miércoles, 19 de abril de 2023

La Humildad - R.P. Ildefonso Rodríguez Villar



1.° Humildad necesaria. — Después de las virtudes teologales y de las cardinales, sin duda que corresponde la preferencia a la humildad. — Es aquella virtud de la que dice San Francisco de Sales, que «es necesaria en cada instante y para todos, aún para los más perfectos»...; la que es considerada por todos como el fundamento del edificio de la santidad... y el primer paso que hay que dar en este camino. — La Iglesia repite con frecuencia, en el Oficio Divino, aquello de San Agustín: «¿Quieres levantar una gran fábrica de santidad?... Piensa primero en una sólida base de humildad..., porque cuanto mayor sea el edificio más hondos han de ser los cimientos.» 

Es cosa clara que el árbol que no profundiza en sus raíces, no puede tener gran corpulencia..., ni resistir la furia del temporal. — Error muy lamentable es creerse muy adelantado en la perfección y no tener dominada la soberbia..., el orgullo..., el amor propio..., pues aunque lleves una vida de mucha piedad e intensamente espiritual, estás muy lejos del comienzo de la perfección si no eres humilde... Oye a Santo Tomás, que dice: «que aquel que no es humilde, aunque haga milagros, no es perfecto..., porque toda su virtud está falta de solidez». No dudes que si no has llegado ya a mayor santidad, es porque aún no eres profundamente humilde. 

Examínate y verás que es el amor propio maldito, el que liga tus alas y no te deja volar a Dios y a las alturas de la perfección. — Dios se enamora por completo de las almas humildes y se comunica y se entrega a ellas sin reserva..., elevándolas a una altura de santidad, siempre proporcionada a su rebajamiento y a su humildad... «Dios resiste a los soberbios..., y a los humildes da su gracia», dice Santiago. — «Todo el que se humilla será ensalzado y el que se ensalza humillado», según el Evangelio. 

Repite despacio y vuelve a saborear el Magníficat de la Virgen en el que tan hermosamente canta Ella las excelencias de la humildad... Y, ¿cómo no?, si dice Santa Teresa, que «la humildad de la Virgen fue la que atrajo a Dios del Cielo a sus purísimas entrañas y con ella le traemos también nosotros de un cabello a nuestras almas». 

Detente muy despacio a considerar la grandeza de María..., su excelencia casi divina..., su santidad a nuestros ojos perdiéndose de vista..., aquella su pureza, con todo el cortejo de virtudes que la acompañan, etc., y piensa: ¿cuál será el fundamento proporcionado a esa santidad? — Si en Ella, por ser la obra maestra de Dios, todo es armónico, ¿qué humildad será necesaria para hacer juego y guardar armonía con aquella celsitud?

A la verdad, que si Dios, a la vista de su humildad, tanto ensalzó a algunos santos..., ¿qué humildad vería en María cuando así la engrandeció sobre todos los demás?... Extasíate ante la virtud de tu Madre y condensa en su humildad toda su santidad, según aquello de San Agustín: «Si me preguntas cuál es lo primero y principal para la perfección, te diré: en primer lugar, la humildad...; en segundo término, la humildad, y en último caso, la humildad»... No porque se hayan de despreciar las demás virtudes..., sino porque teniéndola a ella de veras, se tienen a todas..., pues si la soberbia es madre de todo pecado..., la humildad es de toda virtud. — Medita esto, ante el ejemplo de tu Madre. Examínate mucho en esto..., avergüénzate... y pide... 

2.° Humildad verdadera. — Pero advierte que todo esto se aplica únicamente a la humildad de veras o verdadera, no a la aparente y fingida... Y, ¿cuál es la una y la otra?... La humildad verdadera es la respuesta sincera a esta doble pregunta: ¿Quién es Dios?... ¿Quién soy yo?... De este doble conocimiento brota, naturalmente, el conocimiento de nuestra bajeza en comparación de la inmensidad de Dios..., de nuestra miseria..., de nuestra nada..., de nuestra incapacidad para dar ni un solo paso en el camino de la santidad..., de nuestros pecados, que son todavía peor que la nada...; de nuestras continuas imperfecciones e ingratitudes con las que has echado a perder tantas veces las gracias de Dios... Mira tu cuerpo, ¡cuánta corrupción!... Mira a tu alma, ¡cuánta miseria!... Qué cosa más natural que la humildad ante este cuadro tan real y tan verdadero. — Por eso «la humildad es la verdad», según Santa Teresa. 

San Francisco de Sales, sacaba de esta verdad estas consecuencias que debes meditar muy despacio: 

a) Que no tenemos razón para estimamos en algo, sino más bien hemos de tener un concepto bajo de nosotros mismos..., pues sólo debemos estimar y amar a Dios...

b) Que no debemos buscar ni aceptar alabanzas ni estima de ninguna clase..., pues esto es una injusticia, ya que esto corresponde únicamente al Señor... 

c) Que nuestro amor debe ser por la oscuridad..., el menosprecio..., el olvido..., esto es lo que se debe a la nada y al pecado..., y si Jesucristo sin pecado ha sido el primero en hacerlo así, nosotros, cargados con tantos, con mayor motivo debemos hacer lo mismo. 

Aplica todo esto, punto por punto, a la vida de la Santísima Virgen y verás qué fácilmente encuentras en Ella el modelo práctico de la verdadera humildad..., de aquella humildad, de la que decía Cristo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»... ¡Qué buena discípula fue la Santísima Virgen, pues aprendió tan perfectamente esta lección!... ¿Por qué no la aprendes tú también así?... 

3.° Humildad falsa. — Por tanto, no es humildad verdadera la que consiste en meras palabras..., en acciones puramente exteriores... ¡Cuántas veces, a pesar de inclinar la cabeza..., llevar los ojos bajos..., buscar el último lugar..., decir bajezas de sí mismo, etc., se junta todo esto con un refinado amor propio, que no sufre la menor contradicción... y menos aún el verse pospuesto..., que no cede nunca..., que rehúye la sujeción y la obediencia..., que no es capaz de sufrir una corrección de un superior o un aviso saludable de una buena amistad..., que no sabe llevar una injuria o un desprecio..., que siempre anda con comparaciones o exigencias dictadas por la envidia, para no consentir preferencias de ninguna clase!..., etc. — Bien se ve que una humildad así, no merece este nombre, pues es humildad fingida y aparente..., puramente externa..., que no brota de un corazón humilde de verdad. 

También es falsa humildad, la que no quiere reconocer las gracias que ha recibido de Dios, y cree que el pensar en eso, es gran soberbia... ¡Qué distinta fue la humildad de María, cuando no dudó en publicar que había recibido cosas muy grandes del Señor, y que por ellas la llamarían bienaventurada todas las generaciones!... Pero de ahí, no sacaba otra conclusión si no la de la gloria..., alabanza y agradecimiento al Señor... Reconocer, no para envanecerse de lo que se tenga, sino para más alabar, servir y amar a Dios; ésta es la verdadera humildad. 

En fin, es pésima humildad la que, considerando su bajeza y su miseria, deduce, como fruto práctico de ella, el desaliento..., la desilusión..., el abatimiento. — La fórmula de la humildad verdadera, es: «Yo por mí nada soy..., nada puedo, pero todo lo puedo en Aquél que me conforta.» — Todo, luego no hay nada imposible..., ni siquiera la santidad para el verdadero humilde. Pide a la Santísima Virgen luces para distinguir y conocer bien estas dos humildades y que, huyendo de la falsa, con su ayuda te afiances bien en la verdadera.

4.° El verdadero conocimiento. — Como la humildad es la verdad..., se funda en la verdad... y es fuente de verdad, por eso es ella la que nos da nuestro verdadero y exacto conocimiento. — Mira qué bien se conocía a Sí misma la Santísima Virgen. — Nadie había recibido de Dios más gracias y privilegios más extraordinarios que Ella... Inmaculada en su Concepción..., llena de gracia, por lo mismo desde su primer instante..., más santa que todos los ángeles y santos juntos..., Reina del Cielo y corredentora de los hombres..., la bendita entre todas las mujeres..., en fin, con el título único que todo lo resumía: ¡Madre de Dios!... 

Así se veía María, así se conocía a Sí misma, y, no obstante..., mírala ¡qué humildísima siempre! Sabía que toda esta grandeza estaba en Ella.., pero que no era de Ella...; todo era de Dios..., todo era porque se había dignado mirar el Señor a su esclavita con ojos de misericordia..., como lo cantó en su Magníficat...; todo lo atribuía a Dios..., tenía una conciencia perfecta de su nada... y así se consideraba delante de Dios, como la misma nada..., como la última de sus criaturas..., como la más indigna de las esclavas que le sirven... Así adoraba Ella a Dios..., así se anonadaba ante Él..., así se sometía en todo y siempre a su divina voluntad..., así estaba toda la vida recibiendo y practicando su fórmula sublime de humildad... el programa de vida del verdadero humilde: «He aquí la esclava del Señor... Hágase en mí según tu palabra.» — Y como tenía este conocimiento profundo de Sí misma... y obraba siempre con esta conciencia y persuasión de su nada, así aparecía también ante los demás. — Es Reina de los ángeles..., pero no lo demuestra... ¡Con qué reverencia les trata!... Ve en ellos a los servidores... fieles de Dios... a sus emisarios y embajadores... y así se humilla ante ellos... Le disgusta y le turba verse reverenciada y alabada por ellos. 

Así trata también con los hombres... Fíjate, especialmente, en su porte humilde y respetuoso, para con sus padres..., para con los sacerdotes..., para con sus superiores..., para con San José..., en fin, para con todas aquellas aldeanitas de Nazaret... Mira cómo vive exactamente igual que una de ellas... como la humilde esposa de un humilde carpintero... y tan convencida estaba de lo que era en Sí misma..., que no aspiraba a otra cosa, creyendo que no tenía derecho a otro género de vida…, sino más bien contentísima por su suerte, y eso que era... ¡la Reina del Cielo!... ¡Qué ejemplo..., qué lección para nosotros!... 

Haz aplicaciones prácticas a tu vida..., compárate con la Virgen en algunos de esos casos que tú perfectamente conoces de tu vida, y verás así claramente tu soberbia..., tu amor propio..., tu orgullo refinado..., tu falta de humildad... y, por lo mismo, tu falta de conocimiento verdadero de ti mismo. 

5.° La verdadera grandeza. — Y ahora medita en la grandeza que brota de la humildad...; ésta es la única que merece este nombre... Todas las demás grandezas son mentira. — Nunca es el hombre más grande que de rodillas..., esto es, que cuando se humilla y se hunde en el polvo de su miseria... Así se hundió el publicano del Evangelio y se hizo un santo... Así se hundió San Pedro en su humilde arrepentimiento y mereció ser levantado a la altura del primer Papa... Así, sobre todos los santos y sobre todas las criaturas, se hundió la Santísima Virgen al confesarse públicamente «esclava del Señor» y fue elevada a la dignidad de ¡Madre de Dios!... ¡Qué grandeza más verdadera la de la humildad delante de Dios y hasta delante de los hombres!... 

Recuerda a Luzbel en el Cielo..., a Adán en el Paraíso... y te convencerás de que no sólo no conduce a ninguna grandeza la soberbia..., sino que hace más terrible y espantosa la caída. — Una vez, los hombres quisieron hacerse famosos y levantaron una torre que llegase hasta el Cielo, para desafiar el poder de Dios y hacer casi imposibles los castigos de su justicia..., y lo único que hicieron fue el ridículo más espantoso..., hacerse dignos del desprecio y de las burlas de todas las generaciones. 

Compara ahora con ésta, la conducta de María, que no quiere pasar de la condición de sierva y esclava..., pero no de palabra, sino de veras quiere ser tenida como tal... y vivir siempre así... Y Dios la ensalza tanto, que también Ella excitará la atención de todas las generaciones..., pero para admirarla y bendecirla sin cesar... ¡Qué bien cumple Dios su palabra!... «El que se humillare será ensalzado»... 

De la nada creó el mundo y sacó todas las cosas, y no parece si no que ahora también quiere sacar de nuestra nada toda nuestra grandeza... Por eso exige como condición indispensable, para hacernos grandes y santos, que tengamos ante nuestros ojos siempre la nada..., la purísima nada que somos y que podemos. — La humildad y únicamente ella, es la que levanta la torre altísima..., firme... y segura que traspasa las nubes y llega hasta los Cielos..., hasta el trono mismo de Dios. 

6.° La verdadera fortaleza. — En fin, en la humildad se encuentra el resorte secreto para las grandes hazañas, para los grandes heroísmos. — El humilde descansa en Dios..., cuenta con el poder omnipotente de Dios, y no hay nada que se le oponga..., ni dificultades que no venza. — No es la humildad la virtud del apocamiento y encogimiento que nos hace cobardes..., miedosos y pusilánimes..., muy al contrario, es la virtud de los fuertes..., la que da y engendra la verdadera fortaleza. — Todo su valor varonil y su gran energía y decisión en obrar, hemos dicho que sacó la Virgen de su fortaleza..., pero esta fortaleza fue fruto precioso de su profunda humildad. 

En su Purificación, pasa María por una de las mayores humillaciones de su vida...; era necesario, para apreciarla en toda su extensión, conocer el amor de la Virgen a su pureza inmaculada... — La dignidad de Madre de Dios la hubiera pospuesto a su virginidad... y ahora, tiene que pasar a los ojos de los demás como una mujer inmunda. — La azucena purísima, aparece como marchita ante los hombres... Sólo Dios conoce su candor e inocencia... Fácilmente el amor propio hubiera buscado pretextos en este caso para obrar de otra manera: el celo por la gloria de Dios..., la edificación del prójimo..., la alegría de aquel pueblo al saber que ya estaba entre ellos el Mesías, etc. — María no admite tales sugestiones..., obedece a la ley con tanto mayor gusto cuando es para Ella más humillante... Dios estima en este día, más su ofrenda que ninguna, porque ninguna se la ofreció con tanta humildad... — ¡Ah!, pero mira a la vez con cuánta fortaleza y entereza... María, en esta ceremonia, ofrece a Dios a su Hijo... y se entrega Ella misma a la inmolación..., al sacrificio... 

Tú también necesitas generosidad..., entereza..., fortaleza para ofrecer a Dios tu sacrificio..., el que más te cuesta y el más necesario..., el de tu amor propio... Hazlo con generosidad y entereza...; la humildad te la dará... — Pide a la Virgen un conocimiento de ti mismo y de tus defectos..., el conocimiento de tu conducta. — ¿Cuál es tu reverencia en la oración..., con los ángeles y santos..., con tus superiores..., cómo piensas de ellos... y cómo te portas con ellos?... ¿eres respetuoso..., deferente..., sumiso a todo lo que te mandan?... ¿Cómo correspondes a las gracias de Dios?... — La humildad te enseñará todo esto... Pídesela así a la Santísima Virgen..., úrgela y hazle gran fuerza para que no te niegue esta gracia.

Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964) 

lunes, 17 de abril de 2023

"Muerto te finges, muerto serás" - San Vicente Ferrer

 


Ejemplo de San Vicente Ferrer que demuestra que con las cosas de Dios no se juega. 

…Vicente destacaba en la devoción a la Santísima Virgen, la visita a la iglesia, la ofrenda de flores con cánticos a María, “los sermones que repetía en casa y en los recreos con los demás niños de la escuela. 

Pronto apareció el “jefecillo” entre sus compañeros. Basto en cierta ocasión que uno le llamara el “santo”, para que todos hicieran risas del pequeño “predicador”. Y mientras unos le subían a un pedestal para que les siguiera predicando, otros intentaron, en este largo recreo, probar su santidad y el poder de hacer milagros. 

A lo lejos bajaban en procesión con llantos, chillidos y rezos. Traían a hombros un cajón en forma de ataúd con un niño muerto. Lo ponen a los pies de Vicente e imploran que lo resucite ¡Que será de nosotros si no lo haces! ¡Resucítalo! ¡Resucítalo!

Al inclinarse sobre él para descubrirlo, se hace un silencio estremecedor. La voz terrible de Vicente: Muerto te finges, muerto serás”, los deja a todos horrorizados. El niño no saltó del ataúd como esperaban. Está muerto de verdad. La fechoría se convirtió en tragedia. Entonces sí que pudo tanto la inocencia de los niños como la fe del “predicador”. “Jamás juguéis con las cosas santas, que son de Dios” Y el niño resucitó. 

Vida de San Vicente Ferrer 
 Fr. Constantino Martínez, O.P.

domingo, 16 de abril de 2023

LAS APARICIONES DE NUESTRA SEÑORA DE FATIMA


Primera aparición- Día 13 de Mayo de 1917


Estando jugando con Jacinta y Francisco, en lo alto de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos de repente algo como un relámpago.


—Es mejor que nos vayamos a casa —dije a mis primos—, está haciendo relámpagos; puede haber tormenta.

—Pues, sí.

Y comenzamos a bajar la cuesta, llevando las ovejas en dirección de la carretera. Al llegar poco más o menos a la mitad de la pendiente, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos adelante, vimos sobre una encina una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos paramos sorprendidos por la Aparición. Estuvimos tan cerca que nos quedamos dentro de la luz que la cercaba o que Ella esparcía. Tal vez a metro y medio de distancia, más o menos. Entonces Nuestra Señora nos dijo:

—No tengáis miedo! No os hago mal.

—¿De dónde es Vd.? —le pregunté.

—Soy del Cielo.

—¿Y qué es lo que Vd. me quiere?

—Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13, a esta misma hora. Después os diré quién soy y qué quiero. Después volveré aquí todavía una séptima vez.

—Y ¿yo también voy al Cielo?

—Sí, vas.

—Y ¿Jacinta?

—También.

—Y ¿Francisco?

—También; pero tiene que rezar muchos rosarios.

Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran mis amigas y estaban en mi casa a aprender de tejedoras con mi hermana mayor.

—¿María de las Nieves ya está en el Cielo? —Sí, está. (Me parece que debía tener unos dieciséis años.)

—Y ¿Amelia? —Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años.)

—¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

—Sí, queremos.

—Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra confortación.

Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etcétera) que abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como reflejo que de ellas despedía, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, nos caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: "Oh Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío; yo te amo en el Santísimo Sacramento." Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:

—Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra.

En seguida comenzó a elevarse serenamente, subiendo en dirección al saliente, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez decíamos que vimos abrirse el cielo.

Me parece que ya expuse en el escrito sobre Jacinta o en una carta, que el miedo que sentimos no fue propiamente de Nuestra Señora, sino de la tronada que supusimos iba a venir; y de ella, de la tronada, queríamos huir. Las Apariciones de Nuestra Señora no infunden miedo o temor, sino sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos tenido de los relámpagos y del trueno, que suponía vendría próximo: y de eso fue que queríamos huir, pues estábamos habituados a ver relámpagos sólo cuando tronaba.

Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora; pero a Nuestra Señora propiamente sólo la distinguíamos en esa luz cuando estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o querer evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí, que la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos venir nos referíamos a que a Nuestra Señora propiamente sólo la veíamos cuando estaba ya sobre la encina.


Segunda aparición- Día 13 de Junio de 1917



Después de rezar el Rosario con Jacinta y Francisco y más personas que estaban presentes, vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba (y que llamábamos relámpago), y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina, en todo igual que en Mayo.

—Usted ¿Qué me quiere?— pregunté.

—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que recéis el Rosario todos los días y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.

Pedí la cura de un enfermo.

—Si se convierte se curará durante el año.

—Quería pedirle que nos llevase al Cielo.

—Sí, a Jacinta y Francisco los llevaré en breve. Pero tú quedas aquí para más tiempo. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón (I).

—¿Me quedo aquí sólita?

—No, hija ¿y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios.

Fue en el momento en que dijo estas últimas palabras que abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al cielo y yo en la que esparcía sobre la tierra. Delante de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón cercado de espinas que parecían estar clavadas en él. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que pedía reparación.

He aquí, Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, a lo que nos referíamos cuando decíamos que Nuestra Señora nos había revelado un secreto en Junio. Nuestra Señora no nos mandó aún esta vez guardar secreto; pero sentíamos que Dios nos movía a eso.



Tercera aparición- Día 13 de Julio de 1917



Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la encina, entre numerosa multitud del pueblo, estando rezando el rosario, vimos el reflejo de la acostumbrada luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

— Usted ¿qué me quiere?

—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene; que continuéis rezando el Rosario todos los días, en honor de Nuestra Señora del Rosario, para obtener la paz de mundo y el fin de la guerra, porque sólo Ella lo puede conseguir.

—Quería pedirle que nos diga quién es; que haga un milagro para que todos crean que Vd. nos aparece.

—Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero y haré un milagro que todos han de ver para creer.

Aquí hice algunas peticiones que no recuerdo bien cuales fueron. Lo que me acuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el rosario para alcanzar las gracias durante el año y continuó:

—Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, en especial cuando hiciereis algún sacrificio: "Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María."

Al decir estas últimas palabras, abrió de nuevo las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra, y vimos como un mar de fuego: sumergidos en este fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas de las llamas que de las mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante al caer de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debe haber sido a la vista de esto que di aquel "ay", que dicen haberme oído.) Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.

Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora que nos dijo entre bondad y tristeza:

—Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejaran de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre.

—Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia. Los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe,. etc... Esto no lo digáis a nadie. A Francisco sí, se lo podéis decir.

—Cuando rezareis el Rosario decid después de cada misterio: ¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo, principalmente las más necesitadas! Seguía un instante de silencio, y pregunté:

—Usted ¿no me quiere nada más?

—No. Hoy no te quiero nada más. Y como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al saliente, hasta desaparecer en la inmensa distancia del firmamento.


Cuarta aparición- Día 13 de Agosto de 1917




Como ya está dicho lo que en ese mes pasó, no me detengo en eso y paso a la Aparición a mi entender el día 15, al caer de la tarde (II). Como entonces aún no sabía los días del mes, puede ser que sea yo la que está equivocada, pero tengo la idea que fue el mismo día que llegamos de Vila Nova de Ourem. Andando con las ovejas en compañía de Francisco y de su hermano Juan, en un lugar llamado Valinhos, y sintiendo que alguna cosa sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra Señora nos viniese a aparecer y teniendo pena que Jacinta se quedase sin verla, pedimos a su hermano Juan que la fuese a llamar. Como no quería le ofrecí veinte centavos, y allá se fue corriendo.

Entretanto vi con Francisco, el reflejo de la luz que llamábamos relámpago, y habiendo llegado Jacinta, un instante después vimos a Nuestra Señora sobre una encina.

—¿Qué es lo que Vd. me quiere?

—Quiero que sigáis yendo a Coya de Iría el día 13; que continuéis rezando el rosario todos los días. El último día haré un milagro para que todos crean.

—¿Qué es lo que Vd. quiere que se haga con el dinero que la gente deja en Coya de Iría?

—Que hagan dos andas: Una, llévala tú con Jacinta y dos niñas más, vestidas de blanco, y otra que la lleve Francisco y tres niños más. El dinero de las andas (andas sirven en Fátima y otros lugares para llevar donativos en metálico y especie en los días de fiesta,—El editor), es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario; lo que sobre es para ayuda de una capilla que deben hacer.

—Quería pedirle la cura de algunos enfermos.

—Sí, a algunos los curaré durante el año. Y tomando un aspecto más serio dijo:

—Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores que van muchas almas al infierno por no tener quien se sacrifique y pida por ellas.

Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección al saliente.


Quinta aparición- Día 13 de Septiembre de 1917



Al aproximarse la hora fui allí con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas nos dejaban andar. Las entradas estaban apiñadas de gente. Todos nos querían ver y hablar. Allí no había respetos humanos. Numerosas personas y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la multitud que alrededor nuestro de apiñaba, venían a postrarse de rodillas delante de nosotros, pidiendo que presentásemos a Nuestra Señora sus necesidades. 

Otros no consiguiendo llegar junto a nosotros, llamaban de lejos: 

—¡Por amor de Dios! Pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo imposibilitado; otro, que me cure el mío, que es ciego; otro, el mío que es sordo; que me traiga a mi marido; a mi hijo que está en la guerra; que me convierta a un pecador; que me dé salud que estoy tuberculoso, etc., etc. 

Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad, y algunos gritaban hasta de lo alto de los árboles y de las paredes adonde subían con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí y dando la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra, ahí íbamos andando, gracias a algunos caballeros que nos iban abriendo camino por entre la multitud. 

Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas tan encantadoras del paso del Señor por Palestina, recuerdo éstas que tan niña todavía, el Señor me hizo presenciar en esos pobres caminos y carreteras de Aljustrel a Fátima y a Coya de Iría. Y doy gracias a Dios, ofreciéndole la fe de nuestro buen pueblo portugués. Y pienso: Si esta gente se humilla así delante de tres pobres niños, solo porque a ellos les es concedida misericordiosamente la gracia de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si viesen delante de sí al propio Jesucristo? 

Bien, pero esto no pertenece aquí. Fue más bien una distracción de la pluma que se me escapó por donde yo no quería. ¡Paciencia! Una cosa inútil más, pero no la quito para no estropear el cuaderno.

Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a la encina y comenzamos a rezar el rosario con el pueblo. Poco después vimos el reflejo de la luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

 —Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen y San José con el Niño Jesús para bendecir el mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevadla solo durante el día.

—Me han pedido para pedirle muchas cosas, la cura de algunos enfermos, de un sordomudo.

—Sí. A algunos los curaré, a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean. Y comenzando a elevarse desapareció como de costumbre.



Sexta aparición- Día 13 de Octubre de 1917



Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. Había masas de gente. Una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el lodo en los caminos impedía a esa gente arrodillarse en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Coya de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a la gente que cerrase los paraguas para rezar el rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.

—¿Qué es lo que Vd. me quiere?

—Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío; que soy la Señora del Rosario; que continúen siempre rezando el rosario todos los días. La guerra va a acabar, y los militares volverán en breve a sus casas.

—Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos y si convertía a algunos pecadores, etc.

—A unos, sí; a otros, no. Es necesario que se enmienden; que pidan perdón de sus pecados; —y tomando un aspecto más triste—, No ofendan más a Dios Nuestro Señor que está ya muy ofendido.

Y abriendo las manos, las hizo reflejarse en el sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol.

He aquí, Ecmo. y Rvmo. señor Obispo, el motivo por el cual exclamé que mirasen al sol. Mi fin no era llamar a él la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice solo, llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello.

Desaparecida Nuestra Señora en la inmensa distancia del firmamento, vimos al lado del sol a San José con el Niño, y a Nuestra Señora, vestida de blanco, con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir el mundo con unos gestos que hacían con la mano en forma de cruz. Poco después, desvanecida esta Aparición, vimos al Señor y a Nuestra Señora que me daba la idea de ser Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor parecía bendecir el mundo, de la misma forma que San José. Se desvaneció esta Aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a Nuestra Señora del Carmen.

He aquí, Excmo. y Rvmo. señor Obispo, la Historia de las Apariciones de Nuestra Señora en Coya de Iría en 1917. Siempre que por algún motivo tenía que hablar de ellas, procuraba hacerlo con las mínimas palabras con la intención de guardar para mí sola esas partes más íntimas que tanto me costaba manifestar. Más como ellas son de Dios y no mías, y El ahora, por medio de V. E. Rvdma. me las reclama, ahí van. Restituyo lo que no me pertenece. Advertidamente no me reservo nada. Me parece que deben faltar solo algunos pequeños detalles referentes a peticiones que hice. Como eran cosas meramente materiales, no les di tanta importancia, y tal vez por eso no se me grababan tan vivamente en el espíritu. Y, además eran tantas, tantas... Debido tal vez a preocuparme con el recuerdo de las innumerables gracias que tenía que pedir a Nuestra Señora caí en el error de entender que la guerra acababa el mismo día 13. 

No pocas personas se han mostrado bastante admiradas por la memoria que Dios se dignó darme. Por una bondad infinita, la tengo bastante privilegiada, en todo el sentido. Pero en estas cosas sobrenaturales, no es de admirar, porque ellas se graban en el espíritu de tal forma que casi es imposible olvidarlas. Por lo me-nos el sentido de las cosas que indican, nunca se olvida, a no ser que Dios quiera también que se olvide.


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(I) Aquí Lucía omite, por las prisas la continuación del párrafo, que, en otros documentos, dice así: "A quien la abrazare, prometo la salvación, y esas almas serán queridas por Dios como flores puestas por mi para adornar su trono".

(II) Lucía se ha equivocado, pensando que la aparición había tenido lugar el mismo día en que volvieron de la detención de Vila Nova de Ourem. Pero no fue así. La aparición tuvo lugar el domingo siguiente, día 19.


Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"

(Imágenes de Ediciones Magníficat-Canadá)






sábado, 15 de abril de 2023

Polonia Castellanos, tras la infamia a la Virgen del Rocío: “Si no frenamos los ataques a los católicos, irán a más”. Por Javier Navascués

 


Polonia Castellanos. Presidente de Abogados Cristianos. Abogado, máster en asesoría jurídica y fiscal, habla inglés, francés e italiano… Y lo más importante casada y madre de 4 niñas. Hablamos con ella sobre la denuncia de Abogados Cristianos a los que blasfemaron contra la Virgen del Rocío.

Aquí lo más grave, como dije en un artículo, es la ofensa a Dios y a la Santísima Virgen. Pero para que estas ofensas no se produzcan, tal y como está la ley, lo más eficaz es acogerse al derecho de la libertad religiosa y a que se respeten los sentimientos religiosos.

¿Por qué en Abogados Cristianos no dudasteis en denunciar a los blasfemos que en TV3 ofendieron gravemente la dignidad de la Virgen del Rocío?

Porque son ataques que no pueden seguir impunes, precisamente por haber dejado que nos insultasen y atacasen en España tenemos la impresión (creo que cierta) de que contra los católicos todo vale, que cualquier excusa es buena para insultarnos, burlarse y hasta amenazarnos. Si esto no cambia y estas conductas no se frenan, irán a más, como ya ha pasado, pues cada año hay más ataques y más graves, llegando hasta los límites que ya conocemos en España.

¿Qué motivos tienen para estar convencidos de que hay un delito?

La ley es muy clara, en España la Constitución recoge el derecho fundamental a la libertad religiosa, eso significa que tenemos derecho a que nos respeten por ser católicos, y en caso de que no se respete y se ataque, el código penal entonces actúa. Y es ahí donde encontramos el delito contra los sentimientos religiosos, que por cierto, está recogido en 22 países de la Unión Europea porque el respeto a las creencias religiosas es fundamental.

Cuando hay una blasfemia, ustedes suelen ser prácticamente los únicos en denunciar…¿Les gustaría que más organizaciones se uniesen en esta causa?

Bueno, lo que nos gustaría es que no se nos atacase, pero Dios nos da a cada uno unos talentos y tenemos que ponerlos al servicio del bien común, nosotros somos abogados por vocación y nos ponemos al servicio de la defensa de la vida, la familia y la libertad religiosa, no se me ocurre nada mejor ni mejor servicio.

¿Por qué son importantes estas denuncias en aras a que se lo piensen dos veces a la hora de blasfemar?

Porque si queremos vivir en una democracia es necesario que se respete a todos, y porque si estas conductas no se frenan irán a más, a peor y porque si la justicia no hace nada, muchas personas pensarán que se tienen que tomar la justicia por su mano, por eso es imprescindible algo tan simple como que los jueces apliquen el código penal, algo que desgraciadamente no siempre ocurre desde el momento en el que hay asociaciones de jueces que se niegan a aplicar el código penal y a castigar el delito contra los sentimientos religiosos.

¿Por qué en estos tiempos proliferan más que nunca las blasfemias y el odio hacia la Iglesia Católica?

En primer lugar porque es la lucha más antigua del mundo, además porque el globalismo promociona el aborto, la eutanasia…algo a lo que la Iglesia Católica se opone frontalmente, pero sobre todo porque cuando a los católicos se nos ha atacado nos hemos quedado callados y no hemos hecho nada, poner la otra mejilla no es dejar que nos insulten y nos ataquen, es justo todo lo contrario, es insistir en defender la vida, la familia y la libertad religiosa a pesar de jueces corruptos y de gobiernos ilegítimos,…

¿Qué otras blasfemias y ataques a la Iglesia han denunciado últimamente?

La profanación del Cerro de los Ángeles, la prevaricación del Presidente del Tribunal Constitucional y la defensa internacional del Obispo Nicaragüense Monseñor Rolando Álvarez, como ves causas cada vez más graves.

Usted ha puesto en sus redes que si la vergonzosa escena pública del Dalai Lama con un niño la hubiese hecho un sacerdote católico, estarían quemando iglesias, pero como es budista no pasa nada…

Exactamente, para mí la pederastia es sin duda el delito más repugnante de todos, pero hay personas a las que el delito no les importa, pues dependiendo de quién sea el responsable miran para otro lado o ven bien la excarcelación o reducción de condenas de pederastas, en fin, pura hipocresía.

Fuente: ñtvespaña

El Novus Ordo, infalible para quitar la Fe

 

El Nuevo Orden de la Misa de Pablo VI

viernes, 14 de abril de 2023

La Hermosura de María Inmaculada - R.P. Ildefonso Rodríguez Villar

 


En todos sus misterios y advocaciones es María la misma, la Reina de la belleza y de la hermosura..., pero, sin duda, que algo hay de especial en éste de la Inmaculada, porque todos la consideramos en él como singularmente bella y hermosa. — Veamos esta hermosura. 

1.° Hermosura de la tierra. — Para conocer esta hermosura era necesario saber toda la que Dios pudo y era conveniente que hiciera con María. — Mira la hermosura de la tierra... Hubo un tiempo en que nada existía... era el caos, la oscuridad, la nada... Pero un día dijo Dios «fiat», y aparecieron la luz, el firmamento, las flores, los árboles, el sol para el día y la luna para la noche, los mares con los peces, y los aires con los pájaros, los bosques, los montes y los valles con animales de todas las especies. — Detente a considerar la hermosura y belleza de esta creación..., pondera su variedad en todo, en flores, en animales... y su orden admirable, cada cosa con su fin, con su destino, aunque nosotros lo ignoremos. 

2.° Del Paraíso terrenal. — Pero esto le pareció poco, y separó el Señor en la misma tierra, una parte en la que plantó un verdadero paraíso de delicias..., magnífico, espléndido... en él reunió todas las mayores bellezas de la creación.. , los colores y matices más hermosos en animales y plantas..., los frutos más dulces y sazonados..., los ríos más poéticos y fecundos..., en fin, todos los mayores bienes sin ningún mal… nada había de malo, nada producía mal, ni daño alguno. — Representa este cuadro en la imaginación todo lo mejor que puedas, pues siempre será muy inferior a aquella magnífica realidad. 

3.° De la creación insensible. — Todo esto en la creación sensible. — Pero ¿y en la insensible que no vemos? — Imagínate si puedes, lo que será el Cielo — aquel paraíso magnífico, que no es un paraíso terrenal, ni en su comparación vale nada toda la tierra — . Recuerda aquello de que «mi el ojo vio, ni el oído oyó, etc.»... — Piensa, en fin, que todo lo de la tierra es algo pasajero, y aquello eterno..., esto terreno y aquello celestial..., esto una cárcel y un destierro, aquello la Patria y el lugar del gozo y de la bienaventuranza. ¡Qué será el Cielo! ¡Qué de hermosuras encerrará aun prescindiendo de la vista de Dios!... ¡Qué de cosas, que nosotros no podemos rastrear, ni imaginar, ni sospechar siquiera!... 

4.° El Rey de la creación. — Pues bien, ahora pregúntate... y todo eso ¿para qué y para quién? — ¿A quién destinó Dios toda la creación? — La tierra para el hombre, y el paraíso terrenal para el justo e inocente..., esto es, todo eso para una criatura que muy pronto se iba a rebelar contra Él y desobedecer a sus mandatos... ¿Y el Cielo?... Para sus ángeles..., para sus cortesanos y servidores, entre los que había de encontrar también traidores e ingratos, que igualmente se rebelaran y desobedecieran a su Majestad, pretendiendo en la locura de su soberbia, arrojarle a Él de su trono para hacerse ellos dioses. ¡Todo lo de la tierra para los hombres! ¡Todo lo del Cielo para los ángeles! 

5.° Belleza de María. — Sigue preguntando a tu alma: ¿qué crees tú que haría para María y para Jesús? — Si puesto a dar gusto a los hombres y a los ángeles hace Dios todo eso, ¿qué hará para dar gusto a María, a quien amaba más que a toda la creación entera? — Y si eso hizo para habitación de sus siervos, ¿qué haría para habitación y palacio de su Hijo que no quiso otro paraíso que el seno de María? — Piensa cómo Dios deja gustoso su Palacio del Cielo por morar en María. — ¡Qué pureza daría a aquella sangre que había de correr por las venas de su Hijo!... ¡Qué carmín a aquellos labios que tantas veces habían de besar las mejillas de su Hijo!... ¡Qué brillo a aquellos ojos que se habían de extasiar contemplando los de su Hijo!... ¡Qué manos las que habían de sostener al que sostiene con las suyas a la creación entera!... ¡Qué corazón tan puro, tan delicado, tan tierno!... Toda la ternura de los corazones de todas las madres allí se reunió... Sigue así contemplando y extasiándote ante la belleza de María Inmaculada y verás que toda belleza y hermosura terrena, no merece ni siquiera ese nombre, en su presencia.

Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964)
 

jueves, 13 de abril de 2023

La Modestia - R.P. Ildefonso Rodríguez Villar



1.° Interior. — En general, la modestia es la virtud que regula todos los actos externos, dándoles la debida compostura y decoro... y presentándoles así a los ojos de los demás, como algo digno, noble y hermoso. — Pero la modestia exterior necesariamente ha de proceder de la interior que consiste en moderar y dirigir los movimientos desordenados del alma según la divina voluntad. La modestia exterior se puede fingir y será entonces un acto más de repugnante hipocresía... La modestia interior es la única que puede dar vida a la modestia exterior. — No debes, por tanto tratar de conseguir una apariencia de modestia... una modestia postiza y mentirosa, con posturas y ademanes externos que así lo indiquen… y luego dejar a tu corazón que sea víctima de las bajas inclinaciones de la concupiscencia. 

Cuando la modestia verdadera existe, es tal la unión que se da entre la exterior y la interior que la una no va sin la otra, y las dos se ayudan mutuamente, de suerte que la compostura exterior debe proceder siempre de un interior perfectamente compuesto y ordenado... y la interior encontrará su mejor defensa y sostén en la exterior. — San Francisco de Sales, lo explica con esta comparación: «Como el fuego produce la ceniza… y la ceniza sirve admirablemente para sostener y conservar el fuego..., así sucede con estas dos modestias, que la interior produce la exterior, y ésta mantiene y conserva la interior de donde brotó.» 

Esta modestia interior, es de dos clases: Una, que frena los movimientos de la concupiscencia y los actos internos del entendimiento..., de la imaginación y de la voluntad, que nos llevan al pecado de impureza..., y otra modestia es la que modera los movimientos del alma, que tienen relación con la soberbia y la vanidad... Así, cuando alabamos a una persona, decimos que no queremos herir su modestia... y otras veces admiramos la modestia de personas que por sus méritos..., sus virtudes..., su excelencia, podían darse más importancia. — Esta modestia, como se ve, prácticamente se reduce al ejercicio de la humildad verdadera...; por eso el alma humilde, necesariamente ha de ser modesta interior y exteriormente. 

En cuanto a esta modestia, ya ves que nadie ha podido compararse con la Santísima Virgen; nadie con más méritos, virtudes, santidad, excelencia y grandezas divinas... No obstante, ¿quién más sencilla..., afable..., caritativa..., pobre y humilde que Ella? — Y, por tanto, ¿quién más modesta en cuanto al desprecio que hacía de la importancia de su persona y de su propia excelencia?... Y en cuanto a la modestia opuesta a la concupiscencia, ¿dónde encontrar un orden más completo..., una sumisión más perfecta de todos sus pensamientos, afectos y amores a la regla de la razón y ésta a la de la voluntad de Dios?... 

2.° Exterior. — Pero veamos ya en concreto reflejada esta modestia interior en los actos exteriores de nuestro cuerpo y principalmente en los siguientes: 

En las palabras: Imagínate cómo serían las de la Santísima Virgen, que estaba persuadida de no ser sino la última de las esclavas del Señor..., palabras de edificación y de modestia encantadora..., si considera, henchida de gozo, los beneficios inmensos que el Señor le ha hecho; a Él dirige su agradecimiento y sus alabanzas... y se espantará de que el Todopoderoso hubiese puesto sus ojos en la miseria de su esclava»... Ingenuamente..., firmemente estaba persuadida de la falta de méritos por parte suya y por eso ¡cuán lejos estaba en sus palabras, de atribuirse nada a Sí misma! — Aprende de Ella esa modestia en el hablar..., tanto en el tono de la voz, no queriéndote imponer con gritos, ni con palabras nerviosas y excitadas..., como en la sencillez y caridad de tus expresiones.  

A imitación de María, evita las palabras duras…, bruscas..., malsonantes. — Mira el lenguaje de tu Madre, todo tranquilo, afable, discreto, humilde de..., haciéndose simpática y atractiva por la dulzura de su voz..., por la bondad..., pureza..., caridad y hasta alegría santa de sus palabras. — Cuida, en especial, de las disputas y altercados, donde, aunque tengas razón, debes moderar tu juicio propio..., cediendo, sin ser pertinaz ni tener cabeza dura...; es mejor ceder y callar con modestia, que salir triunfante con terquedad y soberbia. 

No está reñida con la modestia la sana alegría que en cuentos, chistes, pasatiempos y hasta bromas se manifiesta... Pero, ¡ah!, qué fácil es, en todo esto, pasar los límites de la corrección y de la modestia. — Recuerda lo dicho ya en otra ocasión de que las leyes de urbanidad y los principios de la buena crianza, están en completo acuerdo con lo que dicta, en estos casos, la modestia. 

3.° En el vestido y en la habitación. — La pobreza de la casa de Nazaret, propia de una obrera, hace que en ella todo sea humilde y modesto en último grado... La sencillez y modestia de su vestido, mídela por la extrema necesidad de Belén y verás cómo ni en casa de María, ni en su ajuar y vestido, encontrarás nada que huela a lujo..., a afectación de su persona..., a comodidad de ningún género. 

En sus viajes no usará carruajes, ni aun los más modestos entonces... El Evangelio no dice más que fue, por ejemplo, a Judea, con gran prisa..., pues urgía la caridad... Esa era su preparación y su equipaje...: un pobre envoltorio de ropa y mucho amor de caridad, para con Dios y para con el prójimo... ¡Qué ejemplo de sencillez y modestia! 

No es modestia la suciedad..., la falta de aseo..., el desarreglo en el vestido...; antes bien, puede darse la modestia en medio de una sobria elegancia, con tal que ésta sea conforme a tu estado..., a tu condición... y a las circunstancias qué te rodean...; pero nunca será compatible con ella el lujo..., la vanidad de los trapos... y menos aún cualquier defecto, por pequeño que sea, en materia de honestidad. 

Ten cuidado excesivo en este último punto y no olvides, que en la Iglesia y en la calle..., en público y en privado, debes vestir siempre modestamente. — Es intolerable el permitirse, para estar en casa, trajes impúdicos o al menos muy libres...; no hay pretexto ni razón que puedan autorizar esto... La modestia debe acompañarte en todos los instantes de tu vida. 

4.° En los modales. — Esto es, en todos tus actos exteriores que realizas ante los demás... Modestia en el semblante y particularmente en tus ojos, no ya sólo para evitar las miradas pecaminosas..., sino aún esa excesiva curiosidad de quien todo lo quiere ver y atisbar... Modestia en las posturas al andar..., al sentarte, no buscando precisamente lo más cómodo, sino lo más conveniente... Modestia en todos tus movimientos, evitando todo lo que sea liviandad y desenvoltura... y muchísimo más todo lo que sea decoroso y digno. 

Acostúmbrate a esta modestia, aún estando a solas, para que así naturalmente la practiques ante los demás. — Es muy conocido el caso de San Francisco de Sales, quien observado cuando se encontraba solo en su aposento, guardaba, no obstante, los más pequeños preceptos de la compostura y de la modestia. — Siempre obraba como si le vieran los ángeles del Cielo y en presencia de Dios. 

Mira especialmente todo esto en la Santísima Virgen y verás un conjunto admirable de todos sus actos ejecutados con aquella naturalidad..., sencillez..., franqueza... y a la vez delicadeza..., honestidad... y circunspección propias de la santa modestia. — Examínate un poco en esta materia, y pregúntate cómo guardas la modestia interior de tu corazón... y la exterior de tu cuerpo y de tus modales todos.

Meditaciones sobre la Santísima Virgen María
R.P. Ildefonso Rodríguez Villar (1895 - 1964)