Y después de tanta relajación, de tanta impiedad, de tantas abominaciones como nos han descrito los artículos precedentes, ¿qué esperan los hombres?
«Los hombres,—dice el Señor en el Grito de Salud,—se han negado a recibir a un Dios bueno y misericordioso, y verán cómo descarga sobre ellos la cólera de un Dios justamente irritado; verán que no se insulta a Dios en vano, y reconocerán, aunque tarde, que soy Omnipotente».
Y a los niños de la Saleta dijo la Santísima Virgen:
«Si mi pueblo no quiere someterse, me veré obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo; es tan pesado, que no puedo detenerlo por más tiempo». «En vano intentaréis libraros de la ira de Jesucristo, el cual ya no puede contener la espada de su justicia», anunció el Beato Bartolomé de Saluzzo; y el apocalíptico abate Silvestro Castiglione vio escritas estas palabras de la Escritura en el libro de sus visiones: «Raza de víboras, ¿quién os librará de la cólera del Omnipotente que está para estallar? He aquí que la segur está ya aplicada al tronco del árbol; si no os convertís pronto y de todo corazón a Jesucristo, El blandirá contra vosotros su espada y tenderá su terrible arco».
El ilustre Da Macello cita en I Futuri Destini la visión de un humilde profeta de Turín, contemporáneo suyo, verificada el 27 de Febrero de 1862. Del nombre del vidente sólo pone las iniciales G. R.; pero bien pesadas las razones y la visión en sí misma, parece tener ésta todas las notas de autenticidad: por auténtica la admitimos y de buen grado la copiaríamos toda, si no fuera tan larga; pondremos solamente el final, que es la entrega de una carta o aviso llevado por el vidente al Papa, de parte de Jesucristo, el cual dirigía a los hombres tremendas amenazas que se convertirían en hechos si no enmendaban sus costumbres y hacían penitencia.
Además, se mandaba al Sumo Pontífice «amonestar a las autoridades temporales que no permitiesen la libertad de imprenta y la difusión de los libros impíos e inmorales; que observasen e hiciesen observar los días festivos y no tolerasen las blasfemias, los desórdenes y escándalos públicos; que respetasen la Religión santísima, pues de no respetarla, pueblos y gobernantes incurrirían en la tremenda ira de Dios; que aquellos reinos y naciones a los cuales los castigos y amenazas no bastasen para hacerlos volver en sí, tendrían la misma suerte del pueblo judaico, esto es, serían abandonados por Dios a su ceguera y réprobo sentido, para ser primero aniquilados y después atormentados por toda la eternidad».
Muchas veces han dirigido desde entonces Pío IX y León XIII estas amonestaciones a los Gobiernos, pero los Gobiernos las han menospreciado; el castigo, pues, era necesario, y en efecto, empezó tiempo ha, dura, y seguirá siendo cada vez más terrible. Entre los pecados de moda que más excitan la cólera de Dios, descuellan la profanación de los días festivos, la impureza y la blasfemia. El vidente arriba citado lo indica; el abate Curricque trae también en Voix Prophetiques la visión de otro profeta cuyo nombre omite por las mismas razones que Da Macello, y el profeta dice de Francia como pudiera decir del resto del mundo:
«Dios me da a conocer que las desgracias que amenazan a Francia se cumplirán, sobre todo, a causa de la profanación del domingo. Hago un acto de conformidad con la voluntad de Dios, por lo que yo mismo habré de padecer». Pone el mismo Curricque una aparición profética, para dudar de la cual no tenemos razones, y de ella sacamos estas palabras aplicables a todos los pueblos:
«Francia está muy humillada, mas también es muy culpable. Ha dado una grave caída, de la que no se levantará más que volviendo a ser cristiana. La Francia es culpable especialmente por la violación del descanso dominical, por otro vicio horrible (la lujuria), que tan común ha llegado a ser en ella, y sobre todo por la blasfemia. ¡Oh! las blasfemias son horrendas en Francia y atraen la cólera de Dios. He ahí las tres cosas que Francia debe principalmente evitar.
«En confirmación de todo esto viene lo que dijo la Santísima Virgen en la Saleta: «Os he dado seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no se me quiere conceder. He ahí lo que hace tan pesado el brazo de mi Hijo. Los carreteros no saben hablar si no mezclan el nombre de mi Hijo... Vendrá una grande hambre».
Complemento de esto es lo que la misma celestial Madre dijo a Margarita Bays, la estigmatizada de La Pierre:
«La perversidad del mundo es tan grande, que yo no puedo detener el brazo de mi Hijo, ultrajado sobre todo por la blasfemia, la profanación de los días santos, la impureza, el abandono o negligencia de la oración y el olvido de Dios. Por tantos crímenes y para ayudarme a contener el brazo de mi Hijo, padecerás tú un tormento muy particular».
No se dirigen estas amenazas a Francia solamente, sino a las naciones en general, pues todas están más o menos contagiadas de la espantosa relajación francesa. Por eso la simpática y notabilísima vidente María des Terreaux profetizó como sigue:
«En el momento en que Francia sea castigada de esta manera tan terrible, todo el universo lo será igualmente. No se me ha dicho cómo. Se me ha anunciado que habría un acontecimiento tan espantoso (la revolución europea, acompañada de hambre y peste), que los que no estuvieren prevenidos, creerán haber llegado al fin del mundo; pero repentinamente acabará la revolución por un gran milagro (prodigio solamente le llaman los demás profetas), que causará el asombro del universo. (Es la victoria del Gran Monarca). Los pocos malos que queden se convertirán. Las cosas que deban suceder serán una imagen del fin del mundo».
Convienen los profetas en que el poder de los demonios será grande en estos tiempos. Dios los desatará para castigo de los hombres. El Venerable Telesforo dice:
«Cristo mandará al Angel que suelte a Satanás para que siembre las discordias, las sediciones, las guerras, los cismas seduzca a los que obstinadamente rechazaron los avisos del cielo. Dios, por los pecados del Clero y del pueblo, permitirá un gran cisma, que será como mensajero de todos los males».
La Beata Sor Clara Isabel decía en 1800, poco antes de morir:
«Todos se regocijan porque creen pasada la época de los ayes (la del Terror); pero aún se verá otra mucho peor que la pasada... Os aseguro que falta mucho más de lo que creemos. ¿Pensáis que los ayes se acabaron? No se acabaron; lo que padecisteis es nada en comparación de lo que padeceréis. Orad por caridad, y orad mucho, para que el Señor tenga misericordia». Elena, la estigmatizada de Ceilán, «portento de la Omnipotencia y portento de la gracia», como la llama el canónigo zaragozano D. Pedro González de Villaumbrosia, sintetizó en dos palabras todo lo que precede:
El triunfo de la religión esta próximo, pero el castigo que precederá será espantoso».
Lo mismo viene a decir la profecía del Beato Amadeo:
«Antes que vengan los tiempos felices, serán purgados con azotes, según está establecido».
Esa es la economía de la divina Providencia. Deus quos diligit corripit; y las sociedades tienen que pagar sus pecados en este mundo, no en el otro.
«Se acerca la gran visita y reforma del mundo», dijo San Francisco de Paula, hablando de un tiempo 400 años posterior a su gran profecía; y San Vicente Ferrer exclamó: «Llorad los que seáis testigos de estruendo tan grande, que ni fue ni será, ni se espera ver otro mayor, no siendo él del juicio».
O como predijo Juan de Vatiguerro:
«Habrá tan grandes y tan diversas desgracias, que desde el principio del mundo nunca habrá tenido lugar semejante turbación, y nunca males tan numerosos, tan terribles y tan dignos de admiración habrán afligido la tierra».
Para definir mejor el tiempo en que esto ha de suceder, la misma predicción dice que vendrá después de los días que atravesamos, los cuales describe así, con la significativa concisión del lenguaje profético:
«En aquellos años estallarán sediciones y conspiraciones horribles; pero no todas aquellas sediciones y conspiraciones obtendrán lo que se propongan, porque algunas serán reservadas hasta otros tiempos».
Il Vaticinatore, de Da Macello, cita una profecía italiana moderna que completa de este modo el citado párrafo de Vatiguerro:
«Agitación, turbulencia, armas, sangre, apostasía... Los jefes de las naciones piensan inútilmente en salvarlas. Intervención extranjera, armas, sangre, ruinas, desórdenes, epidemias, calamidades, asesinatos, cisma, inmoralidad. Nueva dinastía, nuevo orden de cosas, algunos reinos extinguidos, otros mutilados, otros aumentados, otros con diferente forma
Según el Iltmo. Vandina, citado por Cornelio aLápide en sus comentarios al Apocalipsis, la Beata Margarita de Rávena predijo en éxtasis que la Iglesia debía padecer muchas persecuciones, y que Dios quería purgarla y renovarla con pestilencias, penurias, incendios, sublevaciones, guerras y otros males gravísimos, y que por tales medios quería restituirla a su primitivo esplendor. La profecía viene cumpliéndose desde que se hizo, siglo XVI, pero no habiéndonos restituido todavía al esplendor antiguo, debe consumarse en nuestros tiempos como todos los profetas anuncian. Sigamos oyéndoles. El Venerable Holzbauser, antes de describir el triunfo de la Iglesia y paz del mundo, profetiza los siguientes castigos, unos cumplidos ya y otros que van a cumplirse.
«El Señor aventará su trigo por medio de crueles guerras, sediciones., pestes, hambre y otros males horribles. La Iglesia latina será afligida por muchas herejías y malos cristianos: se suprimirán muchos obispados e innumerables monasterios dignidades muy ricas por los mismos príncipes católicos. Se sujetará la Iglesia á gabelas y exacciones, de modo que podrá decirse con Jeremías que «la primera de las naciones ha sido sujeta a tributo». Será blasfemada por los herejes, y los eclesiásticos serán vilipendiados por los malos cristianos, sin que se les tenga por éstos ninguna consideración ni respeto. Atravesará tiempos de aflicción, de matanza, de defección y de toda clase de calamidades, y serán muchas las víctimas de la guerra, de la peste y del hambre. Pelearán reinos contra reinos, y otros, divididos en sí mismos (como España), serán desolados. Se destruirán principados y monarquías; habrá mucho empobrecimiento y gran desolación en la tierra. Todo esto será permitido por justo juicio de Dios, a causa de haber llenado la medida de nuestros pecados en el tiempo de la benignidad, cuando nos esperó para hacer penitencia».
«El mundo,—profetizaba la Venerable Sor Natividad hace un siglo,—será afligido por guerras sangrientas; los pueblos se levantarán contra los pueblos; las naciones contra las naciones, tan pronto unidas como divididas para combatir en favor o en contra del mismo partido: los ejércitos se chocarán espontáneamente y llenarán la tierra de mortandad y carnicería. Estas guerras intestinas y extranjeras ocasionaran enormes sacrilegios, profanaciones, escándalos, males infinitos por las incursiones que se harán contra la Iglesia, usurpando sus derechos, con lo cual recibirá grandes aflicciones».
De estos tiempos hablaba también Jesús Nuestro Señor cuando decía a Santa Margarita de Cortona:
«Yo te declaro que esperan grandes castigos a los pecadores; padecerán guerras espantosas, hambre y pestes, antes que llegue el fin de los tiempos (frase profética muy usada, que las más veces quiere decir el fin de la impiedad). Los autores de los vicios de alma y cuerpo han llegado a ser tan numerosos, que es imposible dejarlos obrar impunemente por más tiempo. Los cristianos son ahora más sabios en el mal que lo fueron los judíos en mi Pasión. Yo exijo que los predicadores de mi palabra muevan al mundo y a ellos mismos a la conversión sin reserva, para que vivan en mí la verdadera vida».
«Habrá tantas y tan grandes subversiones,—dijo hace medio siglo Sor Rosa Colomba Asdente,—que se verá marchar pueblo contra pueblo para exterminarse uno a otro bajo el siniestro golpe de tambores (particularidad notable de nuestros días) y de armas mortíferas. La revolución debe extenderse a toda Europa, donde no habrá ya calma sino después que la flor blanca (Gran Monarca) haya subido al trono de Francia».
Después de haber subido al de España.
El Venerable P. Antonio Albesani, del Oratorio de San Felipe en Savigliano, añade un detalle, y es de la falsa paz que hemos gozado, en estos tiempos.
«Habrá paz, dice, pero no paz verdadera, sino paz interrumpida por turbulencias. Antes que llegue la paz verdadera habrá una guerra sin cuartel, extremadamente sangrienta, la cual se extenderá por toda Europa. Habrá también una hambre horrible».
«¡Ay tres veces de Francia! ¡Ay tres veces de Italia! ¡Ay tres veces de Alemania!—exclamaba Mariana Galtier.—EI ángel no envainará la espada sino después de haber castigado a todas las naciones».
Sor María de la Cruz, o sea Melania la pastora de la Saleta, que de labios de la Virgen había aprendido estas cosas, exclamaba:
«¡Pobre pueblo!... Tú no sabes que puedes ser pulverizado como el grano bajo la muela de las venganzas de Dios… Pero es inútil hablar a los hombres, la ceguedad ha llegado a su colmo; es menester que Dios les hable, y les hablará; pero ¡no pueden imaginarse cómo! La tierra necesita de un expurgo».
En vista de que todos estos castigos son necesarios y hemos de pasar por ellos, no podemos menos de exclamar con la profetisa riminense en otro capítulo citada:
«¡Oh Dios mío! ¡Cuán inundada de pecados está la tierra! Pero, Señor, tened piedad de los pecadores... ¡Oh cuánta necesidad tiene de ser purificada vuestra Iglesia! Enviad, Señor, enviad presto los azotes que habéis preparado, porque cuanto más tarden, veo que tanto serán más terribles».
(Luz Católica, núm. 26=28 Marzo 1901).
Apología del Gran Monarca 1 parte.
páginas de la 258 a la 265
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista. Valencia-Año 1904