En Ars
En el presente capítulo vamos a agrupar cierto número de casos
de posesión que se encuentran escalonados desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta la primera mitad del XX.
Tomaremos a Ars, nuevamente, como nuestro punto de partida.
Pero volvemos a encontrar allí al santo cura, no ya como sujeto a
las infestaciones diabólicas, sino echando al demonio por la fuerza
de sus exorcismos.
He aquí, primeramente, un hecho que tuvo por testigo al herrero
del pueblo, Jean Picard, el cual declaró en el proceso de beatificación.
Una posesa había sido llevada a Ars por su propio marido. La
mujer estaba furiosa y lanzaba gritos desarticulados. Imposible comprender nada de lo que decía. El cura de Ars, después de haberla
examinado, comprendió que estaba bajo la influencia de la acción diabólica y declaró que era necesario llevarla al obispo de su diócesis.
Súbitamente, la mujer recobró la palabra y fue para maldecir en los
siguientes términos:
"¡Bien! ¡Bien! ;La criatura volverá allá!. .. ]Ah, si yo tuviera el
poder de Jesucristo los hundiría a todos en los infiernos!
"—
Pues mira, conoces a Jesucristo — dijo en seguida el abate
Vianney—. ¡Y bien! Llévenla al pie del altar mayor."
Cuatro hombres se apoderaron de ella y pese a su resistencia la
depositaron donde el cura había dicho.
Extrayendo entonces su gran relicario que siempre llevaba en el
bolsillo, el abate Vianney lo apoyó sobre la cabeza de la posesa, la
cual cayó al suelo como si estuviera muerta. Al cabo de un instante
se irguió sin ayuda y salió con paso rápido de la iglesia. Una hora
más tarde regresó muy tranquila, tomó agua bendita para santiguarse
y se arrodilló. Estaba completamente liberada. Se quedó en Ars con
su marido durante tres días más, como ejemplo edificante para los
peregrinos por su bondad y su piedad.
¡La acción del cura de Ars había sido pues extraordinariamente
eficaz!
Lo mismo ocurrió en el caso siguiente: Se trataba esta vez también
de una mujer, pero acompañada de su hijo. Ambos provenían de los
alrededores de Clermont-Ferrand. Hacía cuarenta años que esta mujer
sufría y se la creía poseída por el demonio. En Ars mismo, demostró
en efecto síntomas muy claros. Se la vio bailar parte del día, cantando,
cerca de la iglesia. Hasta ahí podría tratarse de un caso de simple
demencia. Pero revelador fue que al darle de beber unas gotas de
agua bendita se puso súbitamente furiosa y empezó a morder los
muros de la iglesia.
Un sacerdote extranjero que se hallaba presente tuvo piedad de
ella. La condujo al camino por donde debía pasar el abate Vianney
entre la curia y la iglesia. El santo apareció en efecto y dio a esta
mujer, cuya boca estaba llena de sangre, una simple bendición. Inmediatamente la desgraciada se tranquilizó completamente ¡y las terribles
crisis que sufría desde hacía tantos años no volvieron jamás!
Un tercer caso provenía de la diócesis de Avignon. Una joven
maestra que daba señales de posesión demoníaca, fue llevada por orden
del obispo que había estudiado su caso personalmente, al cura de Ars.
Iba acompañada de un vicario de la parroquia de San Pedro, de
Avignon, y de la Superiora de las Franciscanas de Orange. Llegaron
a Ars en la noche del 27 de diciembre de 18 57. Al día siguiente
por la mañana la hicieron entrar en la sacristía, en el momento en
que el santo cura revestía los ornamentos para celebrar la misa. Pero
en seguida la posesa se puso a gritar, tratando de huir:
"—Hay demasiada gente aquí —exclamaba.
"—Hay demasiada gente —repuso el cura—; ¡pues bien! ¡Saldrán todos!"
Y ante una señal de su mano se quedó solo frente a frente con
Satán. Al principio sólo se oyó desde adentro de la iglesia un ruido
confuso y violento. Luego el tono se elevó aún más. El vicario de
Avignon, vigilante junto a la puerta, pudo desde ese momento captar
el siguiente diálogo:
"—¿Quieres entonces salir a todo trance? — decía el abate
Vianney.
"—¡Sí!
"
—iY por qué?
"—¡Porque estoy con un hombre que no quiero!
"—¿No me quieres entonces? —preguntó el cura con tono irónico.
"—No —gritó el espíritu infernal. Y este ¡No! estaba proferido en tono estridente y furioso."
Pero casi en seguida la puerta volvió a abrirse. Todos pudieron
ver a la joven maestra llorando de alegría y, en adelante recatada y
modesta, con una expresión de agradecimiento en el rostro. ¡Estaba
liberada! Pero de pronto un sentimiento de temor volvió a asaltarla
y volviéndose hacia el abate Vianney le dijo:
"—¡Tengo miedo que él regrese!
"—No, hija mía — le contestó el santo hombre —, o no tan
pronto."
La joven pudo volver a su pueblo y a sus funciones de educación
en la ciudad de Orange. ¡Y él no retornó!
Otro ejemplo memorable de la acción del abate Vianney en sus
encuentros con Satán: Era una tarde, el 23 de enero de 1840. Una
mujer llegaba del Haute Loire, de los alrededores de Puy, acababa
de arrodillarse en el confesionario del cura de Ars. Pero en el momento
en que éste le urgía que empezara la confesión de sus pecados se
oyó súbitamente una voz amarga y fuerte que exclamaba:
"¡No he cometido más que un pecado y doy parte de este bello
fruto a todos los que quieran compartirlo! Levanta la mano y absuélveme. ¡Ah, la levantas bien, algunas veces, para mí, porque estoy
a menudo junto a ti en el confesonario!"
Comprendiendo que tenía que vérselas con el demonio, pero queriendo estar seguro de ello, el abate Vianney le hizo en latín la pregunta del Ritual:
"—Tu quis es? (¿Quién eres tú?)
"—Magister Caput! (el Maestro en Jefe) —replicó el otro, luego
continuando en francés exclamó:
"—¡Ah, sapo negro, cuánto me haces sufrir! Siempre dices que
quieres marcharte. ¿Por qué no lo haces?. .. ¡Hay sapos negros que
me hacen sufrir menos que tú!
"—Voy a escribirle a monseñor — respondió el cura — para hacerte salir.
"—Sí, pero haré temblar tanto tu mano que no podrás escribirle... ¡No te escaparás, no creas! ¡He ganado a más fuertes que
tú!. .. ¡Y todavía no estás muerto! Sin esta.. . (aquí una palabra
grosera para designar a la Santísima Virgen), que está allí arriba,
no te escaparías; pero ella te protege, con ese gran dragón (evidentemente San Miguel) que está en la puerta de tu iglesia. .. ¿Di,
por qué te levantas tan temprano? Desobedeces a la túnica violeta
(a tu obispo). ¿Por qué predicas con tanta sencillez? Eso te hace
pasar por un ignorante. ¿Por qué no predicas en grande como en las
ciudades?"
Y las invectivas continuaron así todavía largo rato, contra varios
obispos y varias categorías de sacerdotes. ¡Pero Satán tuvo que reconocer, a pesar suyo, que el cura de Ars era un verdadero servidor
de Dios!
Monseñor Trochu, que relata esta batalla, no dice cómo terminó,
pero podemos suponer que terminó, como todas las otras, con la
derrota de Satán.
Es de notar que en este caso existe, a la vez, posesión de una
mujer e infestación del santo cura por el Diablo.
Citemos, por fin, la cura de una posesa por el abate Vianney en
el extremo final de su vida. Era el 25 de julio de 1859. Debía acostarse al día siguiente para no volver a levantarse. Le llevaron no sin
trabajo, hacia las ocho de la noche a "una mujer que pasaba por
posesa". Su marido que estaba con ella entró con la mujer en el presbiterio. El abate Vianney se reunió con ellos. ¿Qué ocurrió? No se
sabe con precisión, pero lo seguro es que la mujer fue liberada. Un
buen número de testigos que se hallaban en la puerta del presbiterio
la vieron salir de golpe, libre y contenta. Pero uno de ellos dijo: "Se
oyó en el patio un ruido semejante al de las ramas de árbol violentamente quebradas. Esto hizo un ruido tan tremendo que los presentes
se espantaron. Ahora bien, añade el señor Oriol en su declaración,
¡cuando yo entré en la curia después de la oración de la noche, vi
que los saúcos estaban intactos!"
Una vez más posesión e infestación se habían unido.
Los posesos de Illfurth
Salimos de Ars que acaba de darnos bastantes casos de posesión,
llegados de distintas regiones de Francia. Y nos trasladaremos a Alsacia.
El cura de Ars acababa de morir el 4 de agosto de 1859. Los hechos
de posesión que vamos a recordar se desarrollan en Illfurth entre 1864
y 1869. Advirtamos que Illfurth está situado a siete kilómetros de
Altkirch, en el confluente del 111 y del Largue, y sobre el canal del
Rhóne al Rhin, distrito de Mulhouse. Era entonces un pueblo grande
de 1.200 habitantes.
Las víctimas del Demonio en esta localidad fueron dos hermanos,
el uno Thiébaut Buerner, de nueve años, el otro Joseph, de siete
solamente. Hacia fines del año 1864, presentaron el uno y el otro
síntomas de una enfermedad que desconcertó a los médicos. En septiembre de 1865 aparecieron fenómenos completamente anormales.
Los dos niños, por ejemplo, si se acostaban de espaldas podían volverse
y revolverse como trompos vivientes, a una velocidad increíble. Pero
esto no era todo: eran víctimas a veces de hambres insaciables. Sus
vientres se les inflaban en forma desmesurada. Decían que tenían en
el estómago como una bola y que un animal vivo se movía dentro de
ellos de arriba abajo.
Y todavía más que eso: a veces si estaban sentados en una silla,
ésta se levantaba con ellos, movida por una mano inasible y permanecía en el aire sin razón aparente. Hemos visto más arriba, junto con
Saudreau, que éstas son señales precursoras, reveladoras de la posesión.
Estas señales tenían en Illfurth innumerables testigos, personas reposadas e instruidas, que no se dejaban llevar a creer, sin pruebas,
extravagancias como las que nos informa la crónica. El señor Gruninger, cuya obra hemos citado largamente en el capítulo anterior,
atestigua que entre los testigos de los hechos acaecidos en Illfurth se
hallaba su propio padre y que éste ha informado muchas veces lo que pasaba. Por lo demás, se hablaba de ello en toda la región.
Era imposible que en una diócesis tan esclarecida como la de Estrasburgo, no se les ocurriera muy pronto a algunos católicos y sacerdotes que podía existir ahí un caso de posesión. Se trató de poner la
cosa en claro. Hubo ensayos de exorcismo al cabo de los cuales los
demonios fueron conminados a dar sus nombres.
Hemos anotado hace un instante las palabras sacramentales que
pronunció el cura de Ars en un caso semejante: (Tu quis es?
(¿Quién eres tú?)" Conminados a nombrarse, los espíritus infernales, al no encontrarse tal vez frente a una autoridad tan imponente
como la del santo hombre de Ars, se negaron a hacerlo durante mucho
tiempo. Por fin, sin embargo, se supo que habían por lo menos dos
espíritus diabólicos en cada niño. El mayor, Thiébaut estaba atormentado por dos demonios que pretendían llamarse Ypés y Oribas.
El más joven de los dos varones tenía en el cuerpo un demonio llamado Zolathiel, pero nunca se pudo llegar a saber el nombre del otro.
Las señales reveladoras de la posesión indicadas en el Ritual Romano se verificaron en el caso de los dos chicos por cuanto hablaban
los idiomas más diversos, o por lo menos contestaban las preguntas
que se les hacían en latín, inglés, francés, alemán o en el dialecto
local. Este conocimiento de los idiomas que nunca habían aprendido
era ya un indicio concluyente. Otro indicio era la aversión insuperable por el agua bendita y en general por los objetos benditos. Tercer
indicio: predicción de los acontecimientos que iban a ocurrir. Era
inútil turnarse para interrogar a los dos jóvenes posesos. Estos daban
pruebas de una ciencia muy impropia de su edad y de su instrucción
al no dejar sin respuestas ninguna pregunta que se les hacía, inclusive
sobre problemas difíciles o embarazosos. Esta ciencia no era evidente
mente natural. Era, entonces, preternatural, pero todas las circunstancias tendían a probar que no era angélica, sino indiscutiblemente
diabólica.
Estos hechos fueron pronto conocidos en toda Alsacia. El rumor
se extendió hasta París. El obispado de Estrasburgo, como era su
obligación canónica, hizo iniciarse una investigación. Por su parte el
subprefecto de Mulhouse, a pedido de la Prefectura del Alto Rin, daba
la orden al brigadier de gendarmería Werner, de redactar un informe
sobre los hechos.
Werner se dirigió al lugar. Si tenía un prejuicio, era desfavorable.
Estaba convencidísimo que en pleno siglo XIX la creencia en el Diablo
era un infantilismo inadmisible. Pero no tardó en salir de su error
cuando estuvo en el lugar. Ocurrían, decididamente, en Illfurth,
cosas que estaban más allá de su entendimiento.
La autoridad eclesiástica por su lado había llegado a la conclusión
que se imponía desde hacía mucho tiempo, a saber, que el exorcismo
debía practicarse en el caso de los dos niños. Entre tanto, éstos habían
crecido. Se estaba, efectivamente, en 1869. Las "diabluras" duraban
desde hacía casi cinco años. Thiébaut, el mayor de los dos posesos,
contaba entonces catorce años y su hermano doce.
La liberación iba a producirse en dos tiempos, es decir, los dos
hermanos, uno después del otro.
Liberación
de
Thiébaut
Sobre el exorcismo que fue operado en el orfelinato de San Carlos,
Schiltigheim, tenemos el relato de un libro muy reciente; el del cura
de Eichhoffen, en Alsacia, padre Suter, y de Francois Gaquére, doctor
en letras y en teología, canónigo de Arras, bajo el título: En lucha
con Satán. Los posesos de Illfurth.
(Ediciones Marie-Mediatrice en
Gen val, Bélgica, 1957.)
Recordemos primeramente el horror que el joven poseso manifestaba por las cosas sagradas y eso que pertenecía a una familia cristiana
y había sido educado en la fe.
"Para él — dice en esta obra — una iglesia era una porquería, el
agua bendita una chanchada, los sacerdotes unas faldas negras, unos
clerizontes, las hermanitas de caridad unas basuras, los católicos unos
roñosos, los niños, unos perros cachorro."
No cabe duda que es el demonio el que habla por su boca. Cuando
manifiesta su presencia, el niño está como en éxtasis, postrado como
un muerto. El chico, que es por lo demás apuesto aunque pálido y
melancólico, tiene el aspecto de un desgraciado.
En el orfelinato donde lo habían llevado se mostraba tranquilo y
no hacía más que jugar en el patio y pasearse. Nunca había sabido
francés, pero contestaba en un lenguaje implacable y respondía también en latín, si se le hablaba en este idioma, por más que él no
empleaba nunca primero este último idioma que jamás había aprendido. Andaba libremente por todo, menos por la capilla. En cuanto
se acercaba al santuario, aun cuando le vendaban los ojos para que
no supiera dónde lo conducían, se endurecía, ladraba como un perro,
rehusaba avanzar. Su rostro se tornaba horrible. Si se le asperjaba
con agua bendita, se retorcía como un gusano que se aplasta y no
volvía a serenarse más que cuando se le dejaba alejarse. El día elegido
para el exorcismo era el 3 de octubre de 1869. Fue necesario llevar
por la fuerza al chico hasta la capilla donde se le ató a un sillón
mientras lo sujetaban además tres hombres: Schrantzer, Hausser y el
jardinero, Andrés. Se hallaba sobre una alfombra, frente al comulga
torio, con el rostro vuelto hacia el tabernáculo. Sus mejillas habían
enrojecido como si tuviera fiebre. De sus labios salía una espuma que
caía al piso. Se volvía y revolvía en todas direcciones, como si hubiera
estado sobre una parrilla, y buscaba con los ojos la puerta. El exorcista era el padre Souquat, provisto de los poderes de monseñor Racss,
obispo de Estrasburgo. En el primer momento tuvo una vacilación
muy comprensible, cuando oyó de boca del niño, que conocía apenas,
esta exclamación brutal pronunciada con voz ronca y violenta:
"¡Déjate de jorobar! ¡Fuera de aquí, roñoso!"
Desconcertado, casi desarmado, el exorcista, a quien rodeaban
altas personalidades eclesiásticas y algunas religiosas, se dominó y
empezó las letanías de los santos. Al oír las palabras: "¡Santa María,
ruega por nosotros!" el diablo lanzó un grito aterrador: "¡Sal de la
porquería, roñoso! —bramaba—. ¡No quiero!" Y repetía estas palabras en cada invocación de un santo. Había gritado más fuerte sobre todo cuando había oído: "¡Santos ángeles y arcángeles, rogad
por nosotros!" Poco después, cuando el exorcista pronunció: "¡De
los lazos del demonio, libéranos Señor!" se vio al poseso sacudirse y
temblar todo entero. Empezó a lanzar aullidos, haciendo contorsiones
frenéticas, ¡a tal punto que los tres hombres que lo sujetaban tenían
dificultad en dominarlo!
Las letanías terminaron, el padre se colocó frente al niño y siguió
con las oraciones del Ritual.
El poseso no cesaba de gritar: "¡Fuera de la porquería, roñoso!"
Pero cuando el exorcista pronunció en latín las palabras Gloria Patri
et Filio, etc., el diablo, por boca del desgraciado niño quien, natural
mente, ignoraba el latín gritó: "No quiero!" Lo cual fue interpretado: "no quiero rendir gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo."
Antes de leerle el Evangelio según San Juan, como está prescrito en
el Ritual, el padre trazó sobre él la señal de la cruz, pero sucesiva
mente sobre la frente, sobre la boca y sobre el corazón, lo cual provocó nuevos aullidos. El poseso hasta trató de morderle la mano. El
padre Souquat entabló entonces el siguiente diálogo, en alemán:
—¡Espíritu de las tinieblas, serpiente aplastada, yo, sacerdote del
Señor, te ordeno, en nombre de Dios, que me digas quién eres!
—¡Eso no te importa, roñoso, lo diré si quiero! . . .
—Esa es la misma actitud y la palabra altivas que tuviste con el
Todopoderoso, cuando te echó del Cielo. ¡Pero yo te lo repito, sal de
aquí, Satán, sal de esta iglesia! ¡No es a la casa de Dios, sino a las
Tinieblas adonde tú perteneces!
—¡No! — gritó Satán —. ¡No quiero: no ha llegado aún mi hora!
El exorcismo duraba ya tres horas. El sacerdote se hallaba agotado
por el cansancio y empapado en sudor. Tuvo que suspender la ceremonia. En cuanto el niño hubo salido de la capilla se serenó.
Por la noche hizo esta reflexión al abate Schrantzer, que había llevado esa tarde al exorcista en coche:
—¡Ah, has hecho bien en deslizarle una medalla!
—¿A quién?
—¡Al cochero, pues!
El abate había dado, efectivamente, una medalla de San Benito
al cochero que los llevaba, pero Thiébaut no había podido, sin lugar
a duda, ver ese gesto. El padre prosiguió:
—¿Cómo sabes eso? ¿Qué hubieras hecho sin eso?
—Hubiera volcado el coche con caballos y todo. ¡Yo galopaba al
costado! ...
—Oye, te hemos atormentado mucho: ¿sabes quién te bendijo? ...
—Sí, claro que sí, ya ha echado a uno de nuestros señores ...
En realidad el padre Souquat, bastantes años atrás, había echado
al demonio de una casa. Pero ¿como podía saberlo el niño?
Estos pequeños detalles confirmaron al padre Souquat en la convicción que ya tenía de que Thiébaut estaba realmente poseído.
Se preparó en consecuencia la segunda sesión.
El asalto
supremo
Al día siguiente, lunes 4 de octubre de 1869, a las dos de la tarde,
en presencia de los mismos testigos, se inició de nuevo el exorcismo.
Habían atado fuertemente al niño en el sillón rojo y le habían
puesto una camisa de fuerza. El diablo no dejó por ello de manifestar
su presencia. Súbitamente, en efecto, se vio al sillón con el niño elevarse por los aires, a pesar de los esfuerzos de tres fuertes muchachos
que se aferraban a él para sujetarlo, y que fueron arrojados a derecha
e izquierda. En el mismo momento, el poseso lanzaba horrendos rugidos y de su boca salían chorros de espuma.
Consiguieron dominarlo, sin embargo, y el exorcismo empezó. Al
cabo de dos horas, después de haber leído las letanías y acabado las
oraciones del Ritual, el padre se levantó e interpeló de nuevo al demonio en estos términos:
—Ahora, espíritu impuro, te ha llegado el momento. En nombre
de la Iglesia Católica, en nombre de Dios, en mi nombre, sacerdote de
Dios, te ordeno que me digas cuántos son.
—¡Eso no te importa, roñoso!
—¡Esa es justamente la palabra de orgullo que tú tienes y que
dicen en el Infierno! ¡Perteneces al abismo y no a la luz! ¡Regresa
a él, espíritu impuro! . . .
—¡No quiero volver allí: quiero ir a otra parte! . . .
—¡Pues bien, Satán! ¡Te ordeno que me digas cuántos son! . ..
—Somos nada más que dos.
—¿Cómo te llamas tú?"
—Oribas.
—¿Y el otro?
—Ypés.
—¡Pues bien, espíritus impuros, os lo ordeno, salid de la casa de
Dios: nada tenéis que hacer aquí! ¡Espíritus de perdición, salid de
aquí: os lo ordeno en el nombre del Santísimo Sacramento! . . .
—¡No quiero! ¡Roñoso! ¡No tienes ningún poder: mi hora no
ha llegado todavía!
De nuevo el exorcista estaba empapado en sudor. Temblaba. Los
presentes no estaban menos emocionados y hasta espantados. El padre
Souquat volvió, no obstante, a la lucha. Tomando un crucifijo lo
elevó delante del poseso, diciendo:
—Miserable Satán, no te atreves a mirar de frente esta imagen y
vuelves el rostro para no verla y desafías al sacerdote. ¡Te lo ordeno,
sal de aquí y regresa al Infierno que te está reservado! .. .
—¡No quiero —gritó el demonio—, no se está bien allá!...
—Debiste obedecer a Dios, pero elegiste tu desgracia. Preferiste
ser un espíritu de las tinieblas. Retírate de la luz y vete a las tinieblas
que te han sido preparadas.
—Mi hora no ha llegado todavía: ¡no iré! . . .
Tomando entonces una vela bendecida por el Santo Padre, el exorcista insistió:
—Orgulloso Satán, te pongo esta vela sobre la cabeza para indicarte
el camino del Infierno. Esta es la luz de la Iglesia católica y tú eres
el espíritu de las tinieblas. Sí, regresa al Infierno para reunirte allí
con los compañeros a los cuales perteneces.
—¡Me quedo aquí, porque se está bien, mientras que en el Infierno no se está bien! ...
Para terminar, el padre tomó en sus manos una pequeña imagen
de la Virgen María:
—¿Ves a la Santísima Virgen? ¡Una vez más Ella va a aplastarte
la cabeza! Ella va a marcarte y a imprimirte en el pecho los nombres
de Jesús y María, para que te quemen eternamente ... Entonces ¿no
quieres ceder? Te lo he ordenado en nombre de Jesús, en nombre de
la Iglesia católica, en nombre de Su Santidad el Papa, en nombre del
Santísimo Sacramento. ¡Permaneces sordo a la voz del sacerdote!
¡Pues bien, Satán! ¡Ahora, es la Madre de Dios quien te lo ordena!
Ella te ordena que salgas de aquí. ¡Espíritu impuro, huye del rostro
de la Inmaculada Concepción! ¡Ella te ordena que te marches! ...
Mientras tanto todos los asistentes se pusieron a rezar el Memorare,
en latín.
Súbitamente, con una voz poderosa de bajo, el diablo exclamó:
—¡Pues bien! ¡Me marcho!...
Se vio entonces al pobre poseso enroscarse como un gusano que
se aplasta. Se oyó un crujido sordo. El niño se aflojó, se inclinó y
cayó sin conocimiento. ¡El demonio había partido!
El espectáculo era impresionante para los testigos horrorizados.
Habían visto un instante antes el rostro de Thiébaut enrojecido, amenazador, lleno de ira, y habían oído las respuestas arrogantes de Satán.
Y luego el niño reposaba, en un sueño que duró una hora. Estaba
liberado. Cuando le presentaron al Cristo, cuando lo asperjaron con
el agua bendita no tuvo más reacción. Se dejó llevar lentamente a su
cuarto. Al cabo de cierto tiempo se despertó, se frotó los ojos, se
mostró asombradísimo al ver a su alrededor a tantas personas que no
conocía.
—¿Me reconoces? — le preguntó el abate Schrantzer que había
hablado con él el día anterior.
—¡No —repuso el niño—; no lo conozco!
La madre se hallaba presente. Lanzó un grito de alegría. Su
Thiébaut que había estado sordo por obra del demonio oía ya normal
mente y estaba liberado. Todos los presentes alabaron a Dios por
haber dado a su Iglesia un poder tan grande. La madre y el niño
regresaron a Illfurth, con la esperanza de ver liberado pronto, a su
vez, al segundo de los posesos.
La liberación
de
Joseph
Lo curioso era que al regresar a su casa Thiébaut no recordaba
nada. Los cuatro años que acababa de vivir en estado de posesión se
habían borrado de su memoria. No reconoció al cura, el muy piadoso abate Brey, a quien se comparaba con el cura de Ars y que tenía,
como éste, decían, infestaciones diabólicas. No recordaba haber visto
la nueva alcaldía. Había llevado de Estrasburgo medallas benditas
que regaló a su hermano. Pero Joseph las arrojó al suelo diciéndole:
—¡Guárdatelas! ¡Yo no las quiero!
—¿No se ha vuelto loco? — observó Thiébaut a su madre. Esta
se guardó bien de decirle que él también había pasado por ese estado.
El niño no se acordaba de nada.
El miércoles 6 de octubre de 1869, el joven poseso gritó de
pronto:
—Mis dos camaradas — comprendieron que se trataba de Oribas
y de Ypés, los dos demonios echados de Thiébaut — son dos cobardes. Ahora soy el amo y el más fuerte. No me iré de aquí hasta dentro de seis años. Me río de los clerizontes.
—¿Eres entonces tan fuerte? —le preguntó el alcalde, señor
Tresch, excelente cristiano.
—Ciertamente — repuso —, me gusta estar aquí donde me he
instalado muy bien. Me establezco en un dulce nido y no lo dejo
sino cuando me place . . .
Sin demora, no obstante, el abate Brey había pedido al obispo la
autorización para practicar el exorcismo. Mientras Thiébaut había
vuelto a ser el niño bueno de antes; iba a la iglesia y al colegio, se
confesaba y no se acordaba más de sus cuatro años de posesión, el
estado de Joseph no cesaba de empeorar. Por fin llegó la autorización del obispado y el cura fijó para el 27 de octubre el exorcismo.
Se guardó sin embargo el secreto para evitar la multitud. Era un
domingo. Fueron convidados solamente algunos testigos y la ceremonia se desarrolló en la capilla del cementerio de Burnkirch, a un
cuarto de hora de la aldea. Estaban presentes, con el alcalde, señor
Tresch, los padres del niño, el maestro, el jefe de estación, la directora del colegio de niñas, el profesor Lachemann, los señores Spies y
Martinot.
A las seis de la mañana, cuando empezó la misa, el poseso se puso
a golpear con el pie y a revolverse en todas direcciones. Hubo que
atarle los brazos y las piernas. No habían terminado las oraciones al
pie del altar cuando el niño logró desatarse y arrojar las correas, de
un puntapié, sobre el oficiante. El señor Martinot lo tomó entonces
fuertemente sobre sus rodillas. Se puso entonces a lanzar gritos des
articulados gimiendo como un perrito, gruñendo como un marrano.
Ante la sorpresa de los presentes, con todo, se quedó quieto desde el
Sane tus hasta el final de la misa.
Habiéndose quitado las vestiduras litúrgicas y vestido con sobrepelliz y la estola, el cura inició entonces el exorcismo. Llegado el
diálogo ritual con el Demonio, el abate Brey le ordenó que dijese
cuántos eran:
—¡No necesitas saberlo! —repuso éste secamente. Y como el
sacerdote volvía a insistir le espetó el nombre de Ypes, uno de los
demonios que habían poseído a su hermano.
Durante la lectura del Evangelio de San Juan, el poseso gritaba:
—¡No me iré! . . .
Y llovían las injurias contra el exorcista. Tres horas consecutivas
continuó la lucha. Los presentes empezaban a cansarse, a descorazonarse. Pero el buen cura, agotado él también y empapado de sudor,
los exhortaba a no cejar. Durante este tiempo el alcalde, señor Tresch,
tenía al niño. Exhausto, se lo pasó al profesor Lachemann, y el Diablo exclamó:
—¿También estás tú ahí, cara chata? .. .
Mientras tanto el cura, arrodillado delante del altar, había rezado.
Bajando del altar dijo al niño:
—¡Te conjuro, en nombre de la Inmaculada Virgen María de
abandonar a ese niño! ...
—¡Por qué tendrá que venir éste ahora —replicó Satán iracundo— con su Gran Dama! ¡Me veo obligado a partir!...
Ante estas palabras una emoción estremecida se desató entre los
concurrentes. Todos comprendieron que iba a producirse la liberación
y que era por obra de la Virgen María. El abate Brey reiteró la
conminación:
—¡Me voy —aulló el demonio—, me voy a una manada de
cerdos! ...
—¡Al Infierno! —ordenó el sacerdote.
—Quiero ir a una manada de gansos — suplicó el diablo.
—¡Al Infierno! —repitió el sacerdote que cada vez renovaba el
conjuro ritual.
—No conozco el camino — dijo Satán —. ¡Me voy a una manada de ovejas! .. .
—¡Al Infierno!...
—¡Ahora tengo que irme por fuerza! — exclamó el diablo...
Con estas palabras el niño se volvió a derecha e izquierda aflojando los músculos, hinchó los carrillos y tuvo un último espasmo
convulsivo, luego recayó, quedándose súbitamente silencioso e inerte.
Lo desataron y sus brazos cayeron sin vida, su cabeza colgando hacia
atrás. Pero esto duró sólo un instante. Se le vio estirarse como un
hombre que se despierta, abrir los ojos que había tenido cerrados
durante todo el exorcismo y se mostró muy sorprendido de verse en una
capilla con tantas personas a su alrededor.
Desde el principio el demonio había dicho: Si me veo obligado
a partir, marcaré mi partida rompiendo algo." El rosario que le habían puesto al niño alrededor del cuello y el cordón de la pequeña
cruz pectoral estaban hechos pedazos. Y sin embargo, con los pies
y los brazos atados no era él quien había podido romperlos.
La escena que acabamos de relatar había conmovido a todos. Se
cantó el Te Deum, las letanías de la Virgen, el Salve Regina. Las
voces estaban entrecortadas por sollozos. El abate Brey se sintió más
de una vez como paralizado por la emoción y las lágrimas.
¡Testimonio único en el mundo! Queda en el pueblo de Illfurth
cerca de la plaza, en un jardín, sobre el solar de la casa de los dos
posesos, destruida en la actualidad, un bello monumento que perpetúa el recuerdo de los hechos que acabamos de contar. Es una
columna alta, salpicada de estrellas y que tiene en la cúspide la
imagen de María Inmaculada.
En el pedestal se lee, en latín, la frase siguiente que traducimos:
En recuerdo perpetuo de la liberación de los dos posesos, Théobald
y Joseph Burner, obtenida por la intercesión de la Bienaventurada
María Inmaculada, el año del Señor 1869,
Levantado en 1872, por suscripción, este monumento es cuidadosamente mantenido en la actualidad.
El caso de Héléne Poirier
Antes de abordar en este capítulo el caso notable de la embrujada de Plaisance, citaremos todavía muy brevemente algunos otros
casos y en primer lugar el de Héléne Poirier. Esta persona, excelente
por otra parte, soportó pruebas aterradoras. Murió a la edad de
ochenta años, en 1914. Sus desventuras demoníacas han sido conta
das en detalle por el canónigo Champault, en un libro intitulado
Una posesa contemporánea (1834-1914) (París, Téqui). El autor
del libro disponía de una documentación precisa y completa. Dirigía
entonces una institución en Gien (Loiret) y había sido él mismo
testigo ocular de una buena parte de los hechos que relata. Además
tenía en su poder el expediente voluminoso de dos curas que se
habían sucedido en la parroquia de Coullons, a la que pertenecía la
posesa. Y por añadidura el canónigo Champault tuvo a su servicio
a esta persona durante varios años y no la perdió de vista hasta su
muerte.
¿Quién era, pues, Héléne Poirier? Una excelente muchacha del
campo que ejercía la profesión de lencera. No sabríamos decir por
qué esta honesta mujer fue sometida, con el permiso de Dios, a una
serie de vejaciones diabólicas. Fue sucesivamente obsesionada y poseída. Sabemos que estos dos vocablos indican diferentes grados de
manifestaciones diabólicas. Si podemos atribuir a esta clase de hechos
una finalidad y sin la cual Dios no podría permitirla, es probable que
la Providencia entiende mostrarnos de este modo los terribles peligros
a los cuales estaríamos expuestos si los demonios tuvieran el campo
libre. Sabemos que no tienen permiso de hacer todo lo que quieren.
Felizmente para nosotros, los pobres humanos.
Pero volvamos a Héléne Poirier. Su vida está, por decirlo así,
tejida de pesadas bromas demoníacas, de vejaciones, de golpes, de
traslaciones, etc., etc.
Fue literalmente poseída, durante seis años, y por lo menos dos
veces. Las dos veces fue sometida al exorcismo. En los intervalos,
recaía en obsesiones más o menos violentas. Fue, en cierto sentido,
víctima del demonio y mártir de su crueldad durante la mayor parte
de su existencia.
En ella se verificó, por lo demás, lo que el abate Saudreau nos
enseñó; a saber, que el coraje y la paciencia de los posesos pueden
trocarse para ellos en fuente de gracias eminentes.
En la segunda parte de su vida, en efecto, Héléne Poirier fue
favorecida, paralelamente con los ataques del Demonio, por consolaciones maravillosas, intervenciones de su ángel guardián, visiones
de la Santísima Virgen y del mismo Jesucristo.
Para darnos una idea de la violencia de las persecuciones inferna
les, en el caso de ella, estamos frente a hechos innumerables de los
cuales damos una muestra.
Cuando vivía con su madre, en la más extrema pobreza, Héléne
recibía de su enemigo invisible, ante los ojos de su madre impotente,
cachetadas, puñetazos, puntapiés, y hasta sufría tentativas de estrangulación. Y no eran éstas ilusiones ni imaginación porque sus brazos,
su rostro, sus piernas mostraban a veces, durante semanas, los rastros
del mal tratamiento que le infligían.
El Diablo se mostraba a ella bajo las formas más horribles. La
aplastaba con su peso, la arrojaba al suelo — esto un número in
calculable de veces —, le soplaba en la cara.
Las traslaciones fueron muchas: consistían en que Héléne se veía
asida del cabello, siempre por una fuerza invisible, arrastrada por la
habitación donde se encontraba, levantada del piso y finalmente arrojada, media estrangulada, sobre su cama. Cierta vez, hasta llegó
súbitamente a ser asida por la cabeza y llevada por encima de las
casas vecinas en un recorrido de cuarenta metros.
Por la noche, le ocurría con frecuencia lo que hemos visto a
propósito del cura de Ars: un espíritu infernal sacudía rudamente
los cortinajes de su cama, hacía deslizarse las varillas de una punta
a la otra en ambos sentidos y esto durante horas. Héléne pedía
auxilio. Llegaban las gentes. Hubo hasta veinte testigos ante los
ojos de quienes las cortinas del lecho sufrían los fenómenos indicados.
Y los nombres de estos testigos están citados, para que no tengamos
duda alguna sobre la realidad de los hechos.
iSi Héléne Poirier ha sabido santificarse a través de tanta miseria,
más de uno de nosotros suplicará a Dios de no conducirlo a la santidad por este camino aterrador y bárbaro!
Otros dos casos de posesión
En el libro que consagró a los posesos de Illfurth, el canónigo
Frangois Gaquére relata también, con muchos menos detalles, el caso
de otros dos posesos, acontecido en fecha un poco más reciente. Nos
limitamos a indicarlos brevemente.
Primeramente se trata de una joven africana de raza cafre, Claire
Germaine Céle, de Natal, África del Sur, de diecisiete años y que fue
poseída dos veces y dos veces liberada, la primera mediante el exorcismo del 10 de septiembre de 1906, y la segunda por el 24 de abril
de 1907. Esta joven indígena, bautizada en la cuna, había sido educada por las religiosas de la Misión. La familia estaba desunida por
los malos entendidos. Se desarrollaban frecuentes querellas. La joven,
de salud muy delicada, se mostraba muy lunática. Después de la
primera comunión no tardó en abandonar la práctica de los sacramentos. Sus ojos se iluminaban con un brillo sombrío. Por las noches
se agitaba; se la oía gritar como demente: "¡Estoy perdida! ¡He
hecho una confesión y una comunión sacrílegas! ¡Voy a ahorcarme! . .
Cierto día entregó al padre Erasme, misionero, una nota
en la cual le decía ¡que estaba vendida al diablo! El 20 de agosto
de 1906 se mostró más atormentada que de costumbre. Rechinaba
los dientes, ladraba como perro, pedía auxilio.
—Hermana —clamaba—, ¡haz venir al padre Erasme! Quiero
confesarme y decirlo todo. Pero pronto, porque el demonio quiere
matarme. Me domina. No tengo nada bendito y he perdido todas
mis medallas. . .
Hasta ahí podía creerse en simples crisis de demencia. Pero varios síntomas muy definidos demostraron que se trataba, por cierto,
de una posesión. Germaine tenía horror por todos los objetos benditos y los rechazaba diciendo que la quemaban. Conocía cosas lejanas y secretas. Comprendía todos los idiomas que se le hablaban y
repetía en latín largas fórmulas del Ritual, y hasta corregía los
errores de los demás en esta recitación. El demonio que la habitaba
era muy charlatán y se dedicaba a revelar la conducta íntima y los
pecados secretos de los presentes, lo cual hacía huir a la mayoría.
Ante las invocaciones de Jesús y María entraba en furor. Con res
pecto a la pobre posesa mostraba la más cruel diversidad de acción.
Ora la levantaba por los aires, sin que fuerza alguna pudiera retenerla, ora hinchaba su pecho o su vientre, ora su cabeza cobraba una
apariencia monstruosa, sus mejillas se inflaban como globos, su cuello
se alargaba y un bocio espantoso aparecía. Bajo la piel se le formaba
una bolilla que circulaba a través de todos sus miembros. Otras veces
se arrastraba por el suelo a modo de serpiente, sacando velozmente
la lengua. Y sin embargo bastaba con una aspersión de agua bendita
o una bendición de algún sacerdote para hacer cesar todas estas vejaciones. En total el espectáculo de esta posesión y de sus manifestaciones tuvo, para muchos espectadores, el efecto más eficaz. Se produjeron conversiones y la piedad creció en muchas personas. Los
exorcismos que por dos veces liberaron a la desgraciada, demostraron
el poder de las oraciones de la Iglesia. El supremo exorcismo fue realizado por el obispo en persona, monseñor Henri Delalle. Su prueba se terminó, pues, como la de los
niños de Illfurth, que tampoco volvieron a ser atormentados, pero
que murieron jóvenes también: el mayor, Thiébaut, a los dieciséis
y el segundo, Joseph, en 1882, a los veinticinco años.
Las posesas de
Phat-Diem
El segundo caso de posesión relatado por el canónigo Gaquére fue
un fenómeno colectivo. Los hechos han sido consignados en el exce
lente Bulletin de la Société des Missions etrangéres de Varis (Boletín
de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París), publicado en
Hong Kong, en el transcurso de los años 1949-1950. El autor de los
artículos era monseñor de Cooman, actualmente vicario apostólico
de Thanhoa. Las posesiones en cuestión habían ocurrido, en 1924-25,
en Phat-Diem, en la provincia de Nonh-Binh, en Tonkín.
La primera víctima fue una novicia joven del convento de las
"Amantes de la Croix", una congregación indígena. La cosa se inició con ruidos violentos, golpes asestados a la novicia por una mano
invisible, piedras y palos arrojados no sólo a Marie Dien, la novicia
en cuestión, sino sobre las personas que acudían en su ayuda.
¿De dónde podía provenir tal persecución?' No siempre puede
saberse en los casos de posesión. Daremos más adelante ejemplos en
los que el origen de la posesión se hace ver con evidencia: interven
ción de brujos que tienen un pacto con el Demonio. En el caso de
Germaine Cele, que acabamos de resumir, se trataba de comuniones
sacrílegas. En el de los dos posesos de Illfurth, se había hecho la conjetura de la intervención de una mujer sospechosa de brujería que
había hecho comer una manzana a los niños. En el de Marie Dien, ha
bía un joven de veinte años llamado Minh que había hecho un
peregrinaje a una famosa pagoda pagana, la de Dén-Song, para pedir
a los "genios" la mano de la joven. El 22 de septiembre de 1924,
el diablo, al mismo tiempo que golpeaba a Marie Dien en el rostro
y la boca, le dijo:
—¡Ya va la tercera vez que vienen a la pagoda para pedir tu
mano! ¡Terminaré por hacerte mía!
Las persecuciones más extrañas se produjeron, en efecto, durante
cerca de dos años, sembrando el terror entre las novicias: ruidos horribles, cantidad de proyectiles que venían de no se sabía dónde, tales
como piedras, pedazos de maderos, papas, botellas vacías, o si no chillidos de pájaros, relinchos de caballos, cornetas de autos, portazos,
risas sarcásticas o sollozos desgarradores, estallidos de truenos, en una
palabra, todo lo que ya hemos visto en Ars en las infestaciones a
las cuales fue sometido el abate Vianney.
Pero lo más grave fue que otras novicias sufrieron ataques a su
vez. Fue en el convento como un contagio estrambótico. Las novicias
se trepaban sobre los "aréquiers", especie de palmeras de tronco fino
que se elevan hasta ocho o diez metros de altura. Para contrarrestar
esta manía hubo que colocar pequeños crucifijos en los troncos de
los árboles. Hubo huidas tan inconscientes que las novicias no se
acordaban, a renglón seguido, de nada. Pero la presencia del demonio
se manifestó claramente por el conocimiento de los idiomas y de
secretos imposibles de ser penetrados en forma explicable. Finalmente
se decidió realizar los exorcismos. No eran menos de catorce posesas,
lo cual hace pensar en el caso histórico de las Ursulines de Loudon,
en el siglo XVII. La batalla fué larga y dura. El diablo partía, pero
volvía en forma más aterradora. La perseverancia de los exorcistas lo
venció por fin. En el mes de diciembre de 1925 el noviciado de
Phat-Diem encontró de nuevo la paz definitivamente. En 1949,
cuando relataba estos hechos, monseñor de Cooman comprobó que
una paz bienhechora y el fervor más notable reinaban ininterrumpi
damente en el convento de las "Amantes de Ja Croix". Tres de las
antiguas posesas habían sido excelentes superioras del convento. Marie
Dien misma, la primera perseguida, había ejercido después a la
perfección las funciones de maestra de novicias en el convento de
Thanhoa, y murió allí con los más altos sentimientos de piedad, el
6 de agosto de 1944. Estas religiosas, actualmente en número de trescientas profesas, se refugiaron, en su mayor parte, en el Vietnam
del Sur donde continúan su admirable apostolado.
Presencia de Satán en el mundo moderno
Monseñor Cristiani
Capitulo V