«Después
de comenzar los sufrimientos usuales, aproximadamente a la una de la tarde,
Jesús se me apareció cubierto de llagas y de sangre y me dijo: «Mira, hija mía,
cómo los pecados del mundo me han herido.
El
mundo se ha sumergido enteramente en la suciedad y desborda en corrupción. Los
gobiernos de los pueblos se han levantado como demonios encarnados. Mientras
hablan de paz, se están preparando para una guerra con armas devastadoras para
la destrucción de pueblos y naciones. Los hombres se hicieron ingratos a mi
Sagrado Corazón y, abusando de mi misericordia, han transformado la tierra en
una escena de crímenes. Muchos escándalos llevan a las almas a la perdición...,
especialmente por la corrupción de la juventud.
Violados
hasta el límite, excitados, desenfrenados para los goces y placeres del mundo,
su espíritu está degenerado en la corrupción del pecado. El mal ejemplo de los
padres educa a los hijos en escándalo e infidelidad, en vez de virtud y rezos.
El rezo está casi muerto en los labios de muchos. Manchado y degradado en la
fuente de la fe y de la santidad el hogar.
La
voluntad de los hombres ya no cambia. Viven en la obstinación del pecado. Más
severos serán los castigos y plagas para revocarlos al camino de Dios; pero los
hombres se ponen más furiosos, como bestias heridas, y endurecen sus corazones
hacia la gracia de Dios.
El
mundo ya no merece perdón, sino solamente fuego, destrucción y muerte.
Se
necesita más oración y penitencia de mis almas fieles para aplacar la Justicia
divina, para atemperar la justa sentencia del castigo, que ha sido suspendido
en la tierra por la intercesión de mi amada Madre, que es también la Madre de
todo el linaje humano. ¡0h, qué triste está mi Corazón al ver que los hombres
no responden a los muchos llamamientos de amor y de dolor, dirigidos por mi
amada Madre a la humanidad errante! Errando en la oscuridad siguen viviendo en
sus pecados y se alejan más de Dios; pero el castigo de fuego se acerca para
purificar la tierra de las iniquidades de los perversos (o malignos).
La
justicia de Dios exige reparación por las muchas ofensas y crímenes que cubren
la tierra y que ya no se pueden comprometer más. Los hombres están obstinados
en sus delitos y no vuelven a Dios. Se oponen a la Iglesia, y los sacerdotes
son despreciados a causa de los perversos que dan escándalo. Ayúdame,
sufriendo, a reparar por las muchas ofensas, y de esta manera salvar en parte a
la humanidad, precipitada en el fango de la corrupción y muerte...
Anuncia
a la humanidad que debe volver a Dios, haciendo penitencia y haciéndolo así
tienen esperanza de ser perdonados y salvados de la justa venganza de un Dios
despreciado». (Diciendo esto, Nuestro Señor desapareció.
(16 de abril de
1955)