martes, 25 de noviembre de 2025

Alma de Cristo

 


ALMA DE CRISTO 

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti. Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén


Oración a Santa Rita para los casos desesperados

 



ORACIÓN PARA LOS CASOS DESESPERADOS

Oh poderosa Santa Rita, llamada Abogada de los casos desesperados, socorredora en la última esperanza, refugio y salvación en el dolor, que conduce al abismo del delito y de la desesperación: con toda la confianza en tu celestial poder, recurro a ti en el caso difícil e imprevisto que oprime dolorosamente mi corazón.

Dime, oh Santa Rita, ¿no me vas a ayudar tu?, ¿no me vas a consolar? ¿Vas a alejar tu mirada y tu piedad de mi corazón, tan sumamente atribulado? ¡Tú también sabes lo que es el martirio del corazón, tan sumamente atribulado! Por las atroces penas, por las amargas lágrimas que santamente derramaste, ven en mi ayuda. Habla, ruega, intercede por mí, que no me atrevo a hacerlo, al Corazón de Dios, Padre de misericordia y fuente de toda consolación, y consígueme la gracia que deseo (indíquese aquí la gracia deseada). Presentada es seguro que me escuchará: y yo me valdré de este favor para mejorar mi vida y mis costumbres, para cantar en la tierra y en el cielo las misericordias divinas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


sábado, 22 de noviembre de 2025

Usar el Agua Bendita

 


El agua bendita es un sacramental que usa la Iglesia en muchas de sus ceremonias y pone a nuestra disposición como una ayuda para nuestra santificación y protección. El agua es uno de los cuatro elementos primordiales de los Antiguos y a ella está ligada naturalmente la idea de purificación. El agua, además, refresca y da vida. Sin ella ésta no sería posible sobre la Tierra. En el santo bautismo se nos recuerda la doble función del agua, hecha materia de este sacramento: lava el pecado original y da la nueva vida sobrenatural al alma. Por eso se la bendice solemnemente en la Vigilia de Pascua, que recuerda el paso de los hebreos por el Mar Rojo a pie enjuto, librándose de la esclavitud de Egipto y entrando en el camino hacia vida nueva en la tierra prometida.

El agua bendita, la que se usa como sacramental (que trae su origen del agua lustral de la Ley Mosaica, presente asimismo en otros ritos purificatorios de la Antigüedad), también es bendecida, aunque no con la solemnidad del agua destinada a la pila bautismal. Se exorciza primero para quitar de ella todo influjo maligno y se la sala un poco para significar la incorrupción. La sal que para ello se utiliza también es exorcizada y se la bendice. Las oraciones que trae el Rituale Romanum para bendecir el sacramental del agua (Ordo ad faciendam aquam benedictam) son bellas y dignas de ser meditadas.

La Iglesia usa el agua bendita para santificar las cosas creadas. No hay bendición en la que no se asperja con ella la persona, el ser o la cosa objeto de la misma. Con ella acompaña a los difuntos en su último viaje. También es una eficaz arma contra las insidias diabólicas. Cada domingo, antes de la misa mayor, se lleva a cabo la aspersión solemne del agua bendita, que comienza por la hermosa antífona Asperges me (en tiempo pascual Vidi aquam). El celebrante comienza tomándola él para sí y después recorre la nave de la iglesia rociando con el hisopo a los fieles congregados. Es una costumbre que, desgraciadamente, se ha enrarecido en nuestros templos.

También en cada iglesia, santuario u oratorio suele haber una pila de agua bendita a la entrada. El fiel que entra en el sagrado recinto, lo primero que debe hacer es acercarse a tomarla con las yemas de los dedos y signarse. Existe un díptico latino que sirve para acompañar este gesto y es muy significativo:

Haec aqua benedicta
sit nobis salus et vita

(Que esta agua bendecida
Nos dé salvación y vida)

Es recomendable que en cada hogar haya también una pequeña pila de agua bendita para que nos acostumbremos a tomarla antes de iniciar nuestra jornada, al salir de casa y regresar. El agua se puede obtener pidiéndola en la parroquia o que nos la bendiga algún sacerdote. De preferencia sería aconsejable asistir a su bendición, con los exorcismos y plegarias, lo que constituye una magnífica catequesis. Si vemos que se va agotando el agua bendita que tenemos en casa, basta añadir de a pocos una cantidad que sea menos de la mitad de lo que nos queda del agua bendita original para que todo quede bendecido. Sin embargo, a no ser en caso de necesidad, es mejor pedirla nueva cada vez.

No dejemos la saludable costumbre de emplear el agua bendita en nuestras acciones principales. Es un auxilio muy fácil que la Iglesia pone a nuestra disposición.




miércoles, 19 de noviembre de 2025

Santa Isabel de Hungria - 19 de Noviembre




En orden a los difuntos no queremos, hermanos, 
dejaros en ignorancia para que no os entristezcáis, 
del modo que suelen los demás hombres, 
que no tienen esperanza. 
(1 Tesalonicenses, 4, 13). 

Santa Isabel, hija de Andrés II, rey de Hungría, y esposa de Luis IV, landgrave de Turingia, se levantaba todas las noches para orar a Dios, alimentaba hasta a novecientos pobres todos los días y seguía descalza las procesiones. A la muerte de su virtuoso esposo, que se había hecho cruzado con Federico Barbarroja: "Dios mío -dijo ella- cuando para resucitarlo no tuviese sino que dar un solo cabello, no lo daría si ello fuese contra vuestra voluntad". Despojada y echada entonces como disipadora por su cuñado, vivió pobre con sus tres hijos, recobró después sus bienes cuyas rentas distribuyó a los pobres, y murió en una cabaña, el 17 de noviembre de 1231, contando menos de 24 años de edad. 

MEDITACIÓN 
SOBRE LA MUERTE 
DE NUESTROS PARIENTES y AMIGOS

I. Todos los días vemos que se mueren personas que nos son queridas. Si sucumben a una muerte súbita e imprevista, aun después de una vida poco edificante, no desesperemos de su salvación; tal vez han invocado a Dios y han obtenido el perdón de sus faltas en el último momento; con todo, tomemos nuestras medidas para no ser sorprendidos en la misma forma. Si estas personas mueren con la muerte de los justos, no las lloremos; más bien tengámosles santa envidia. Te afliges de ver morir a tal pariente o a tal amigo; consuélate, es más dichoso que tú si ha muerto santamente. Tú combates aún, él triunfa ya. Que tu fe, tu esperanza y tu caridad te consuelen. (San Agustín). 

II. Dios quiere desapegarte de las personas que más amas, a fin de que te pertenezcas por entero; quiere que pienses a menudo en la muerte. Escucha qué te dice: Hoy es mi turno, mañana será el tuyo. ¿Qué estima tiene ahora ese amigo de aquello que era el objeto de sus afanes? Un día estarás como él en el lecho de muerte. Ten los sentimientos que entonces tendrás y despreciarás lo que más amas. 

III. No esperes la hora de la muerte para prepararte a morir bien. No sabes cuándo ni cómo morirás: haz ahora todo lo que entonces quisieras haber hecho. ¿Estarías dispuesto a morir en este momento? Pensemos incesantemente en la muerte; esforcémonos lo más que podamos para no estar eternamente separados de nuestros parientes y amigos, que gozan ahora de la gloria del paraíso. Allí nos espera gran número de aquéllos que nos son queridos. (San Cipriano). 

La conformidad con la voluntad de Dios 
Orad por vuestros parientes difuntos. 

ORACIÓN 
Dios de misericordia, iluminad los corazones de vuestros fieles, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada Isabel, concedednos la gracia de despreciar las prosperidades mundanas y gozar sin interrupción de los consuelos celestiales. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. (1642-1718) 

jueves, 13 de noviembre de 2025

La Virgen María en ejemplos 19: María la pecadora, convertida en la hora de la muerte

 


Se cuenta en la Vida de Sor Catalina de San Agustín que en el pueblo donde moraba había también una mujer llamada María, que habiendo sido escandalosa en la juventud, no era mejor siendo ya vieja, por lo cual la echaron del pueblo y se refugió en una cueva, donde al cabo murió medio podrida, sin sacramentos y abandonada de todo el mundo, y así, la enterraron en el campo como a una bestia. Sor Catalina, aunque acostumbrada a encomendar a Dios muy de veras las almas de todas las personas que allí morían, habiendo sabido la desgraciada muerte de la vieja, no pensó en pedir por ella, teniéndola, como ya todos la tenían, por condenada. Al cabo de cuatro años se le aparece de pronto un alma en pena, que le dice: 

«Catalina, ¿he de tener yo tan mala suerte? Tú encomiendas a Dios a todos los que mueren aquí, y sólo de mi alma no tienes compasión.» «¿Quién eres?», le preguntó la sierva de Dios. «Soy María, la que murió en la cueva.» « ¡Cómo!, ¿tú en carrera de salvación?» «Sí — volvió a decir el alma — , lo estoy gracias a la misericordia de la Reina del Cielo. Oye cómo fue. Cuando ya vi cerca la muerte, mirándome tan abandonada y llena de pecados, volví los ojos a la Madre de Dios, diciendo: Señora, no hay quien me valga en este último trance; pero Vos acogéis a todos los desamparados, Vos sois mi única esperanza, Vos sola me podéis ayudar; tened compasión de mí. No se hizo sorda la Virgen sacratísima; me alcanzó de Dios la gracia de hacer un acto de verdadera contrición, morí entonces, y así me salvé. Ahora, en el purgatorio, me ha obtenido también el favor de que se me abrevie la pena, haciendo que sufra con más intensión lo que hubiera tenido que padecer por muchos años, y sólo me falta que se celebren algunas misas por mi alma, las cuales te pido que me mandes decir, y yo te prometo rogar siempre en el Cielo por ti a Dios y a su santísima Madre.» 

Cuidó Sor Catalina que al instante se aplicasen las misas, y a los pocos días se le volvió a aparecer el alma más resplandeciente que el sol, dándole gracias por el beneficio, y diciendo que iba a la gloria a cantar para siempre las misericordias del Señor y a rogar por ella


 Las Glorias de María
San Alfonso María de Ligorio