesaba de gritar: "¡Fuera de la porquería, roñoso!" Pero cuando el exorcista pronunció en latín las palabras Gloria Patri et Filio, etc., el diablo, por boca del desgraciado niño quien, natural mente, ignoraba el latín gritó: "No quiero!" Lo cual fue interpretado: "no quiero rendir gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo." Antes de leerle el Evangelio según San Juan, como está prescrito en el Ritual, el padre trazó sobre él la señal de la cruz, pero sucesiva mente sobre la frente, sobre la boca y sobre el corazón, lo cual provocó nuevos aullidos. El poseso hasta trató de morderle la mano. El padre Souquat entabló entonces el siguiente diálogo, en alemán: 

—¡Espíritu de las tinieblas, serpiente aplastada, yo, sacerdote del Señor, te ordeno, en nombre de Dios, que me digas quién eres! 

—¡Eso no te importa, roñoso, lo diré si quiero! . . . 

—Esa es la misma actitud y la palabra altivas que tuviste con el Todopoderoso, cuando te echó del Cielo. ¡Pero yo te lo repito, sal de aquí, Satán, sal de esta iglesia! ¡No es a la casa de Dios, sino a las Tinieblas adonde tú perteneces! 

—¡No! — gritó Satán —. ¡No quiero: no ha llegado aún mi hora! 

El exorcismo duraba ya tres horas. El sacerdote se hallaba agotado por el cansancio y empapado en sudor. Tuvo que suspender la ceremonia. En cuanto el niño hubo salido de la capilla se serenó. 

Por la noche hizo esta reflexión al abate Schrantzer, que había llevado esa tarde al exorcista en coche: 

—¡Ah, has hecho bien en deslizarle una medalla! 

—¿A quién? 

—¡Al cochero, pues! 

El abate había dado, efectivamente, una medalla de San Benito al cochero que los llevaba, pero Thiébaut no había podido, sin lugar a duda, ver ese gesto. El padre prosiguió: 

—¿Cómo sabes eso? ¿Qué hubieras hecho sin eso? 

—Hubiera volcado el coche con caballos y todo. ¡Yo galopaba al costado! ... 

—Oye, te hemos atormentado mucho: ¿sabes quién te bendijo? ... 

—Sí, claro que sí, ya ha echado a uno de nuestros señores ... 

En realidad el padre Souquat, bastantes años atrás, había echado al demonio de una casa. Pero ¿como podía saberlo el niño? 

Estos pequeños detalles confirmaron al padre Souquat en la convicción que ya tenía de que Thiébaut estaba realmente poseído. 

Se preparó en consecuencia la segunda sesión. 

El asalto supremo 

Al día siguiente, lunes 4 de octubre de 1869, a las dos de la tarde, en presencia de los mismos testigos, se inició de nuevo el exorcismo. 

Habían atado fuertemente al niño en el sillón rojo y le habían puesto una camisa de fuerza. El diablo no dejó por ello de manifestar su presencia. Súbitamente, en efecto, se vio al sillón con el niño elevarse por los aires, a pesar de los esfuerzos de tres fuertes muchachos que se aferraban a él para sujetarlo, y que fueron arrojados a derecha e izquierda. En el mismo momento, el poseso lanzaba horrendos rugidos y de su boca salían chorros de espuma. 

Consiguieron dominarlo, sin embargo, y el exorcismo empezó. Al cabo de dos horas, después de haber leído las letanías y acabado las oraciones del Ritual, el padre se levantó e interpeló de nuevo al demonio en estos términos: 

—Ahora, espíritu impuro, te ha llegado el momento. En nombre de la Iglesia Católica, en nombre de Dios, en mi nombre, sacerdote de Dios, te ordeno que me digas cuántos son. 

—¡Eso no te importa, roñoso! 

—¡Esa es justamente la palabra de orgullo que tú tienes y que dicen en el Infierno! ¡Perteneces al abismo y no a la luz! ¡Regresa a él, espíritu impuro! . . . 

—¡No quiero volver allí: quiero ir a otra parte! . . . 

—¡Pues bien, Satán! ¡Te ordeno que me digas cuántos son! . .. 
—Somos nada más que dos. 

—¿Cómo te llamas tú?" 

—Oribas. —¿Y el otro? 

—Ypés. 

—¡Pues bien, espíritus impuros, os lo ordeno, salid de la casa de Dios: nada tenéis que hacer aquí! ¡Espíritus de perdición, salid de aquí: os lo ordeno en el nombre del Santísimo Sacramento! . . . 

—¡No quiero! ¡Roñoso! ¡No tienes ningún poder: mi hora no ha llegado todavía! 

De nuevo el exorcista estaba empapado en sudor. Temblaba. Los presentes no estaban menos emocionados y hasta espantados. El padre Souquat volvió, no obstante, a la lucha. Tomando un crucifijo lo elevó delante del poseso, diciendo: 

—Miserable Satán, no te atreves a mirar de frente esta imagen y vuelves el rostro para no verla y desafías al sacerdote. ¡Te lo ordeno, sal de aquí y regresa al Infierno que te está reservado! .. . 

—¡No quiero —gritó el demonio—, no se está bien allá!... 

—Debiste obedecer a Dios, pero elegiste tu desgracia. Preferiste ser un espíritu de las tinieblas. Retírate de la luz y vete a las tinieblas que te han sido preparadas. 

—Mi hora no ha llegado todavía: ¡no iré! . . . 

Tomando entonces una vela bendecida por el Santo Padre, el exorcista insistió: 

—Orgulloso Satán, te pongo esta vela sobre la cabeza para indicarte el camino del Infierno. Esta es la luz de la Iglesia católica y tú eres el espíritu de las tinieblas. Sí, regresa al Infierno para reunirte allí con los compañeros a los cuales perteneces. 

—¡Me quedo aquí, porque se está bien, mientras que en el Infierno no se está bien! ... 

Para terminar, el padre tomó en sus manos una pequeña imagen de la Virgen María: 

—¿Ves a la Santísima Virgen? ¡Una vez más Ella va a aplastarte la cabeza! Ella va a marcarte y a imprimirte en el pecho los nombres de Jesús y María, para que te quemen eternamente ... Entonces ¿no quieres ceder? Te lo he ordenado en nombre de Jesús, en nombre de la Iglesia católica, en nombre de Su Santidad el Papa, en nombre del Santísimo Sacramento. ¡Permaneces sordo a la voz del sacerdote! ¡Pues bien, Satán! ¡Ahora, es la Madre de Dios quien te lo ordena! Ella te ordena que salgas de aquí. ¡Espíritu impuro, huye del rostro de la Inmaculada Concepción! ¡Ella te ordena que te marches! ... 

Mientras tanto todos los asistentes se pusieron a rezar el Memorare, en latín. 

Súbitamente, con una voz poderosa de bajo, el diablo exclamó: 

—¡Pues bien! ¡Me marcho!... 

Se vio entonces al pobre poseso enroscarse como un gusano que se aplasta. Se oyó un crujido sordo. El niño se aflojó, se inclinó y cayó sin conocimiento. ¡El demonio había partido! 

El espectáculo era impresionante para los testigos horrorizados. Habían visto un instante antes el rostro de Thiébaut enrojecido, amenazador, lleno de ira, y habían oído las respuestas arrogantes de Satán. 

Y luego el niño reposaba, en un sueño que duró una hora. Estaba liberado. Cuando le presentaron al Cristo, cuando lo asperjaron con el agua bendita no tuvo más reacción. Se dejó llevar lentamente a su cuarto. Al cabo de cierto tiempo se despertó, se frotó los ojos, se mostró asombradísimo al ver a su alrededor a tantas personas que no conocía. 

—¿Me reconoces? — le preguntó el abate Schrantzer que había hablado con él el día anterior. 

—¡No —repuso el niño—; no lo conozco! 

La madre se hallaba presente. Lanzó un grito de alegría. Su Thiébaut que había estado sordo por obra del demonio oía ya normal mente y estaba liberado. Todos los presentes alabaron a Dios por haber dado a su Iglesia un poder tan grande. La madre y el niño regresaron a Illfurth, con la esperanza de ver liberado pronto, a su vez, al segundo de los posesos. 

La liberación de Joseph 

Lo curioso era que al regresar a su casa Thiébaut no recordaba nada. Los cuatro años que acababa de vivir en estado de posesión se habían borrado de su memoria. No reconoció al cura, el muy piadoso abate Brey, a quien se comparaba con el cura de Ars y que tenía, como éste, decían, infestaciones diabólicas. No recordaba haber visto la nueva alcaldía. Había llevado de Estrasburgo medallas benditas que regaló a su hermano. Pero Joseph las arrojó al suelo diciéndole: 

—¡Guárdatelas! ¡Yo no las quiero! 

—¿No se ha vuelto loco? — observó Thiébaut a su madre. Esta se guardó bien de decirle que él también había pasado por ese estado. El niño no se acordaba de nada. 

El miércoles 6 de octubre de 1869, el joven poseso gritó de pronto: 

—Mis dos camaradas — comprendieron que se trataba de Oribas y de Ypés, los dos demonios echados de Thiébaut — son dos cobardes. Ahora soy el amo y el más fuerte. No me iré de aquí hasta dentro de seis años. Me río de los clerizontes. 

—¿Eres entonces tan fuerte? —le preguntó el alcalde, señor Tresch, excelente cristiano. 

—Ciertamente — repuso —, me gusta estar aquí donde me he instalado muy bien. Me establezco en un dulce nido y no lo dejo sino cuando me place . . . 

Sin demora, no obstante, el abate Brey había pedido al obispo la autorización para practicar el exorcismo. Mientras Thiébaut había vuelto a ser el niño bueno de antes; iba a la iglesia y al colegio, se confesaba y no se acordaba más de sus cuatro años de posesión, el estado de Joseph no cesaba de empeorar. Por fin llegó la autorización del obispado y el cura fijó para el 27 de octubre el exorcismo. Se guardó sin embargo el secreto para evitar la multitud. Era un domingo. Fueron convidados solamente algunos testigos y la ceremonia se desarrolló en la capilla del cementerio de Burnkirch, a un cuarto de hora de la aldea. Estaban presentes, con el alcalde, señor Tresch, los padres del niño, el maestro, el jefe de estación, la directora del colegio de niñas, el profesor Lachemann, los señores Spies y Martinot. 

A las seis de la mañana, cuando empezó la misa, el poseso se puso a golpear con el pie y a revolverse en todas direcciones. Hubo que atarle los brazos y las piernas. No habían terminado las oraciones al pie del altar cuando el niño logró desatarse y arrojar las correas, de un puntapié, sobre el oficiante. El señor Martinot lo tomó entonces fuertemente sobre sus rodillas. Se puso entonces a lanzar gritos des articulados gimiendo como un perrito, gruñendo como un marrano. Ante la sorpresa de los presentes, con todo, se quedó quieto desde el Sane tus hasta el final de la misa. 

Habiéndose quitado las vestiduras litúrgicas y vestido con sobrepelliz y la estola, el cura inició entonces el exorcismo. Llegado el diálogo ritual con el Demonio, el abate Brey le ordenó que dijese cuántos eran: 

—¡No necesitas saberlo! —repuso éste secamente. Y como el sacerdote volvía a insistir le espetó el nombre de Ypes, uno de los demonios que habían poseído a su hermano. 

Durante la lectura del Evangelio de San Juan, el poseso gritaba: 

—¡No me iré! . . . 

Y llovían las injurias contra el exorcista. Tres horas consecutivas continuó la lucha. Los presentes empezaban a cansarse, a descorazonarse. Pero el buen cura, agotado él también y empapado de sudor, los exhortaba a no cejar. Durante este tiempo el alcalde, señor Tresch, tenía al niño. Exhausto, se lo pasó al profesor Lachemann, y el Diablo exclamó: 

—¿También estás tú ahí, cara chata? .. . 

Mientras tanto el cura, arrodillado delante del altar, había rezado.

Bajando del altar dijo al niño: 

—¡Te conjuro, en nombre de la Inmaculada Virgen María de abandonar a ese niño! ... 

—¡Por qué tendrá que venir éste ahora —replicó Satán iracundo— con su Gran Dama! ¡Me veo obligado a partir!...

Ante estas palabras una emoción estremecida se desató entre los concurrentes. Todos comprendieron que iba a producirse la liberación y que era por obra de la Virgen María. El abate Brey reiteró la conminación: 

—¡Me voy —aulló el demonio—, me voy a una manada de cerdos! ... 

—¡Al Infierno! —ordenó el sacerdote. 

—Quiero ir a una manada de gansos — suplicó el diablo. 

—¡Al Infierno! —repitió el sacerdote que cada vez renovaba el conjuro ritual. 

—No conozco el camino — dijo Satán —. ¡Me voy a una manada de ovejas! .. . 

—¡Al Infierno!... 

—¡Ahora tengo que irme por fuerza! — exclamó el diablo... 
 
Con estas palabras el niño se volvió a derecha e izquierda aflojando los músculos, hinchó los carrillos y tuvo un último espasmo convulsivo, luego recayó, quedándose súbitamente silencioso e inerte. Lo desataron y sus brazos cayeron sin vida, su cabeza colgando hacia atrás. Pero esto duró sólo un instante. Se le vio estirarse como un hombre que se despierta, abrir los ojos que había tenido cerrados durante todo el exorcismo y se mostró muy sorprendido de verse en una capilla con tantas personas a su alrededor. 

Desde el principio el demonio había dicho: Si me veo obligado a partir, marcaré mi partida rompiendo algo." El rosario que le habían puesto al niño alrededor del cuello y el cordón de la pequeña cruz pectoral estaban hechos pedazos. Y sin embargo, con los pies y los brazos atados no era él quien había podido romperlos. 

La escena que acabamos de relatar había conmovido a todos. Se cantó el Te Deum, las letanías de la Virgen, el Salve Regina. Las voces estaban entrecortadas por sollozos. El abate Brey se sintió más de una vez como paralizado por la emoción y las lágrimas. 

¡Testimonio único en el mundo! Queda en el pueblo de Illfurth cerca de la plaza, en un jardín, sobre el solar de la casa de los dos posesos, destruida en la actualidad, un bello monumento que perpetúa el recuerdo de los hechos que acabamos de contar. Es una columna alta, salpicada de estrellas y que tiene en la cúspide la imagen de María Inmaculada. 

En el pedestal se lee, en latín, la frase siguiente que traducimos: 

En recuerdo perpetuo de la liberación de los dos posesos, Théobald y Joseph Burner, obtenida por la intercesión de la Bienaventurada María Inmaculada, el año del Señor 1869, 

Levantado en 1872, por suscripción, este monumento es cuidadosamente mantenido en la actualidad. 

El caso de Héléne Poirier 

Antes de abordar en este capítulo el caso notable de la embrujada de Plaisance, citaremos todavía muy brevemente algunos otros casos y en primer lugar el de Héléne Poirier. Esta persona, excelente por otra parte, soportó pruebas aterradoras. Murió a la edad de ochenta años, en 1914. Sus desventuras demoníacas han sido conta das en detalle por el canónigo Champault, en un libro intitulado Una posesa contemporánea (1834-1914) (París, Téqui). El autor del libro disponía de una documentación precisa y completa. Dirigía entonces una institución en Gien (Loiret) y había sido él mismo testigo ocular de una buena parte de los hechos que relata. Además tenía en su poder el expediente voluminoso de dos curas que se habían sucedido en la parroquia de Coullons, a la que pertenecía la posesa. Y por añadidura el canónigo Champault tuvo a su servicio a esta persona durante varios años y no la perdió de vista hasta su muerte. 

¿Quién era, pues, Héléne Poirier? Una excelente muchacha del campo que ejercía la profesión de lencera. No sabríamos decir por qué esta honesta mujer fue sometida, con el permiso de Dios, a una serie de vejaciones diabólicas. Fue sucesivamente obsesionada y poseída. Sabemos que estos dos vocablos indican diferentes grados de manifestaciones diabólicas. Si podemos atribuir a esta clase de hechos una finalidad y sin la cual Dios no podría permitirla, es probable que la Providencia entiende mostrarnos de este modo los terribles peligros a los cuales estaríamos expuestos si los demonios tuvieran el campo libre. Sabemos que no tienen permiso de hacer todo lo que quieren. Felizmente para nosotros, los pobres humanos. 

Pero volvamos a Héléne Poirier. Su vida está, por decirlo así, tejida de pesadas bromas demoníacas, de vejaciones, de golpes, de traslaciones, etc., etc. 

Fue literalmente poseída, durante seis años, y por lo menos dos veces. Las dos veces fue sometida al exorcismo. En los intervalos, recaía en obsesiones más o menos violentas. Fue, en cierto sentido, víctima del demonio y mártir de su crueldad durante la mayor parte de su existencia. 

En ella se verificó, por lo demás, lo que el abate Saudreau nos enseñó; a saber, que el coraje y la paciencia de los posesos pueden trocarse para ellos en fuente de gracias eminentes. 

En la segunda parte de su vida, en efecto, Héléne Poirier fue favorecida, paralelamente con los ataques del Demonio, por consolaciones maravillosas, intervenciones de su ángel guardián, visiones de la Santísima Virgen y del mismo Jesucristo. 

Para darnos una idea de la violencia de las persecuciones inferna les, en el caso de ella, estamos frente a hechos innumerables de los cuales damos una muestra. 

Cuando vivía con su madre, en la más extrema pobreza, Héléne recibía de su enemigo invisible, ante los ojos de su madre impotente, cachetadas, puñetazos, puntapiés, y hasta sufría tentativas de estrangulación. Y no eran éstas ilusiones ni imaginación porque sus brazos, su rostro, sus piernas mostraban a veces, durante semanas, los rastros del mal tratamiento que le infligían. 

El Diablo se mostraba a ella bajo las formas más horribles. La aplastaba con su peso, la arrojaba al suelo — esto un número in calculable de veces —, le soplaba en la cara. 

Las traslaciones fueron muchas: consistían en que Héléne se veía asida del cabello, siempre por una fuerza invisible, arrastrada por la habitación donde se encontraba, levantada del piso y finalmente arrojada, media estrangulada, sobre su cama. Cierta vez, hasta llegó súbitamente a ser asida por la cabeza y llevada por encima de las casas vecinas en un recorrido de cuarenta metros. 

Por la noche, le ocurría con frecuencia lo que hemos visto a propósito del cura de Ars: un espíritu infernal sacudía rudamente los cortinajes de su cama, hacía deslizarse las varillas de una punta a la otra en ambos sentidos y esto durante horas. Héléne pedía auxilio. Llegaban las gentes. Hubo hasta veinte testigos ante los ojos de quienes las cortinas del lecho sufrían los fenómenos indicados. Y los nombres de estos testigos están citados, para que no tengamos duda alguna sobre la realidad de los hechos. 

 iSi Héléne Poirier ha sabido santificarse a través de tanta miseria, más de uno de nosotros suplicará a Dios de no conducirlo a la santidad por este camino aterrador y bárbaro! 

Otros dos casos de posesión 

En el libro que consagró a los posesos de Illfurth, el canónigo Frangois Gaquére relata también, con muchos menos detalles, el caso de otros dos posesos, acontecido en fecha un poco más reciente. Nos limitamos a indicarlos brevemente. 

Primeramente se trata de una joven africana de raza cafre, Claire Germaine Céle, de Natal, África del Sur, de diecisiete años y que fue poseída dos veces y dos veces liberada, la primera mediante el exorcismo del 10 de septiembre de 1906, y la segunda por el 24 de abril de 1907. Esta joven indígena, bautizada en la cuna, había sido educada por las religiosas de la Misión. La familia estaba desunida por los malos entendidos. Se desarrollaban frecuentes querellas. La joven, de salud muy delicada, se mostraba muy lunática. Después de la primera comunión no tardó en abandonar la práctica de los sacramentos. Sus ojos se iluminaban con un brillo sombrío. Por las noches se agitaba; se la oía gritar como demente: "¡Estoy perdida! ¡He hecho una confesión y una comunión sacrílegas! ¡Voy a ahorcarme! . . Cierto día entregó al padre Erasme, misionero, una nota en la cual le decía ¡que estaba vendida al diablo! El 20 de agosto de 1906 se mostró más atormentada que de costumbre. Rechinaba los dientes, ladraba como perro, pedía auxilio. 

—Hermana —clamaba—, ¡haz venir al padre Erasme! Quiero confesarme y decirlo todo. Pero pronto, porque el demonio quiere matarme. Me domina. No tengo nada bendito y he perdido todas mis medallas. . . 

Hasta ahí podía creerse en simples crisis de demencia. Pero varios síntomas muy definidos demostraron que se trataba, por cierto, de una posesión. Germaine tenía horror por todos los objetos benditos y los rechazaba diciendo que la quemaban. Conocía cosas lejanas y secretas. Comprendía todos los idiomas que se le hablaban y repetía en latín largas fórmulas del Ritual, y hasta corregía los errores de los demás en esta recitación. El demonio que la habitaba era muy charlatán y se dedicaba a revelar la conducta íntima y los pecados secretos de los presentes, lo cual hacía huir a la mayoría. Ante las invocaciones de Jesús y María entraba en furor. Con res pecto a la pobre posesa mostraba la más cruel diversidad de acción. Ora la levantaba por los aires, sin que fuerza alguna pudiera retenerla, ora hinchaba su pecho o su vientre, ora su cabeza cobraba una apariencia monstruosa, sus mejillas se inflaban como globos, su cuello se alargaba y un bocio espantoso aparecía. Bajo la piel se le formaba una bolilla que circulaba a través de todos sus miembros. Otras veces se arrastraba por el suelo a modo de serpiente, sacando velozmente la lengua. Y sin embargo bastaba con una aspersión de agua bendita o una bendición de algún sacerdote para hacer cesar todas estas vejaciones. En total el espectáculo de esta posesión y de sus manifestaciones tuvo, para muchos espectadores, el efecto más eficaz. Se produjeron conversiones y la piedad creció en muchas personas. Los exorcismos que por dos veces liberaron a la desgraciada, demostraron el poder de las oraciones de la Iglesia. El supremo exorcismo fue realizado por el obispo en persona, monseñor Henri Delalle. Su prueba se terminó, pues, como la de los niños de Illfurth, que tampoco volvieron a ser atormentados, pero que murieron jóvenes también: el mayor, Thiébaut, a los dieciséis y el segundo, Joseph, en 1882, a los veinticinco años. 

Las posesas de Phat-Diem 

El segundo caso de posesión relatado por el canónigo Gaquére fue un fenómeno colectivo. Los hechos han sido consignados en el exce lente Bulletin de la Société des Missions etrangéres de Varis (Boletín de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París), publicado en Hong Kong, en el transcurso de los años 1949-1950. El autor de los artículos era monseñor de Cooman, actualmente vicario apostólico de Thanhoa. Las posesiones en cuestión habían ocurrido, en 1924-25, en Phat-Diem, en la provincia de Nonh-Binh, en Tonkín. 

La primera víctima fue una novicia joven del convento de las "Amantes de la Croix", una congregación indígena. La cosa se inició con ruidos violentos, golpes asestados a la novicia por una mano invisible, piedras y palos arrojados no sólo a Marie Dien, la novicia en cuestión, sino sobre las personas que acudían en su ayuda. 

¿De dónde podía provenir tal persecución?' No siempre puede saberse en los casos de posesión. Daremos más adelante ejemplos en los que el origen de la posesión se hace ver con evidencia: interven ción de brujos que tienen un pacto con el Demonio. En el caso de Germaine Cele, que acabamos de resumir, se trataba de comuniones sacrílegas. En el de los dos posesos de Illfurth, se había hecho la conjetura de la intervención de una mujer sospechosa de brujería que había hecho comer una manzana a los niños. En el de Marie Dien, ha bía un joven de veinte años llamado Minh que había hecho un peregrinaje a una famosa pagoda pagana, la de Dén-Song, para pedir a los "genios" la mano de la joven. El 22 de septiembre de 1924, el diablo, al mismo tiempo que golpeaba a Marie Dien en el rostro y la boca, le dijo:

—¡Ya va la tercera vez que vienen a la pagoda para pedir tu mano! ¡Terminaré por hacerte mía! 

Las persecuciones más extrañas se produjeron, en efecto, durante cerca de dos años, sembrando el terror entre las novicias: ruidos horribles, cantidad de proyectiles que venían de no se sabía dónde, tales como piedras, pedazos de maderos, papas, botellas vacías, o si no chillidos de pájaros, relinchos de caballos, cornetas de autos, portazos, risas sarcásticas o sollozos desgarradores, estallidos de truenos, en una palabra, todo lo que ya hemos visto en Ars en las infestaciones a las cuales fue sometido el abate Vianney. 

Pero lo más grave fue que otras novicias sufrieron ataques a su vez. Fue en el convento como un contagio estrambótico. Las novicias se trepaban sobre los "aréquiers", especie de palmeras de tronco fino que se elevan hasta ocho o diez metros de altura. Para contrarrestar esta manía hubo que colocar pequeños crucifijos en los troncos de los árboles. Hubo huidas tan inconscientes que las novicias no se acordaban, a renglón seguido, de nada. Pero la presencia del demonio se manifestó claramente por el conocimiento de los idiomas y de secretos imposibles de ser penetrados en forma explicable. Finalmente se decidió realizar los exorcismos. No eran menos de catorce posesas, lo cual hace pensar en el caso histórico de las Ursulines de Loudon, en el siglo XVII. La batalla fué larga y dura. El diablo partía, pero volvía en forma más aterradora. La perseverancia de los exorcistas lo venció por fin. En el mes de diciembre de 1925 el noviciado de Phat-Diem encontró de nuevo la paz definitivamente. En 1949, cuando relataba estos hechos, monseñor de Cooman comprobó que una paz bienhechora y el fervor más notable reinaban ininterrumpi damente en el convento de las "Amantes de Ja Croix". Tres de las antiguas posesas habían sido excelentes superioras del convento. Marie Dien misma, la primera perseguida, había ejercido después a la perfección las funciones de maestra de novicias en el convento de Thanhoa, y murió allí con los más altos sentimientos de piedad, el 6 de agosto de 1944. Estas religiosas, actualmente en número de trescientas profesas, se refugiaron, en su mayor parte, en el Vietnam del Sur donde continúan su admirable apostolado.

Presencia de Satán en el mundo moderno
Monseñor Cristiani
Capitulo V