domingo, 3 de marzo de 2024

Las Virtudes de San Pablo de la Cruz: Su Tesoro

 


El gran enamorado de la Cruz y apóstol esclarecido de la Pasión de Cristo quiere ser en vida y en muerte retrato vivo del Divino Maestro. Si, Este, siendo rico, se hizo  pobre. naciendo en un establo, y muriendo en una Cruz, su discípulo y fiel imitador tiene que abrazarse voluntariamente a la virtud de la pobreza, militando, como buen soldado de Cristo, bajo los pliegues de tan gloriosa enseña, distintivo de los héroes de la Cruz.

Pero la pobreza de los santos no es, como algunos pudieran sospechar, carecer de bienes terrenales. Algunas santos, máxime, si fueron Fundadores de Ordenes Religiosas, quizá hayan dispuesto y manejado, como pocos, cuantiosos bienes y sumas fabulosas de dinero. Ellos, ciertamente, renunciaban a los bienes de la tierra; pero el Señor, en recompensa, les proporcionaba cuantiosas fortunas para, más fácilmente, llevar a cabo las empresas que El mismo les inspiraba.

La pobreza de los santos es, sencillamente, tener el corazón despegado de los bienes materiales y caducos, viviendo únicamente para Dios y empleando las riquezas, si acaso se tienen, en el servicio de quien es Dueño y Señor absoluto de todas ellas.

Pablo de la Cruz, como su Divino Modelo, quiere ser pobre y vivir y morir pobre.

"Yo soy pobrísimo, dice el Siervo de Dios; y ello me proporciona alegría indecible: si Jesucristo vino al mundo pobre y nació en un establo, siendo Dios y Señor del Universo, ¿no deberé yo, vilísima criatura, imitar los ejemplos de mi Señor?

La vida de Pablo de la Cruz es copia fiel de la vida pobre de Jesús. Y los ejemplos del Salvador del mundo constituyen norma invariable en la vida del gran Apóstol de la Pasión.

Para ello comienza por aficionarse a la pobreza descubriendo en ella un gran tesoro.

"La pobreza, dice el Santo, es un tesoro; cuando se es pobre de espíritu, ¡oh qué riqueza, qué riqueza!

Pablo de la Cruz desprecia, porque las estima basura y estiércol, todas las riquezas del mundo. Y con criterio evangélico suele repetir que el aficionado a las cosas huidizas y terrenas es un mentecato, pues el amor que debe a Dios, lo pone en el dinero y en la riqueza.

Un día, D. Leopoldo Zelli, amigo del Santo, le muestra las joyas que han preparado para la boda de la hija. Los esposos, halagados por la vanidad, y la hija, radiante de satisfacción, contemplan, fruitivos, las joyas y esmeraldas. Pablo tómalas en la mano; las contempla, meditativo, largo rato. Y luego, de-volviéndolas, exclama:

— ¡Vanidad, vanidad!

Como el Poverello de Asís, Pablo se ha desposado con la dama de la santa pobreza. Por eso quiere que todo lo de su uso particular respire la más estrecha pobreza.

Vestido pobre: túnica de tosca lana, sujeta con ceñidor de cuero, que le sirve lo mismo en invierno que en verano; sandalias de cuero también. Por espacio de 30 años no usa ni sandalias ni sombrero. El hábito, aunque limpio, quiere que sea pobre. A veces, úsalo tan deteriorado y con tantos remiendos que llega a desdecir de su cargo de Fundador y General. Sin embargo, por amor a la pobreza. sigue usándolo hasta que el desgaste lo hace inservible. No falta alguna vez que el Santo Fundador recibe para su uso el hábito de algún Hermano Coadjutor.

Una vez el Emmo. Cardenal Colomna le regala una manta de lana. Esta, a juicio del Santo, es demasiado lujosa .Y no quiere verla sobre su cama. Cuando el Cardenal viene a visitarle, el Hermano Enfermero la coloca sobre la cama del enfermo. Pero el Santo se muestra confuso y avergonzado, como si le hubieran sorprendido con el hurto en las manos. Cuando el Cardenal se despide, Pablo manda que la manta sea, al punto, retirada de la celda.

Tampoco quiere aceptar del Cardenal Portocarrero una suma de dinero que aquel le ofrece. Pablo quiere ser pobre y vivir pobre.

Por eso su habitación suele ser la más pobre y reducida del convento. Desnuda de todo adorno, solo ostenta en las paredes dos o tres cuadros religiosos de papel sencillo. Su celda mide tres metros de largo por dos de ancho, y es ocupada por un jergón de paja sobre desnudas tablas, por una mesa de cuatro palmos, sobre la que coloca el crucifijo de misionero, algunos libros, el tintero, la pluma los documentos relativos a su cargo, y por una silla de enea. Su habitación más parece celda carcelaria que estancia de un Fundador. Y el Santo no se ruboriza en llamarla su pequeña prisión.

Un día manda al Hermano carpintero que

..y cae de hinojos sobre la alfombra de la nieve...

le haga un pequeño armario para guardar los documentos. El Hermano Coadjutor se esmera en ello y pone algunos adornos en el sencillo armario. El santo Fundador se disgusta al contemplar tales adornos y rehúsa, por ello, que dicho armario se conserve en su celda.

En la comida se muestra también pobre. Es vegetariano, por mortificación y por amor la pobreza, prefiriendo siempre alimentos de poco coste. Parco en la comida, nunca exige exención o privilegios, ni siquiera en sus enfermedades.

—Si somos pobres, conviene lo seamos de verdad.

Es Fundador y General del Instituto. Pero le gusta depender de otro, tanto en el vestido como en todo lo que a su manutención se refiere.

Amigo íntimo de los Sumos Pontífices, no aprovecha la amistad para sacar partido o beneficios económicos.

Un día promete al Rector del Convento de San Juan y Pablo hablar a la Santidad de Clemente XIV y pedirle alguna ayuda para subvenir a las necesidades del Retiro. Recibido en audiencia, el Pontífice, afable y cordial le pregunta si necesita algo para el Convento. Y el Santo Fundador, amigo del Pontífice. pero más amigo aun de la pobreza, contesta:

—Gracias a Dios, nada nos falta, y estamos demasiado bien.

El Rector del Convento. conocedor de lo ocurrido, se lamenta  ante el Fundador. Pero éste replica:

— Nos basta con lo que tenemos. ¡Procuremos ser pobres!

En la isla de Elba pasea un día con un santo ermitaño. Los campos florecidos le invitan a
alabar al Señor.

— De quién son estos campos? pregunta
el Santo.

—De la familia Marciana; contesta el ermitaño.

Pablo, arrebatado en éxtasis, exclama:

—A mí me basta el espacio de tierra que ocupa mi sombra.

En las santas Misiones le  ofrecen, no pocas veces, regalos y donativos. Pero él los rehúsa cortésmente.

Al Maestro Lucas Alessi, que le ofrece un paquete de chocolate, y a una dama romana, que le regala unos blancos y finos pañuelos, les dice:

—Muy agradecido; pero estas cosas no son para mí.

Al Hermano Bartolomé ordena:

—Nada me presente en la celda de lo que me traen los bienhechores. Distribúyalo entre los necesitados. ¡Oh, qué feliz es la vida común.

A veces, la pobreza deja sentir también sus efectos. Pobre y no carecer de nada no suele ser muy evangélico. Pablo de la Cruz y sus religiosos entienden por experiencia de escaseces y penurias.

Un día en el Retiro de Vetralla escasean las provisiones. Es invierno. Los senderos que conducen al convento están borrados por la nieve, y el Retiro queda lejos del poblado. Y llega un día en que la religiosa Comunidad amanece sin pan, sin aceite y sin provisión alguna. Los religiosos declaran al Santo que no tienen ni siquiera un mendrugo de pan para comer.

—Hubieran hecho oración y no carecerían de nada; responde el Fundador, confiado en la divina providencia.

—Sí, sí, oración, ¡pero con el estómago vacío!; bromean los religiosos.

El santo Fundador sale del convento y cae de hinojos sobre la alfombra de la nieve. Y se encomienda al Señor del Universo que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo. Con oración suplicante, acentos imperiosos, y, como dirá más tarde el Santo, parole grosse, Pablo de la Cruz insiste e importuna al Creador para que remedie la necesidad de sus hijos.

De pronto, en el augusto silencio de la campiña suena el campanil de la portería del convento. El Santo se levanta. Y, presuroso, se dirige a la portería del Retiro. Y, sorprendido, ve a un venerable anciano con dos mulas cargadas de pan y aceite. Descargadas las provisiones y recibidas con muestras de júbilo y de religioso agradecimiento por el Hermano Portero, éste, cuando vuelve para ofrecer al desconocido personaje algo con que calentar el estómago, ve, asombrado, que el anciano ha desaparecido con las bestias.

El portero sale del convento y extiende su mirada por los contornos cubiertos de nieve. Pero en las cercanías del Retiro no descubre a nadie. Y sobre la blanca nieve no distingue ni pisadas de anciano ni huellas de animales de carga.

Milagros de este género demuestran cuán agradable al Señor era la pobreza de su Siervo, Poverello del siglo XVIII, que por seguir a Cristo pobre, renunció a los bienes de la tierra, se vistió de tosco sayal, fundó un Instituto sobre la base de la más estrecha pobreza, y vivió despegado de los bienes caducos, y murió pobre, a imitación de su Divino Maestro.

P. Juan de la Cruz, C.P.