En todos sus misterios y advocaciones es María la misma, la Reina de la
belleza y de la hermosura..., pero, sin duda, que algo hay de especial en éste
de la Inmaculada, porque todos la consideramos en él como singularmente
bella y hermosa. — Veamos esta hermosura.
1.° Hermosura de la tierra. — Para conocer esta hermosura era
necesario saber toda la que Dios pudo y era conveniente que hiciera
con María. — Mira la hermosura de la tierra... Hubo un tiempo en que
nada existía... era el caos, la oscuridad, la nada... Pero un día dijo
Dios «fiat», y aparecieron la luz, el firmamento, las flores, los
árboles, el sol para el día y la luna para la noche, los mares con los
peces, y los aires con los pájaros, los bosques, los montes y los
valles con animales de todas las especies. — Detente a considerar la hermosura y belleza de esta creación..., pondera su variedad en todo,
en flores, en animales... y su orden admirable, cada cosa con su fin,
con su destino, aunque nosotros lo ignoremos.
2.° Del Paraíso terrenal. — Pero esto le pareció poco, y separó el
Señor en la misma tierra, una parte en la que plantó un verdadero
paraíso de delicias..., magnífico, espléndido... en él reunió todas las
mayores bellezas de la creación.. , los colores y matices más hermosos en
animales y plantas..., los frutos más dulces y sazonados..., los ríos más
poéticos y fecundos..., en fin, todos los mayores bienes sin ningún
mal… nada había de malo, nada producía mal, ni daño alguno. —
Representa este cuadro en la imaginación todo lo mejor que puedas,
pues siempre será muy inferior a aquella magnífica realidad.
3.° De la creación insensible. — Todo esto en la creación sensible.
— Pero ¿y en la insensible que no vemos? — Imagínate si puedes, lo
que será el Cielo — aquel paraíso magnífico, que no es un paraíso
terrenal, ni en su comparación vale nada toda la tierra — . Recuerda
aquello de que «mi el ojo vio, ni el oído oyó, etc.»... — Piensa, en fin,
que todo lo de la tierra es algo pasajero, y aquello eterno..., esto
terreno y aquello celestial..., esto una cárcel y un destierro, aquello la
Patria y el lugar del gozo y de la bienaventuranza. ¡Qué será el Cielo!
¡Qué de hermosuras encerrará aun prescindiendo de la vista de
Dios!... ¡Qué de cosas, que nosotros no podemos rastrear, ni imaginar, ni
sospechar siquiera!...
4.° El Rey de la creación. — Pues bien, ahora pregúntate... y
todo eso ¿para qué y para quién? — ¿A quién destinó Dios toda la
creación? — La tierra para el hombre, y el paraíso terrenal para el justo
e inocente..., esto es, todo eso para una criatura que muy pronto se
iba a rebelar contra Él y desobedecer a sus mandatos... ¿Y el
Cielo?... Para sus ángeles..., para sus cortesanos y servidores, entre
los que había de encontrar también traidores e ingratos, que igualmente
se rebelaran y desobedecieran a su Majestad, pretendiendo en la
locura de su soberbia, arrojarle a Él de su trono para hacerse ellos
dioses. ¡Todo lo de la tierra para los hombres! ¡Todo lo del Cielo para
los ángeles!
5.° Belleza de María. — Sigue preguntando a tu alma: ¿qué crees
tú que haría para María y para Jesús? — Si puesto a dar gusto a los
hombres y a los ángeles hace Dios todo eso, ¿qué hará para dar gusto
a María, a quien amaba más que a toda la creación entera? — Y si
eso hizo para habitación de sus siervos, ¿qué haría para habitación y
palacio de su Hijo que no quiso otro paraíso que el seno de María? —
Piensa cómo Dios deja gustoso su Palacio del Cielo por morar en
María. — ¡Qué pureza daría a aquella sangre que había de correr por
las venas de su Hijo!... ¡Qué carmín a aquellos labios que tantas
veces habían de besar las mejillas de su Hijo!... ¡Qué brillo a aquellos ojos que se habían de extasiar contemplando los de su Hijo!... ¡Qué
manos las que habían de sostener al que sostiene con las suyas a la
creación entera!... ¡Qué corazón tan puro, tan delicado, tan tierno!...
Toda la ternura de los corazones de todas las madres allí se reunió...
Sigue así contemplando y extasiándote ante la belleza de María
Inmaculada y verás que toda belleza y hermosura terrena, no merece
ni siquiera ese nombre, en su presencia.
Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964)