En Luz Católica hemos dado pruebas abundantísimas y terminantes del respeto
que tenemos al Clero en general, y particularmente al español: véanse, entre
otros, los números. 2, 3, 10 y 23, págs. 18, 22, 45, 147, 152 y 365. Puestos a
dar cuenta de todo lo que los profetas anuncian, tenemos cierta obligación de
no omitir lo que se refiere al Clero, sin que esto modifique nuestro parecer en
pro ni en contra: somos meros copistas; no hacemos tanto como Santos y
Venerables citados (ibid.) en la pág. 365. De intento suprimiremos los
comentarios: que hablen los profetas, y téngase en cuenta que se refieren
terminantemente al Clero de hoy. Si alguien nos recrimina, al final le
respondemos.
«Entre los, llamados a sostener la Iglesia hay cobardes, indignos,
falsos pastores, lobos disfrazados con piel de oveja, los cuales no han entrado
en el redil más que para seducir las almas sencillas, degollar el rebaño de
Jesucristo, entregar la heredad del Señor a las depredaciones de los
saqueadores, y los templos y los altares a la profanación... He aquí
las amenazas que por esto hace el Señor, con toda la indignación y la saña de
su justicia: «¡Ay de los traidores y de los apóstatas! ¡Ay de los que
malrotan los bienes de mi Iglesia y de los que menosprecian la autoridad de
ésta! Han incurrido en mi indignación; yo pisaré su soberbia audaz, que desaparecerá
de mi presencia como el humo que se evapora por el aire, en castigo de sus
crímenes. Yo les pediré cuenta de mi herencia... Yo endureceré su corazón y
cegaré su espíritu, y cometerán pecados sobre pecados...» (Sor Natividad).
«Tomando el Soberano juez a su cargo la causa de la justicia, castigará a
los prevaricadores, y sobre todo a los malos pastores de su Iglesia,
permitiendo que se les despoje de sus bienes temporales antes de reducirlos por
medio de las tribulaciones». (Santa Hildegarda).
«Señores y grandes prelados, os ruego que os enmendéis, pues de lo
contrario, recibiréis grandes castigos. ¡Oh! volved al buen camino, pues lo que
os anuncio no son locuras ni tonterías como pensáis». (Beato Bartolomé
Saluzzo).
«Muchos morirán entonces impenitentes, porque habrán permanecido sordos a
mis palabras e inspiraciones. ¡Ay de ellos, y particularmente de ciertos
prelados que engañan a mis ovejas y pretenden ser renovadores y más doctos que
Agustín y Tomás! Engáñanse éstos, porque yo permitiré que les avergüencen
pueblos abyectos, pero cristianos verdaderos, a los cuales daré una fe firme y
estable...
Te aseguro que antes que sucedan estas cosas (la regeneración
por el Gran Papa y el Gran Monarca), verán tus hermanas a muchas ovejas
mías de los claustros abandonar su instituto, lo cual permitiré en castigo de
ellas, porque serán orgullosas y faltarán a las promesas que me hicieron en su
profesión... Sus conventos serán suprimidos». (Jesús a la Venerable Sor Dominga
del Paraíso).
«¡Ay de los religiosos y religiosas que no observen sus reglas! ¡Ay de
todos los sacerdotes indignos de todos los seglares que se dan al libertinaje y
siguen las falsas máximas de la moderna filosofía, condenada por la Iglesia,
como contraria a los preceptos del Evangelio! Esos miserables, por su
detestable conducta, negando la fe de Jesucristo, perecerán bajo el peso del
brazo exterminador de la justicia de Dios, de la cual nadie escapará».
(Venerable Sor Isabel Canori Mora).
«En medio de este horrible desastre, un grito se oye por todas partes: ¡Ay
de los sacerdotes infieles, a su vocación! ¡Ay de los falsos servidores de
Dios! ¡Ay de los que menosprecian sus obligaciones! ¡Ay de los que ponen
obstáculos al bien!».
(Citada en el capítulo anterior)
«Los preceptos divinos y humanos serán despreciados: los sagrados Cánones
se tendrán por nada, haciendo el Clero igual caso de la disciplina que el
pueblo de la política». (Venerable Bartolome Holzhauser).
«La virtud en aquellos días será vilipendiada por el silencio de varios
predicadores; por otros será conculcada y otros renegarán de ella. La santidad
será burlada, y por esto Jesucristo les mandará, no un Pastor, sino un
exterminador». (San Francisco de Asís).
«Vi la Basílica de San Pedro (figura de la iglesia Universal), entregada a
un inmenso gentío de demoledores... Los más hábiles de entre ellos, los que
procedían sistemáticamente y conforme a las reglas, llevaban unos mandiles
blancos (francmasones). Con gran dolor mío vi entre ellos algunos sacerdotes
católicos... Mi guía me advirtió al mismo tiempo, que en tanto yo pueda, pida y
encargue a los demás que pidan por los pecadores, y particularmente por los
sacerdotes infieles a su vocación... Otros rezaban el Breviario con tibieza y
llevaban al propio tiempo una piedra pequeñita bajo su manto, como una cosa
rara, o la pasaban a otras manos. Pareciame que no tenían seguridad, ni
arraigo, ni método, y que ni siquiera sabían lo que se debía hacer. ¡Me daba
lástima!» (Venerable Ana Catalina Emmerich).
«Pareciame ver en medio de aquella baraúnda un gran trono; vi a los
bandidos derribar ese trono (en otro capítulo diremos qué trono es). Todo
llegó entonces a su colmo; el mundo entero me parecía una ruina y un
desorden... Pero lo que más llamaba mi atención eran los sacerdotes. Vi un gran
número de ellos que, cuando se vieron cogidos, se ponían de parte de los malos;
pero fueron confundidas sus esperanzas y perecieron miserablemente. Me parecía
que esta gran crisis no duraba mucho tiempo, y que después de esto se respiraba
otra atmósfera; la paz de Dios...» (Profecía del Padre Cartujo, citada
en el artículo anterior).
«Esta mañana (11 de Marzo de 1872), he visto en la Santa Comunión a Jesús
orando, los ojos hacia el cielo, las manos juntas y fuertemente puestas sobre
su pecho adorable. Estaba sumido en tristeza tal, que yo no he podido menos de
llorar. Obligada interiormente a pedir por las almas consagradas a Dios,
comencé a implorar para ellas la divina misericordia. «Hija mía, me dijo
entonces Jesús, por mis sacerdotes es por quienes yo oro y padezco en este
día». Hizome comprender al propio tiempo cuánto le afligían, y que si se ven
necesitados es por culpa de ellos». (Venerable Sor Imelda).
«Si en todo esto no fuera el Señor ofendido, ninguna pena tendría yo; pero
no es así, pues las dudas y las reflexiones de algunos ministros suyos, lejos
de reanimar la fe en las almas, no hacen más que apagarla, y esto es una gran
desgracia por la que se les harán cargos muy graves». (Magdalena de la Vendée).
«Hija mía, ¡cuántos ministros de mis altares hay que más bien impiden que
fomentan la salud de las almas! Con sus festines, sus juegos, sus
dilapidaciones, han cometido latrocinios en los bienes de la Iglesia, robando
el sustento a los pobres y diciendo con intolerable orgullo: estas rentas son nuestras,
sin cargo ni obligación alguna. ¡Qué usurpación! ¡Qué sacrilegio!... ¿Lo
creerás, hija mía? Hay en mi Iglesia muchos Judas que me han traicionado y
vendido; he sido abandonado y renegado de ellos; se libró Barrabás, pero yo he
sido condenado a muerte y cruelmente azotado y coronado de espinas; herido
cubierto de oprobio de ignominia y llevado al suplicio para ser otra vez
sacrificado... ¿Qué castigo no merecen tantos y tan sangrientos ultrajes?» (El
Señor a Sor Natividad)
«Antes que llegue la paz (del Gran Monarca), el afán de
riquezas llevará los hombres a negar la fe; y muchos ministros de la Iglesia,
llevados de la voluptuosidad carnal y de la belleza y lascivia de las mujeres,
abandonarán el celibato y por donde quiera irá el demonio libre entre ellos».
(Venerable Bartolomé Holzhauser).
«Agitación, turbulencia, armas, sangre, apostasía: una mitra afea el
altar (en Italia), muchos sacerdotes y religiosos le ayudan y forman su corona
de ignominia. Otras mitras débiles reciben lecciones de ánimo de aquellos
pequeños que eran objeto de abyecciones y violencias». (Anónima,
publicada por Da Macello en Il Valicinatore).
«Voltaire es el Dios de Francia. He escrito al señor Thiers: tanto peor
para él y para Francia, si no obra como cristiano; yo he cumplido con mi deber.
Cuando se trata de la gloria de Dios, no temo la prisión ni la muerte. Lo que
en parte ha perdido a Francia (y a España y las demás naciones), es que el
Clero ha temido más al hombre que a Dios. ¡Ah, si yo me extendiera sobre este
capítulo!... ¡Pobre Clero, pobre Clero!... Pero no, yo me engaño. Según el
Clero, yo soy una ilusa. El Clero es bueno, el Clero es desinteresado, el Clero
está lleno de celo, lleno de caridad para con los pobres; ¡el rebaño es
malo!...» (Sor María de la Cruz, o Melania, la de la Salette).
La admirable estigmatizada y vidente Lucía Lateau padeció también mucho del
Clero. No citamos los padecimientos porque el mismo Clero hizo pasar a otros varios
santos profetas; la lista sería larga: continuemos el tema general de este
artículo.
«Paréceme que no me alejaré mucho de la verdad si tomo el vous (vos, o
vosotros), de que usaba entonces el Beato (Benito José Labre, comunicando sus
revelaciones a su confesor), no como personal, sino como calificativo, de
suerte, que no quería hablar de mi persona en particular, sino en general de
los sacerdotes que veía cubiertos de manchas, para significar lo que sucedería
en Francia respecto del orden sacerdotal, ya física, ya moralmente. Demasiado
sabemos que algunos sagrados ministros se han desviado del recto sendero, y que
muchos otros que son constantes y fieles, son maltratados...» El Abate Marconi
confesor del Beato Benito José, citado por Mr. Desnoyers en la vida del Santo).
«La apostasía será efecto del artificio y de los esfuerzos de las personas
constituidas en gobierno, sostenidas por sus subalternos, así del orden civil
como del Clero».
«Llegará a creerse que en la Iglesia todo está perdido... ¡La confusión, la
confusión, aun entre los Sacerdotes!» (Magdalena Porsat). «Todos se guiarán por
los respetos humanos... y padecerán mis escogidos tan extrañas persecuciones,
que vivirán dudosos y perplejos, no sabiendo qué doctrina seguir de tantas como
habrá... Ruega por mis escogidos, los cuales no sabrán de qué lado deban
inclinarse». (El Señor a Sor Dominga del Paraíso). «Entre los perseguidores
habrá tal división de pareceres, que esto colmará de gozo a los apóstatas».
(Anónima, citada por Da Macello).
Ruega a Santa Hildegarda el Clero de Colonia, a quien ella había visitado,
le diese por escrito «las palabras de vida que de viva voz le había dirigido
por inspiración de Dios, y que añadiese a ellas lo que con este motivo le
hubiera revelado». La respuesta es una larga carta en que con el acento
enérgico de los Profetas y mirando a lo futuro, les echa en cara sus vicios y
anuncia los castigos. De esta carta copiamos lo principal en el art. II del
presente capitulo. Su carta al Clero de Tréveris, semejante a la de Colonia,
arguye también de muchos pecados a dicho Clero, y más en particular al
presente. Santa Catalina de Sena escribió también mucho sobre esta materia.
Citaremos solamente un pasaje de los que se refieren a la época actual:
«Para hacerme comprender (Jesús), que las circunstancias en, que se muestra
la Iglesia son permitidas para que vuelva a su esplendor, me citaba la Verdad
Suprema dos textos del Evangelio: Es necesario que vengan escándalos. Y Nuestro
Señor añadía: Pero ¡ay de aquel por quien viene el escándalo! Como si dijera:
Yo permito estos tiempos de persecución para arrancar las espinas de que se ve
rodeada mi Esposa, pero no permito los pensamientos culpables de los hombres.
¿Sabes lo que hago? Lo que hice cuando estaba en el mundo; hice entonces un
látigo de cuerdas y eché del Templo a los que compraban y a los que vendían, no
queriendo que la morada de mi Padre viniera a ser una cueva de ladrones. Te
digo que hago lo mismo ahora: hago un látigo de las criaturas, y con este
látigo arrojo a los mercaderes impuros, codiciosos, avaros, e hinchados de
orgullo, que venden y compran los dones del Espíritu Santo.—Y en efecto, con
este látigo de la persecución de las criaturas, Nuestro Señor los echaba y por
la fuerza de la tribulación los arrancaba de su vida vergonzosa y desarreglada»
(Santa Catalina de Sena).
«Cuando la sociedad haya sido bien castigada, bien azotada y desolada,
entonces vivirán de otro modo el pueblo y el Clero, y subirá al Papado un
Pastor (el Angélico), que gobernará con amor y celo. ¡Oh qué feliz estado
aquél!» (Beato Bartolome Saluzzo).
«Ayer todavía pedí a Dios ardientemente que me retirase las visiones
(particularmente acerca del Clero), a fin de no tener la obligación de
manifestarlas y la responsabilidad que esto lleva consigo; mas lejos de ser
escuchada, se me ha dicho, como de costumbre, que debo referir todo lo que esté
en condiciones de decirse, y esto aunque se burlen de mí. Yo no puedo
comprender para qué servirá esto. Me han dicho que nadie ha visto todo esto de
la misma manera que yo, y además que esos no son negocios míos, sino que
incumben a la Iglesia. Es una desgracia que se pierdan tantas cosas, y de aquí
resulta gran responsabilidad. Bastantes personas, que son causa de que yo no
goce de reposo, y el Clero que está necesitado de hombres y de fe para hacer
esto, tendrán que dar a Dios terrible cuenta». (Sor Ana Catalina Emmerich).
Este pasaje nos trae a la memoria lo que el abate Trichaud dice en el
folleto Pío IX y Enrique V, 10ª, edición de Marsella, tratando de la gran
profecía de San Cesáreo.
«Continué, dice, mi trabajo histórico de San Cesáreo. Cuando en 1853 lo
entregaba a la imprenta, el imperio salvaba a Francia de una espantosa anarquía
y parecía sostener entonces la Religión, no como instrumento político, no por
agradar a un partido, sino únicamente por convicción y por amor del bien que
inspira y de las verdades que enseña. Yo no tuve el valor de turbar aquellas
dulces esperanzas, suscitando en la opinión pública tristes aprensiones».
Con palabras como las subrayadas y otras, muchas tan falaces y pérfidas
como ellas, el más falaz de los soberanos logró adormecer en Francia a los
varones más ilustres, incluido el clero. Muy pocos sospecharon como debían de
aquel precursor del Anticristo que, si no hizo más daño, fue porque no pudo.
Eso, eso mismo sucede hoy; no se sospecha de ciertos gobernantes, el Clero se
adormece, los fieles también... y si una Emmerich lo advierte, búrlanse de ella
y la persiguen.
¡Cuán terribles serán las consecuencias
de nuestra ceguera!
Apología
del Gran Monarca 1 parte.
páginas
de la 249 a la 255
P.
José Domingo María Corbató
Biblioteca
Españolista. Valencia-Año 1904