miércoles, 6 de marzo de 2024

Milagros del Escapulario 11: No muere jamás con su Escapulario quien desprecia la gracia de María

 



Era el mes de septiembre del año 1927, en la calle Bolsa de Sevilla; próxima a nuestro convento del Buen Suceso, había una modesta pensión, propiedad de dos virtuosas hermanas jerezanas, terciarias Carmelitas y amantísimas de la Virgen del Carmen, donde hacía muchos años que se hospedaba un pobre tipógrafo ácrata, el cual se hallaba en trance de muerte, afecto de un cáncer en los intestinos. 

Las piadosas hermanas, compadecidas de la situación moral y material el pobre enfermo, y deseosas, sobre todo, de la salvación de su alma, llamaron al simpático y buenísimo Padre Fr. Ángelo Ramos, Carmelita, a fin de que le impusiera el Santo Escapulario de nuestra Madre del Carmen, por ver si aquel pez gordo caía en la red mística de la Divina Pescadora y salvadora de almas. 

Jovial y chispeante, cual no conocí jamás a ningún otro andaluz, el buen P. Ángelo consiguió, con sus chirigotas y agudezas y tras un par de caritativas visitas, imponerle el Escapulario de la Virgen. Después, con gran unción y celo comenzó a hablarle de la conversión y salvación de su alma y a exponerle lo fácil que le era el reconciliarse con Dios. Llevó dos o tres tardes al que estas líneas escribe a visitar aquel desgraciado; recíbale el enfermo con muestras de suma complacencia y amabilidad, mas cuando se tocaba o derivaba el tema hacia el punto de su salvación y del inminente peligro en que se hallaba, tema que, entre bromas y veras, sabía tocar maravillosamente con su sal andaluza el jovial Padre Ángelo, volvía la espalda el enfermo, mascullando entre dientes imprecaciones y despachando descorazonados a sus visitantes. Un día, entre otros, le dijo el infeliz: “Si me va usted a poner el disco de la confesión y de que salve mi alma, bien puede coger el portante, porque estoy resuelto a darle mi alma al demonio; así que excuse usted el tratar semejante tema, pues me pone de un humor de perros y me exacerba más la enfermedad.” 

Transcurrían los días y el mal se agravaba y acentuaba por instantes, hasta tal punto que con nada se le calmaban aquellos agudísimos dolores, que le tenían materialmente revolcándose en el lecho como un perro.  

Las dos piadosas terciarias repetían novena tras novena por la conversión de aquel alma, sorda y ciega voluntariamente a todas la invitaciones de la gracia divina, que se dejaba sentir en él de una manera palpable y visible. 

Mas un día le oímos decir, entre aquellas convulsiones horrorosas y aquellos dolores insoportables: “Ya debía estar muerto, más de cuanto ha; pero no sé qué talismán, qué fuerza superior hay en mí que me impide el acabar de una vez, cuando veo que me estoy muriendo a chorros: esto debe ser efecto del Escapulario que usted me puso a cuello, y que me retiene asido como un hilo a esta vida, de la cual no me queda más que un hilito muy tenue.” Y luego proseguía con convulsiones de epiléptico: “Pero yo debo morir y quiero morir y me es aborrecible la vida.” Amorosamente le instaba el buen Padre a que confesara, para que ya que no podía conseguir la salud del cuerpo, ni retener por mucho tiempo la vida corpórea, consiguiera su salvación eterna. Echando fuego de odio y de rencor por los ojos, despedía al amigo compasivo y bueno y amable, diciéndole “que le recibía como amigo compasivo y bueno y amable, que se imponía tales sacrificios por consolarle y visitarle, pero que como sacerdote y como fraile le odiaba y aborrecía; y que él ya sospechaba en qué estaba el secreto de no morirse de una vez: en el amuleto o talismán que le había colgado al cuello.” Todo fue inútil con aquel hombre obstinado y empedernido en el mal. Le visito varios días el caritativo Padre, y cada vez le halló más desesperado y con menos muestras de volverse a Dios, hasta que un día, inspirado tal vez por Lucifer, se arrancó el bendito Escapulario, lo arrojó con rabia al orinal y murió desgarrándose la garganta y el pecho con las uñas, y con tal mueca de rabia y desesperación en el semblante, que a las claras se notaba debía estar con los precitos entre las legiones de Luzbel en los infiernos. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen 
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.
Editado en 1956