viernes, 9 de mayo de 2025
Mater Dolorosa - R.P. Ildefonso Rodríguez Villar
1.° La Reina de los mártires. — El dolor es la ley universal que
abarca a todos los hombres sin excepción. — El niño, sin que nadie
se lo enseñe, gime y llora, y así, entre llantos y gemidos, se deslizará
toda su vida. — No podemos huir del dolor..., nos espera donde
menos lo creíamos…, quizá cuando son mayores nuestros goces y
alegrías...; generalmente éstas son preludio de las lágrimas. —
Cuando te venga un fuerte alegrón piensa en algún fuerte dolor o
físico o moral…, del cuerpo o del alma..., de dentro o de fuera…, que
te ha de venir. — Es locura querer alargar la vida huyendo del dolor.
— Cuando menos punzan sus espinas, es abrazándose con
generosidad con él... saliéndole al encuentro..., teniéndole gran
amistad..., sobre todo, santificando y sobrenaturalizando todo dolor y
sufrimiento.
Jesús quiso ser el Varón de dolores y su Madre la Reina de los
mártires. — Esos son los modelos..., ésos los únicos que alivian, con su
ejemplo, nuestros sufrimientos, y nos enseñan a santificarnos con ellos.
— ¡Bendito el dolor! — Así dijo Cristo: «dichosos los que lloran..., los que
sufren..., los que padecen». — No tengas lástima del que sufre mucho,
sino del que no sabe sufrir. — Cristo asoció a su Madre a todas sus
glorias y grandezas, y por eso la hizo compañera de todos sus
sufrimientos. — Al que Dios más ama, más le hace sufrir, para elevarle,
como a su Madre, después a mayor gloria y grandeza. — ¡Cuánto sufrió María al pie de la Cruz!... ¡Pero qué grande es María precisamente al pie
de la Cruz!... ¡Qué perla faltaría en su corona, si no tuviera la del dolor!
— Por tanto, fue necesario que si era Reina, fuera Reina del dolor y del
martirio. — Si fue Reina del dolor, debió sufrir más que nadie... Su
martirio duró toda su vida.
A nosotros, nos envía Dios los dolores uno a uno y nos oculta los
futuros...; sólo sufrimos los presentes. — A María le reveló ya desde el
principio, todo lo que había de sufrir para no ahorrarle sufrimientos... sino
más bien quiso que aquella espada la atormentara toda la vida.

Piensa en sus dolores: cuánto sufrió con la ingratitud..., la traición..., el
abandono..., el desamor de que fue objeto su Hijo. — Belén..., Egipto...,
Nazaret..., Jerusalén..., el pesebre y el Calvario..., el Templo..., el palacio
de Herodes y de Pilatos..., Son todos los lugares en que su corazón se
desgarró ¡tantas veces! — Hasta la pérdida de Jesús quiso sufrirla... para
enseñarnos a nosotros a sufrir y a buscarle si le perdemos pecando. —
Detente a enumerar y ponderar estos dolores.
2.° Dolor humano y natural. — En todos estos dolores, considera su
parte natural y humana. — La medida de todo dolor, es la intensidad
del amor. — Sólo nos duele dejar o perder lo que amamos. — A
mayor amor, mayor dolor. — Con esta regla, trata de medir el dolor
de María... Era un dolor de madre y con esto se dice todo... Es el
amos más puro..., más noble..., menos egoísta que en la tierra existe,
¡el amor de una madre! — Por eso, Dios no ha querido que tengamos
más que una...; ella sola basta para llenar toda nuestra existencia de
cariños inefables..., de besos calientes..., de amores que llenan por
completo el corazón... ¡Cómo ama una madre! — Y, ¿cómo amaría la
Virgen a su Hijo? — Dios quiso juntar en su Corazón todas las
ternuras de todas las madres para que con ese amor amara a su Hijo.
— No merecía menos el «Hijo de Dios»... y el que quiso llamarse por
excelencia el «Hijo del hombre». — Pues, ¿cuál sería su dolor..., su
sufrimiento en la pérdida de su hijo?
Piensa, además, que el Hijo que perdía era único, que no le quedaba
otro con quien consolarse..., que ese Hijo único era el mejor de todos...,
que amaba a su Madre, como ningún hijo ha amado a la suya. — Por otra
parte, siendo inocentísimo como era, lo perdía como si fuera un
criminal...; que no era una enfermedad..., un accidente desgraciado...,
sino una traición..., una ingratitud..., una enorme y horrible injusticia, la
que le arrebataba la vida... y que eso se llevaba a cabo en medio de
atroces tormentos... y en su misma presencia.
Piensa en aquella íntima unión que entre Jesús y María existía, hasta el
punto que en verdad el Hijo era la vida..., el todo de la Madre... y
comprende por aquí algo, la intensidad de su dolor de Madre.
Además, es cierto que la sensibilidad tiene muchos grados..., que no es
igual en todas las personas... y que a mayor sensibilidad, mayor fuerza de dolor. — María era de una delicadeza exquisita..., de un organismo
perfectísimo y por lo mismo de una sensibilidad extraordinaria... ¿Cuál
sería, pues, el dolor de su corazón al ponerse en contacto con la
ingratitud..., con la injusticia..., etcétera? — Recuerda lo que a ti estas
cosas, que habrás pasado en grado muy inferior, te han hecho sufrir, y
deduce lo que pasaría por el alma de la Virgen. — Detente en cada una
de estas circunstancias... Medita muy despacio cada uno de estos
motivos... y te convencerás de que con mucha razón, la Santísima Virgen
puede aplicarse aquellas palabras de Jeremías: «Mirad y ved, si hay
dolor semejante al mío.»
3.° Dolor divino y sobrenatural. — No podemos abarcar toda la
intensidad del dolor humano y natural de María... ¿Cómo podremos,
pues, darnos una idea ni siquiera aproximada, de su dolor
sobrenatural? — María sufría al perder a aquel que era su Hijo..., al
verle padecer y morir... pero sobre todo sufría porque en Él veía a su
Dios.
¿Quién ha conocido como Ella a Dios?... ¿Quién le ha amado como
Ella?
Recuerda los incendios de amor de tantas almas santas..., de los
mismos ángeles y serafines...; todo es nada en comparación del amor de
María a su Dios. — Pues, ¿cómo sentiría las ofensas..., los insultos..., los
tormentos que los hombres le dieron? Si como Madre todos repercutían
en su corazón..., como Madre de Dios, ¿qué sería?
Consta que ha habido almas que han muerto de dolor de sus pecados,
considerando lo que con ellos ofendieron a Dios. — Pues, ¿cómo María
no murió de dolor a la vista de aquellas ofensas gravísimas que el pueblo
escogido infirió a Cristo en su Pasión?
Además, María sufrió todos estos tormentos indecibles, sin consuelo
espiritual de ninguna clase... Los mártires sufrían con alegría abrazados
al crucifijo... La vista de Jesús crucificado, alentaba a los penitentes y
anacoretas en sus austeridades..., pero para María, el Crucifijo..., la vista
de Cristo crucificado, era precisamente su mayor tormento... El mismo
que a otros iba a consolar, era el verdugo que atormentaba el corazón de
su Madre. — Sus dolores no fueron físicos... Nada padeció en su cuerpo
de tormentos y castigos..., pero por eso mismo, fue más intenso su dolor,
al ser todo él interno..., puramente espiritual..., ¡verdaderamente divino!
En fin, el colmo del dolor de la Virgen, fue no sólo el asistir..., el
autorizar con su presencia el sacrificio de su Hijo..., sino que tuvo que
llegar a desearlo. — Dos hijos tenía María: el hijo inocente... y el hijo
pecador, que somos nosotros, — Si quería que viviera el Hijo inocente,
no podía salvarse el hijo pecador...; si quería la salvación de éste, debía
desear el sacrificio del otro... ¿Qué hacer? — Como Madre, debía de
queremos tanto como a Jesús... y tuvo que llegar a querernos más que a
El..., porque sabiendo que esa era la voluntad de Dios, quien no perdonó a su propio Hijo..., también fue la suya, y tampoco Ella le perdonó. — Por
eso, allí estuvo al pie de la Cruz, muerta de dolor..., deseando..., hasta
gozándose en la muerte de Cristo para salvarnos a nosotros... ¡Cuánto
amor!, pero también, ¡cuánto dolor!... ¡Cuánto costamos a María ser hijos
suyos!
Y si lo que cuesta es lo que se aprecia y ama, ¿cuánto nos amará
ahora, pues tanto la hicimos sufrir? — Pero ya basta..., basta ya de
ingratitudes..., no hagas ya sufrir más a tu Madre..., sino ámala aún a
costa de tus sufrimientos y de tu vida misma.
Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964)
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