Amorosas palabras de Cristo a su esposa, con la preciosa imagen de una noble fortaleza,
que simboliza a la Iglesia militante, y sobre cómo la Iglesia de Dios será ahora
reconstruida por las oraciones de la gloriosa Virgen y de los santos.
Yo soy el Creador de todas las cosas. Soy el Rey de la gloria y el Señor de los ángeles.
He construido para mí una noble fortaleza y he colocado en ella a mis elegidos. Mis
enemigos han perforado sus fundamentos y han prevalecido sobre mis amigos, tanto que
les han amarrado a estacas con cepos y la médula se les sale por los pies. Les apedrean los
huesos y los matan de hambre y de sed. Encima, los enemigos persiguen a su Señor. Mis
amigos están ahora gimiendo y suplicando ayuda; la justicia pide venganza, pero la
misericordia invoca al perdón.
Entonces, Dios dijo a la Corte Celestial allí presente: “¿Qué pensáis de estas personas
que han asaltado mi fortaleza?” Ellos, a una voz, respondieron: “Señor, toda la justicia está
en ti y en ti vemos todas las cosas. A ti se te ha dado todo juicio, Hijo de Dios, que existes
sin principio ni fin, tú eres su Juez. Y Él dijo: “Pese a que todo lo sabéis y veis en mi, por el
bien de mi esposa, decidme cuál es la sentencia justa”. Ellos dijeron: “Esto es justicia: Que
aquellos que derrumbaron los muros sean castigados como ladrones; que aquellos que
persisten en el mal, sean castigados como invasores, que los cautivos sean liberados y los
hambrientos saturados”.
Entonces María, la Madre de Dios, que al principio había permanecido en silencio,
habló y dijo: “Mi Señor e Hijo querido, tú estuviste en mi vientre como verdadero Dios y
hombre. Tú te dignaste a santificarme a mí, que era un vaso de arcilla. Te suplico, ¡ten
misericordia de ellos una vez más!” El Señor contestó a su Madre: “¡Bendita sea la palabra
de tu boca! Como un suave perfume, asciende hasta Dios. Tú eres la gloria y la Reina de los
ángeles y de todos los santos, porque Dios fue consolado por ti y a todos los santos deleitas.
Y porque tu voluntad ha sido la mía desde el comienzo de tu juventud, una vez más
cumpliré tu deseo”. Entonces, él le dijo a la Corte Celestial: “Porque habéis luchado
valientemente, por el bien de vuestra caridad, me apiadaré por ahora.
Mirad, reedificaré mi muro por vuestros ruegos. Salvaré y sanaré a los que sean
oprimidos por la fuerza y los honraré cien veces por el abuso que han sufrido. Si los que
hacen violencia piden misericordia, tendrán paz y misericordia. Aquellos que la desprecien
sentirán mi justicia”. Entonces, Él le dijo a su esposa: “Esposa mía, te he elegido y te he
revestido de mi Espíritu. Tú escuchas mis palabras y las de los santos quienes, aunque ven
todo en mí, han hablado por tu bien, para que puedas entender. Al fin y al cabo, tú, que
aún estás en el cuerpo, no me puedes ver de la misma forma que ellos, que son mis
espíritus. Ahora te mostraré lo que significan estas cosas.
La fortaleza de la que he hablado es la Santa Iglesia, que yo he construido con mi
propia sangre y la de los santos. Yo mismo la cimenté con mi caridad y después coloqué en
ella a mis elegidos y amigos. Su fundamento es la fe, o sea, la creencia en que Yo soy un
Juez justo y misericordioso. Este fundamento ha sido ahora socavado porque todos creen y
predican que soy misericordioso, pero casi nadie cree que yo sea un Juez justo. Me
consideran un juez inicuo. De hecho, un juez sería inicuo si, al margen de la misericordia,
dejara a los inicuos sin castigo de forma que pudieran continuar oprimiendo a los justos.
Yo, sin embargo, soy un Juez justo y misericordioso y no dejaré que el más mínimo
pecado quede sin castigo ni que aún el mínimo bien quede sin recompensa. Por los huecos
perforados en el muro, entran en la Santa Iglesia personas que pecan sin miedo, que
niegan que Yo sea justo y atormentan a mis amigos como si los clavaran en estacas. A estos
amigos míos no se les da gozo y consuelo. Por el contrario, son castigados e injuriados
como si fueran demonios. Cuando dicen la verdad sobre mí, son silenciados y acusados de
mentir. Ellos ansían con pasión oír o hablar la verdad, pero no hay nadie que les escuche ni
que les diga la verdad.
Además, Yo, Dios Creador, estoy siendo blasfemado. La gente dice: ‘No sabemos si
existe Dios. Y si existe no nos importa’. Arrojan al suelo mi bandera y la pisotean diciendo:
‘¿Por qué sufrió? ¿En qué nos beneficia? Si cumple nuestros deseos estaremos satisfechos,
¡que mantenga Él su reino y su Cielo! Cuando quiero entrar en ellos, dicen: ‘¡Antes
moriremos que doblegar nuestra voluntad!’ ¡Date cuenta, esposa mía, de la clase de gente
que es! Yo los creé y los puedo destruir con una palabra. ¡Qué soberbios que son conmigo!
Gracias a los ruegos de mi Madre y de todos los santos, permanezco misericordioso y tan
paciente que estoy deseando enviarles palabras de mi boca y ofrecerles mi misericordia. Si
la quieren aceptar, yo tendré compasión.
De lo contrario, conocerán mi justicia y, como ladrones, serán públicamente
avergonzados ante los ángeles y los hombres, y condenados por cada uno de ellos. Como
los criminales son colgados en las horcas y devorados por los cuervos, así ellos serán
devorados por los demonios, pero no consumidos. Igual que las personas atrapadas en
cepos no pueden descansar, ellos padecerán dolor y amargura por todas partes.
Un río de fuego entrará por sus bocas, pero sus estómagos no serán saciados y su sed
y suplicio se reanudarán cada día. Pero mis amigos estarán a salvo, y serán consolados por
las palabras que salen de mi boca. Ellos verán mi justicia junto a mi misericordia. Los
revestiré con las armas de mi amor, que les harán tan fuertes que los adversarios de la fe se
escurrirán ante ellos como el barro y, cuando vean mi justicia, quedarán en vergüenza
perpetua por haber abusado de mi paciencia”.
Profecías y Revelaciones de Santa Brígida
Libro 1 - Capítulo 5