viernes, 29 de diciembre de 2023

La maldición viste de púrpura. ¿Bendición de parejas del mismo sexo?




Días atrás he preparado unos cuentos navideños en homenaje al Niñito Dios, y las maniobras de altos jerarcas no tiene mejor idea que seguir zahiriendo al Niño con variadas perversidades, por caso, una de las últimas, se ha venido a llamar pomposamente “Fiducia Supplicans”, aberración firmada por el Prefecto de la Doctrina de la Fe (¿?) y aprobada por Francisco (“que la aprobó con su firma”), y que trata de su tan anhelado plan de la “bendición de parejas del mismo sexo” con sellito católico. Y se lo enmarca con la expresión latina Fiducia Supplicans, esto es, confianza suplicante, haciendo gala, ¡por supuesto! de que no se mueven ni un ápice de la doctrina tradicional, siendo que, en verdad, la escupen, la detestan y la suplantan. 

El fariseísmo eclesiástico que, a no dudarlo, ha perfeccionado su manejo canónico y su manejo de la falsa obediencia de Vaticano II a la fecha, se sirve también ventajosamente de los medios de comunicación y de la parafernalia producida por algún caído en desgracia. Así, por caso, durante todos estos días un brazo grueso y púrpura nos mostrará su santísimo rostro capaz de haber condenado a un cardenal que no pudo despegar sus manos de unos billetes y se cebó con algunas propiedades, al tiempo que traían bajo el otro brazo la podredumbre mayor, asquerosa, diabólica, escandalosa y anticatólica de la Fiducia Supplicans. Pues es infinitamente más bajo y satánico la bendición que ahora se propone como buena y católica, que el pecado personal de un cardenal. 

Desde los comienzos del texto el Prefecto deja sentada su real filiación: “nuestro trabajo debe favorecer, junto a la comprensión de la doctrina perenne de la Iglesia, la recepción de la enseñanza del Santo Padre.” Aquí está de alguna manera todo: Fernández ejercita una idolatría por Francisco, no un servicio a la Iglesia Católica. 

Véase en lo siguiente la obsecuencia de Fernández traducida en idolatría papolátrica, como la directa confesión de la innovación: “la presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión. No obstante, el valor de este documento es ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones, que permite ampliar y enriquecer la comprensión clásica de las bendiciones estrechamente vinculada”. Pone lo del matrimonio como dando a entender que está todo bajo control, acorde con la Tradición, mas mete la innovación que ya de por sí repugna a la Tradición, mancilla la doctrina perenne. Nos lo dice en la cara: “contribución específica e innovadora”. Y los resultados los saben de sobra, por eso engañan al decir que rehúyen causar confusión, pues saben que habrá confusión, perplejidad y, en muchos una reafirmación en la apostasía a la que fementidamente se la titulará como “católica”. 

Se gasta tinta en el documento hablando de lo que es una “bendición”, tratando de agarrarla de los pelos para meterla como se pueda en una práctica que por esencia llama a la maldición. No se puede bendecir lo pecaminoso, y una pareja del mismo sexo implica, ¡en su objetividad!, un rechazo a la doctrina católica, a la enseñanza perenne de la Iglesia, a la enseñanza de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. Dicho en simple: una pareja del mismo sexo que se presenta para ser bendecida, está diciendo algo así como: “Me importa un bledo lo que haya dicho la Iglesia sobre nosotros, aprueben ahora lo que antes veían como malo. Bendígannos. El mundo se los exige. Nos importa un comino la doctrina de la Tradición Católica, nos importa mucho la doctrina del mundo. Adóptense. Bendigan lo que otrora rechazan como malo”. 

En el punto 25 de la ladina y anticatólica Fiducia, se lee: “La Iglesia, también, debe evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas doctrinales o disciplinares, sobre todo cuando dan «lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar». Por lo tanto, cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a un análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla conferir. No se les debe pedir una perfección moral previa.” El punto no estriba en la rigidez de la doctrina, sino si es buena o mala. Porque Fernández es sumamente rígido: una rigidez contra la Tradición basada en el fundamentalismo modernista. Es tanta la rigidez que tiene que automáticamente le nacen los epítetos para aplicarlos a quienes no siguen su confesada “innovación”: “elitismo narcisista, autoritario”. Es Fernández el que cae en el narcisismo, pues quiere verse él, él y a quién sigue y quien lo protege; él y su innovación que, sin ver que al tratarse de una novedad, alguien con dos dedos de frente no osaría en tomar a dos mil años de Iglesia por elitismo narcisista y autoritario. Es Fernández el autoritario y tiránico, al calificar al pasado que rechaza, confesando así, mal que le pese, que, en verdad, su prédica de que sigue a la doctrina perenne es puro palabrerío. ¿Y de qué acceso a la gracia vienen a hablar, cuando está requiriendo la bendición de algo que repugna a la gracia? Lo de Fernández no es caridad ni misericordia: es odio a la verdad, al bien, al orden; es desprecio a la enseñanza bimilenaria, es, a no dudarlo, prueba cabal de que se cumple lo de San Pablo: “vendrán tiempos en los que no soportarán la sana doctrina”. 

En el punto 38 se lee: “Por esta razón, no se debe ni promover ni prever un ritual para las bendiciones de parejas en una situación irregular, pero no se debe tampoco impedir o prohibir la cercanía de la Iglesia a cada situación en la que se pida la ayuda de Dios a través de una simple bendición.” Esto es literalmente una mentira y una perfecta sincronización con la confusión en muchos. Pues daría la sensación de que si no se da la innovadora bendición tuchoniana, entonces se cierran las puertas de la casa de Dios. Camelo grande. Nadie cierra las puertas de la Casa de Dios: los que se cierran las puertas son los que quisieran que estuvieran abiertas de otra manera. 

Desde luego que en las citas no hay ni por asomo algo de la Tradición Católica. 

Ahí vamos. Una más para el haber modernista, para el festejo del infierno. Una más para humillar a la Esposa de Cristo, haciendo pasar por católico lo que es diabólico. 

Pero… ¡qué tristeza! Esto será una maniobra más de tantas que se han dado y tantas que vendrán, que caerá en el indiferentismo generalizado. Porque… ¿acaso no es más importante hoy el confort, la noticia ruidosa, y los dictados del mundo? ¿Acaso no es más ventajoso refugiarse en la falsa prudencia, en la obcecada falsa obediencia que ya produce náuseas, y en un escudarse en un accionar egoísta y que descansa en la sinrazón? ¿Acaso no serán más los que liberen sus colmillos contra el pecado de un cardenal que contra un falso amor al que ya hasta la médula se lo defiende como verdadero amor? 

La maldición de Satanás llegó a las manos de algunos eclesiásticos (varios de ellos encumbrados), pues muchos maldecirán llamando a eso bendición. La maldición viste de púrpura. Harán otra obra de Satán creyendo imbécilmente que bendicen. Porque jugar a que se bendice el pecado, es maldecir las almas y ayudarlas a encaminarse más al infierno. Bienvenido gran Profeta Isaías: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!” (Is. 5, 20).

Tomás I. González Pondal

domingo, 24 de diciembre de 2023

Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo - Venerable Madre Agreda

 


Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea. 

468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo. 

469. Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo. 

470. Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo. 

471. El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, le suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible —parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.

472. Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y le pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, donde se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21). 

473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que le dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Se renovó en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones. 

474. Le declaró el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Se postró ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo le dio título de Madre suya, y le mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras. 

475. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera. 

476. Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente: 

477. En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible. 

478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltarle a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera. 

479. Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza. 

480. El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y le dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.— Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo. 

481. Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente le fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverénciale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador. 

482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.— Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad. 

483. Se convirtió también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de todas las criaturas. — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero. 

484. Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos. 

485. Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del éxtasis mediante la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Le besó los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3). 


Doctrina de la Reina María santísima. 

486. Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y rendirlos al amor de su Criador y Reparador. Porque siendo los hombres capaces de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido, en un pesebre entre animales brutos, sólo con el abrigo de una madre pobre y desechada de la estulticia y arrogancia del mundo? En presencia de tan alta sabiduría y misterio, ¿quién se atreverá a amar la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de cielo y tierra con su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez, que el mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida eterna. Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes sacramentos.

487. Pero si la dignación de mi Hijo santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo debes obrar con la luz que recibes. Y para que correspondas a esta deuda, te advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista y no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad y amor de tu Dios humanado. Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y hombre verdadero que nació de mis entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le trataba y tenía, aunque por otro modo. 

488. En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a él, como lo has entendido y escrito. El bajar del cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi Señor los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera bajado del cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su Iglesia santa.

MISTICA CIUDAD DE DIOS 
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA 
Venerable María de Jesús de Agreda 
Libro IV, Cap. 10.

viernes, 22 de diciembre de 2023

Visiones y Revelaciones de la Beata Isabel Canori Mora



Las visiones y revelaciones de Elisabetta Canori Mora, beatificada por S.S. Juan Pablo II el 24-4-1994, vistas en el contexto del mensaje de Nuestra Señora de Fátima: previsión de tragedias y esperanzas. Extractos del artículo publicado en la revista electrónica http://www.catolicismo.org.br/


Autor: Luis Dufaur

Elisabetta Canori es hija de Tomás Canori, gran propietario de tierras romano, y de Teresa Prímoli, aristocrática dama de la Ciudad de los Papas.

Datos biográficos de la Beata Elisabetta

Después de recibir esmerada educación familiar, se casó con un joven abogado, Cristóforo Mora, hijo de un rico médico de la misma Roma, el 10 de Enero de 1796. Del matrimonio nacieron cuatro hijas, dos de las cuales murieron de corta edad.
Todo auguraba al nuevo matrimonio un brillante futuro, mas la tragedia llegó pronto. El marido se entregó a la delincuencia, arruinó a la familia y abandonó el hogar, seducido por una mujer de mala vida. Fue preso por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juró mudar de vida, más después de retornar a su hogar, intentó repetidas veces asesinar a su esposa Elisabetta. Ella fue de una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él acabaría muriendo sacerdote.
Así fue: tras el fallecimiento de la Beata, el 5 de febrero de 1825, Cristóforo cayó en sí y se hizo religioso, llevando una ejemplar vida de penitencia. Fue ordenado sacerdote y murió rodeado de gran consideración.
Abandonada por el esposo e incomprendida por los familiares, Elisabetta hubiera caído en la miseria, sino la hubiesen auxiliado benefactores compasivos.
Entre ellos se encontraban Prelados romanos, que narraron al Papa Pío VII sus méritos. El Pontífice, beneficiado por las oraciones y sacrificios de ella, concedió privilegios poco comunes a la capilla privada de su humilde casa.
Su causa de beatificación fu introducida en 1874, durante el pontificado del Bienaventurado Pío IX. Pío XI aprobó el decreto de heroicidad de virtudes en 1928. Juan Pablo II beatificó a Elisabetta Canori mora el 24 de abril de 1994.

Ceremonia en Roma el día de su Beatificación


Como en Fátima, la denuncia del pecado

En Fátima, Nuestra Señora fue preparando de a poco a los tres pastorcitos para que se abrieran a la revelación de la inmensidad el pecado cometido por la humanidad y a la amplitud de la penitencia que venía a pedir.
De modo análogo actuó Dios en relación a la Bienaventurada Elisabetta. En la Navidad de 1813, ella fue arrebatada a un lugar inundado de luz, donde innumerables Santos rodeaban un humilde pesebre. Desde él, el niño Dios la llamaba dulcemente.
La propia Elisabetta describe sin preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo:
“De solo pensar, me causa horror (…) vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en su propia sangre (…) en ese momento comprendí por vía intelectual cuál era la razón de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido (…) La mala conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares, de muchas religiosas que no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por parte de los padres y madres, como también por aquellas a quienes incumbe una obligación similar. Estas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu del Señor en el corazón de los otros. Mas ellos, por el contrario, apenas nace (el espíritu de nuestro Señor) en el corazón de las criaturas, lo persiguen mortalmente con su mala conducta y malas enseñanzas”.

Conspiración contra la Iglesia, revelada por Dios

A partir de entonces, Dios le fue revelando el lamentable actuar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina, siendo cómplices con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres cristianas en el orden temporal. Tales visiones tornan patente, un siglo antes de las revelaciones de Cova de Iría, que el mal ya se había infiltrado en la Iglesia y en la sociedad civil.
Se ve bien que en Fátima Nuestra Señora hizo una advertencia final para ese mal, que progresaba a pesar de todos los avisos en sentido contrario.
Los ángeles condujeron espiritualmente a la Beata Elisabetta a antros secretos donde se tramaba esa conjura. Cada vez, nuevas aberraciones le eran develadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos: “Veía –narra ella- muchos ministros del Señor que se despojaban los unos a los otros; rabiosamente se arrancaban los paramentos sagrados; veía como eran derrumbados los altares sagrados por los propios ministros de Dios”.
El 22 de mayo de 1814, mientras rezaba por el Santo Padre, “lo vi viajando rodeado de lobos que hacían complots para traicionarlo”. La visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En ésta última, narra la vidente: “Vi el sanedrín de lobos que lo circundaban (al Papa Pío VII, entonces reinante) y dos ángeles que lloraban. Una santa osadía me inspiró a preguntarles la razón de su tristeza y de su llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con los ojos llenos de compasión, dijeron lo siguiente: “Ciudad miserable, pueblo ingrato, la Justicia de Dios te castigará”.

“Todo el mundo estaba en caos”

El 16 de Enero de 1815, los ángeles le mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús Crucificado y Su Santo Evangelio”, y que “como lobos rabiosos tramaban derribar de su trono al jefe de la Iglesia”. Entonces ella fue llevada “a ver el cruel estrago que la Justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo terror, vi que en torno de mi fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaba en caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número de muertos era incalculable”.
Pero lo que más la impresionó fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y furioso hasta el extremo contra aquellos que Lo perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos y su rostro estaba repleto de indignación: sólo su mirar bastaba para incendiar el mundo entero. No tenía ni santos ni ángeles que lo circundasen, sino solamente su indignación lo rodeaba por todas partes”.


Tal visión duró apenas un instante. Según la Beata Elisabetta, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”. La descripción de más arriba recuerda la visión del infierno presentada a Lucía, Francisco y Jacinta.
Entre ambas visiones hay una correlación profunda. En cuanto a la Beata, Dios le manifestó su justa indignación por las ofensas que sufre; en Fátima, Nuestra Señora apuntó el destino de las almas que ofenden a Dios y mueren impenitentes.

La gravedad del pecado de apostasía del mundo

El 13 de junio de 1917, Nuestra Señora en Fátima mostró a los pastorcitos su Inmaculado Corazón rodeado de espinas, en señal de los “ultrajes que recibe por los pecados de los hombres”. En la Navidad de 1816, le fue mostrado también a la Beata Elisabetta cuánto ofenden a la Santísima Virgen esos ultrajes.
Se puede entrever un límite del pecado, que la misericordia de la Reina del Cielo no permitirá que sea sobrepasado.
La Beata Elisabetta vio “triste y dolorosa” a María santísima. Le preguntó entonces la razón de su dolor. “La Madre de Dios se volvió para mí y dijo: contempla, oh hija, contempla la gran impiedad”. Oyendo estas palabras vi apostatas que osadamente intentaban arrancar temerariamente a su Santísimo Hijo de su purísimo seno y de sus santísimos brazos.
“Ante este gran atentado, la Madre de Dios no pedía más misericordia para el mundo, sino justicia al Divino Padre Eterno, el cual, revestido de su inexorable justicia y lleno de indignación, se volvió hacia el mundo.
“En aquel momento toda la naturaleza entró en convulsión, y el mundo perdió su buen orden, y se formó sobre la Tierra la mayor infelicidad que se pueda contar o imaginar. Una cosa tan deplorable y aflictiva que dejará al mundo reducido a la última desolación”.

Anticipación de los castigos vaticinados en Fátima

El velo que envuelve a los castigos anunciados en el año 1917, fue levantado de alguna manera para la Beata Elisabetta. Lo que ella vio nos aprovecha para entender mejor lo que Nuestra Señora anticiparía después, en Cova de iría.
En efecto, el 7 de junio del año 1815, Dios Nuestro Señor le mostró, una vez más, el castigo que atraían sobre la humanidad aquellos “lobos rapaces con piel de oveja, (…) acérrimos perseguidores de Jesús Crucificado y de Su Esposa, la Santa Iglesia”.
“Me parecía –escribió- ver a todo el mundo en convulsión, especialmente la ciudad de Roma (…) ¿Qué decir del Sacro Colegio? Por causa de la variedad de opiniones, unos habían sido dispersados, otros abatidos, otros despiadadamente asesinados. De un modo similar eran tratados el clero secular y la nobleza. El clero regular no estaba sufriendo la dispersión total, mas era diezmado. Innumerables eran los hombres de toda condición que perecían en esa masacre, más no todos se condenaban. Muchos eran hombres de buenas costumbre, y muchos otros de santa vida”.
En la fiesta de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio del año 1820, la Beata contempló proféticamente al Príncipe de los Apóstoles descendiendo de los cielos, revestido con los ornamentos pontificales y rodeado por una legión de ángeles.
Con su báculo, trazó sobre la tierra una vastísima cruz, y a los cuatro lados de ella hizo aparecer cuatro árboles de vivo verdor, también con forma de cruz, envueltos en una luz brillantísima. Debajo de aquellos árboles-cruces quedaban, como “refugiados y libres del tremendo castigo”, todos los buenos “fieles religiosas y religiosos”.
“Mas, ¡ay de aquellos religiosos y religiosas inobservantes, que despreciaron las Santas Reglas!, ¡ay!, ¡ay!, porque todos perecerán bajo el terrible flagelo. Y digo esto de todos (…) aquellos que se entregan al libertinaje y van marchando detrás de las falsas máximas de los reprobables filosofía de hoy”
Tan graves amenazas tal vez pudiesen parecer exageradas en los tiempos de la Beata Elisabetta, en que el lento avance de la Revolución anticristiana encontraba oposición en la iglesia de parte de numerosos Santos y almas de virtud insigne.
Así, tales palabras parecen dictadas más para éste, nuestro triste inicio del siglo XXI. ¿Quién, con todo rigor, sin auxilio de luces proféticas, podría haber imaginado que la crisis en la Iglesia llegaría al punto que alcanzó en nuestros días?
A la vista de esto se comprende que Dios haya querido manifestar su cólera e indignación a la bienaventurada Elisabetta. Mas, infelizmente, todo indica que, como en Fátima, el mensaje divino trasmitido por la Beata no fue tenido en cuenta debidamente.

Venganza divina contra los enemigos de la Iglesia

Prosiguiendo la narración de la visión, ella relata que San Pedro volvió hacia el cielo. Entonces, en la tierra, “el firmamento quedó cubierto de un color azul tenebroso, que sólo de mirarlo causaba terror. Un viento caliginoso hacía sentir su soplido impetuoso por todas partes. Con un vehemente y tétrico silbido aullando en el aire, como feroz león con su asustador rugido, hacía resonar sobre toda la tierra su horripilante eco.



“El terror y el espanto pondrán a todos los hombres y a todos los animales en un estado de supremo pavor; todo el mundo estará en convulsión y se matarán los unos a los otros, se masacrarán sin piedad. En el tiempo de la sanguinaria lucha, la mano vengadora de Dios pasará sobre esos infelices, y con su omnipotencia castigará el orgullo, la temeridad y la desvergonzada osadía de ellos; Dios se servirá de las potencias de las tinieblas para exterminar a esos hombres sectarios, inicuos y criminales que pretenden derribar, erradicar la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, por sus raíces más profundas y tirarla por tierra (…)
“Dios se reirá de ellos y de su maldad, y con un solo gesto de su mano derecha omnipotente castigará a esos inicuos, permitiendo a las potencias de las tinieblas que salgan del infierno; esas grandes legiones de demonios recorrerán todo el mundo, y por medio de grandes ruinas ejecutarán las órdenes de la Divina Justicia, a la cual estos malignos espíritus están sometidos, de manera que no podrán hacer ni más ni menos daño de lo que Dios permitirá a los hombres, a sus bienes, a sus familias, a sus infelices aldeas, ciudades, casas y palacios y cualquier otra cosa que subsistiera sobre la tierra (…).
“Dios permitirá que esos hombres inicuos sean castigados a través de la crueldad de demonios feroces, porque se sometieron voluntariamente a la potestad del demonio y se confederaron con él para dañar a la Santa Iglesia Católica (…) Me mostró la horrenda cárcel infernal. Vi abrirse en la mayor profundidad de la tierra una caverna tenebrosa y espantosa, llena de fuego, de donde vi salir muchos demonios, los cuales, tomando unos una figura y otros otra, unos de animal y otros de hombre, venían todos a infestar el mundo y a hacer por todas partes maleficios y ruinas (…) Devastarán todos los lugares donde Dios haya sido y es ultrajado, profanado, sacrílegamente tratado, donde se ha practicado la idolatría. Todos esos lugares serán demolidos, arruinados y se perderá todo vestigio de ellos”.

Triunfo y honra de la Iglesia como el previsto en Fátima

La similitud con los trágicos anuncios de Nuestra Señora en Fátima se extiende mas allá de los castigos. Ante la mirada de la Beata, Dios expuso en muchas ocasiones una maravillosa restauración futura de la Iglesia. Esas revelaciones ilustran magníficamente aspectos de lo que ha de ser el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
En aquella misma visión del 29 de junio de 1820, luego los purificadores castigos que se han descripto, la Beata Elisabetta vio a San Pedro retornar del Cielo en un majestuoso trono pontifical.
Inmediatamente, descendió con gran pompa el Apóstol San Pablo. Él “recorría todo el mundo y atrapaba aquellos espíritus malignos e infernales, y los conducía delante del Santo apóstol San Pedro, el cual, con una orden llena de autoridad, volvía a confinarlos en las tenebrosas cavernas de las cuales habían salido (…) En ese momento se vio aparecer sobre la tierra un bello resplandor, que anunciaba la reconciliación de Dios con los hombres”.
La pequeña grey de los católicos fieles, refugiada bajo los árboles en forma de cruz, fue conducida a los pies del trono de San Pedro. “El santo escogió al nuevo Pontífice –agrega posteriormente la vidente-, toda la Iglesia fue reordenada según los verdaderos dictámenes de los Santos Evangelios; fueron restablecidas las órdenes religiosas, y todas las casas de los cristianos se convirtieron en otras tantas casas penetradas de la religión; tan grande era el fervor y el celo por la gloria de Dios, que todo era ordenado en función del amor de Dios y del prójimo.
“De esta manera tomó cuerpo en un momento el triunfo, la gloria y la honra de la Iglesia Católica: Ella era aclamada por todos estimada por todos, venerada por todos, todos decidieron seguirla, reconociendo al vicario de Cristo, el Sumo Pontífice”.

Cinco herejías infectan el mundo

Le dijo Nuestro Señor a inicios de 1821: “Yo reformare a mi pueblo y a mi Iglesia. Mandaré sacerdotes celosos para predicar mi fe, formaré un nuevo apostolado, enviaré al Divino Espíritu Santo a renovar la Tierra. Reformaré las órdenes religiosas por medio de nuevos reformadores santos y doctos. Todos tendrán el espíritu de mi dilecto hijo Ignacio de Loyola.
“Daré un nuevo Pastor a mí Iglesia, docto, santo, repleto de mí espíritu. Con santo celo retomará la grey de Jesucristo”. Tras ello, añade: “El me hizo conocer muchas otras cosas concernientes a esta reforma. Varios soberanos sustentarán a la Iglesia Católica y serán verdaderos católicos, depositando sus cetros y coronas a los pies del Santo Padre, vicario de Jesucristo. Varios reinos abandonarán sus errores y volverán al seno de la fe católica. Pueblo enteros se convertirán y reconocerán como religión verdadera la Fe de Jesucristo”.
Dios le hizo ver en varias ocasiones una esplendorosa nave nueva, símbolo de la Iglesia restaurada, que estaba siendo armada por los ángeles.
También, el 10 de enero de 1824, le mostró el principal obstáculo para la conclusión de esa nave. Ella vio cinco árboles todos de desmesurado tamaño: “Observé que esos cinco árboles con sus raíces alimentaban y producían un enmarañadísimo bosque de millones de plantas estériles y selváticas”.
Dios le hizo entender que aquellos cinco enigmáticos árboles simbolizaban “las cinco herejías que infectaban el mundo en nuestro tiempo”.

Falsas máximas y los errores esparcidos por Rusia

El 22 de enero de 1824, la Beata Elisabetta conoció que aquel bosque maldito representaba un número incontable de almas, las cuales, “debido a que tienen una conciencia depravada, pueden ser denominadas almas sin fe, sin religión, porque piensan en todo, menos en aquello que todo buen católico está obligado a pensar, porque lo hacen todo, menos aquello que deben hacer (…) Aquellas míseras plantas son tenidas por el Divino Señor, no solamente en cuenta de estériles, sino también de nocivas y hasta de pésimas, que merecen ser arrojadas al infierno”.
La vidente escuchó que las cinco aludidas herejías se identificaban con las “falsas máximas de la filosofía de nuestros tiempos”. Máximas esas que, según ella, estaban en el núcleo de los movimientos revolucionarios de su época, inspirado en el espíritu y la doctrina de la Revolución Francesa. Tales máximas orientaban la conjuración que subvertía la Iglesia y el orden socio-político (…)
La Beata Elisabetta cerró los ojos para esta Tierra el 5 de agosto del año 1825, casi un siglo antes de la gloriosa manifestación de Nuestra Señora en Fátima.

Facsímil de los manuscritos de sus memorias

Entretanto, sus visiones y revelaciones -de las cuales dimos aquí apenas algunas muestras- parecen destinadas especialmente para el conocimiento de nuestros contemporáneos. Ellas tornan patente el grandioso designio divino que sobrevuela la historia, pues muestran que el plano del Reino de María -como fue profetizado en Fátima- es como un inmenso palacio que la Divina Providencia viene preparando desde hace siglos. Y cuya terminación irá más allá de toda especulación humana.
Por todo ello, las visiones y revelaciones transmitidas por la Bienaventurada Elisabetta Canori Mora refuerzan aún más la idea de la centralidad del mensaje de Fátima, y la certeza del cumplimiento de la gran promesa de nuestra Señora a los tres pastorcitos en 1917: “Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.


JUICIO DEL CENSOR ECLESIÁSTICO SOBRE LOS ESCRITOS DE LA BEATA ELISABETTA


El 5 de noviembre del año 1900, el censor eclesiástico encargado por la Santa Sede para examinar los manuscritos de la Bienaventurada Elisabetta Canori Mora emitió finalmente su juicio formal. En él, el censor expresó lo siguiente:

“En todos los escritos de la referida Sierva de Dios Elisabetta Canori Mora no hay nada contrario a la fe y a las buenas costumbres, como tampoco se encuentra ninguna doctrina innovadora o peregrina, o ajena al modo de sentir común y consuetudinario de Nuestra Santa Madre Iglesia”.
El censor, entretanto, observa que se podrían presentar objeciones en cuanto a “ciertas visiones y revelaciones que se refieren especialmente a prelados mayores y menores de Roma, en las cuales aparecen descriptos con colores bastante cargados y en proporciones que parecerían propias a escandalizar a los fieles, y a las cuales parecería convenir la calificación de malsonantes u ofensivas a los oídos píos”.
Para apartar esa avetual objeción, el censor eclesiástico esclarece, entre otras cosas, que “lamentaciones de este género, expresadas a veces con lenguaje aún más vibrante, no son absolutamente ninguna novedad en los escritos de los siervos de Dios., para los cuales, si era doloroso ver la corrupción en el pueblo, mucho más lo era tener que deplorarlo en los ministros del Santuario”.
Después de explicar cuán arduo sería intentar probar que son falsas las visiones de la Beata Elisabetta, y cómo no sería difícil mostrar que son auténticas, concluye:
“Las palabras de la Sierva de Dios, antes que malsonantes u ofensivas a los oídos píos, deben ser consideradas muy útiles, especialmente a los sacerdotes que las lean”.
El celoso censor expresó también el deseo de que “la autobiografía de nuestra Venerable Sierva de Dios pueda ver la luz, apenas sea posible y conveniente”, pues estas páginas “a muchas almas bien dispuestas, y no dadas a despreciar las maravillas de Dios en sus Santos, no dejarán de ser igualmente provechosas”.

Sacra Rituum Congretatione, Beatificationis et canonizationis Ven. Servae Dei Elisabetta Canori Mora.
Prima positio super virtutibus, Ex Typographia Pontificia in Instituto Pii IX, Roma 1914.
Iudicium Censoris Theologi super scriptis Ven. Servae Dei Elisabetta Canori Mora.


Revista Panorama Católico Internacional nº 27, Febrero de 2003. Transcripción hecha por Inmaculada.

martes, 19 de diciembre de 2023

La Felicidad del Cielo

 


Según el Apóstol San Pablo, en este mundo es imposible figurarse las maravillas del Cielo, porque exceden infinitamente a nuestra capacidad de comprensión.

Según los teólogos, el mayor disfrute de los Santos lo tendrán en las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad. Con la memoria recordaremos el amor que Dios nos ha demostrado con todos los beneficios que nos ha hecho; con el entendimiento comprenderemos la bondad y hermosura de Dios y nos sentiremos felices al saber que nos ama; y con la voluntad le amaremos apasionadamente y disfrutaremos las delicias de su amor.

Pero aparte del alma, también nuestros cuerpos gozarán una grandísima felicidad.

Según los teólogos, los cuerpos gloriosos serán dotados de unas capacidades especiales de las que vamos a tratar:

Impasibilidad: Según el Catecismo Romano de San Pío V, la impasibilidad es una cualidad que hará que no se pueda padecer molestias, ni sentir dolor ni cansancio alguno. En virtud de esta cualidad, los cuerpos de los santos en el Cielo gozarán de perpetua juventud, donde nunca conocerán el cansancio ni la enfermedad, ni cosa alguna que les pueda molestar.

Sutileza: En virtud de esta perfección, el cuerpo del glorificado se espiritualizará de tal forma que podrá atravesar las paredes y penetrar a través de cualquier cuerpo, obediente a los deseos del alma, sin que haya ninguna barrera que le impida moverse de un sitio a otro a la velocidad del pensamiento. Consideremos a Cristo cómo entró en el Cenáculo donde estaban los apóstoles, atravesando las paredes, sin pasar por puertas ni ventanas. Igualmente podrá penetrar con su mente en todos los secretos de la Naturaleza y conocerá el por qué de todas las cosas.

Agilidad: Respecto a este don, el Catecismo de Trento dice, que por ella se librará el cuerpo de la carga que le oprime ahora, y se podrá mover hacia cualquier parte a donde quiera el alma, con tal velocidad que no pueda haberla mayor. Santo Tomás asegura que, la rapidez con que pueden moverse los cuerpos gloriosos será incomparablemente superior a la velocidad de la luz. Algunos dicen que podrá moverse de un lugar a otro a la velocidad del pensamiento. Bastará que deseen estar presentes en un lugar determinado para poder estar allí en el mismo momento, aunque esté a años luz.

Claridad: La cuarta cualidad de los cuerpos gloriosos es su incomparable hermosura, resplandor y claridad. La hermosura de los Santos es tan grande que, si se dejaran ver en este mundo tal como son, no lo podríamos aguantar y moriríamos de felicidad. Los teólogos dicen que cuando a algún Santo se le aparece el Señor o la Virgen, no se le aparece con toda la hermosura que realmente tienen en el Cielo, porque para poderlos ver como son necesitamos que antes también nuestros cuerpos sean glorificados y capacitados para aquello.

Santa Teresa después de una aparición de Jesucristo, decía: "Aunque otra cosa no hubiera para deleitar la vista en el Cielo, sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, tanto que no es posible comprender ni imaginar".

LA CREACIÓN
Andrés Codesal Martín

jueves, 14 de diciembre de 2023

Milagros del Escapulario: El galán de la llama azul

 


El galán de la llama azul

He aquí una historia fidedigna en la que figura el santo cura de Ars, San Juan Bautista Vianney, y una doncellita que fuera más tarde ferviente religiosa.

Su antiguo y venerado cura es quien contó esta verídica relación, al que nos la dejara escrita. Antes de entrar en religión dicha doncella fuese a ver al santo cura de Ars, para hacer con él confesión general. Este le preguntó al confesarla: “Usted debe acordarse bien, hija mía, de cierto baile al cual asistió hace poco tiempo. En ese baile encontró usted un joven desconocido de todos, pero de modales distinguidos, que fue casi el héroe de la fiesta.

“Sí, padre mío, es cierto.

“Y usted hubiese querido que la invitase a bailar, y estaba usted llena de celos y de despecho al ver que prefería a las demás y que nunca se dirigía a usted para nada.

“En efecto, padre; así era.

“¿Y no recuerda usted que al salir el galán creyó usted ver en la puerta y precisamente bajo sus pies dos llamitas azules, que desde luego tomó usted por una mera ilusión de sus ojos, engañados por la luz y la oscuridad?

“Todo, todo es verdad, padre mío.

“Pues bien, hija mía, ese joven era el demonio, el mismo Lucifer en persona. Aquellas con quienes bailara se hallan en estado de condenación. Y, ¿sabe usted por qué no fue invitada por él?... Pues fue precisamente por el Santo Escapulario del Carmen que usted llevaba puesto y que por devoción a María conservaba como una defensa contra sus asechanzas.”

Hijas de la Virgen: Huelga deciros la impresión que causó esta revelación a la persona de quien hablamos, y podéis inferir fácilmente de este relato que la pureza debe evitar todas las ocasiones peligrosas y cuan útil es para conservarse puras la protección de la que es Reina y Madre de las Vírgenes. (Nyssen).

Leyendo este notable ejemplo viene a la memoria la revelación que tuviera el venerable terciario Carmelita Francisco de Yepes, al cual, según refiere el P. Claus, le fue revelado que los demonios padecen tormento vehementísimos porque ven que el Santo Escapulario se lleva por todos y en todas partes.


Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O. C
Editado en 1956

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Santa Brígida: Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones



Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero con gravísima pena en el purgatorio. 


Vio Santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y yo estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Mas al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo, esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán, como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da tocante a ella justa sentencia. 

Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad. El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas. 

La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y se ensoberbecía también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás. 

La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas. 

La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes. 

El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo mas de lo necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo. 

La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes temporales. 

El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los suyos, y hasta incitó a otros a que lo hicieren. 

El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como hubiera podido ser, si hubiese él querido. 

La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravedí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros. 

El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, le parecía aquello demasiado difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y suave todo gozo del mundo. 

La tercera columna es porque fue perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán innumerables son, tú sólo lo sabes. 

El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque se irritaba con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba a su prójimo. 

El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera es, porque de una manera indebida y desordenada se deleitaba carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido. 

Mas de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma. 

Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo: Amadísima Madre, cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que te tengo. 

En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre? Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos. 

Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo, le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los demonios no son bastantes para arrancarlo. 

En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él. 

Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie síno a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oirla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la misericordia, no debo oír a todos los que me claman? 

Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo. 

Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en mí toda malicia, y se obscureció mi memoria respecto a las cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Le dijo entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente. Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías. 

En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en vuestra presciencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder. 

Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oír y entender lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡ay!, porque tú me engañaste. 

En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba. 

Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena. 

De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás almas. 

Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible ¡ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su Dios. 

De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero, estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño. 

Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuando estará esa alma en esta pena? Y respondió el Juez: Puesto que su voluntad fue vivir en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio. 

Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios. Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia. 

Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos. 

Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas. Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo. Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante vive? 

Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que también te dignes oírme a mí. 

Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener, porque era frío en tu amor. 

Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia. 

En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y y Juez de todos. Esta alma fue en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua. 

Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusisteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís. Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo. 

En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión. 

Declaración. 

Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fue, por segunda vez volvió a Roma, donde murió y fue enterrada. 


*****

Continúa la admirable revelación precedente. Dios glorifica el alma que se le había presentado en juicio, y se da una idea breve pero altísima de la inmensa gloria de los santos. 

Cuatro años después de lo dicho en la revelación anterior, vio santa Brígida a un joven muy resplandeciente con el alma mencionada, la cual estaba ya vestida, aunque no del todo. Y el joven dijo al Juez, que estaba sentado en el trono, al cual acompañaban millares de millares de ángeles, y todos lo adoraban por su paciencia y amor: Oh Juez, esta es el alma por quien yo pedía, y vos me respondisteis que queríais deliberar, mas ahora, todos los presentes, volvemos a implorar vuestra misericordia en favor de ella. Y aunque todo lo sepamos en vuestro amor, no obstante, por esta vuestra esposa que oye y ve todo esto, hablamos a estilo de los hombres, aunque las cosas humanas no tengan ninguna conexión con nosotros. 

Y respondió el Juez: Si de un carro lleno de espigas de trigo cogieran muchos hombres unos tras otros cada cual una espiga, se iría disminuyendo el número de éstas; igualmente sucede ahora, porque han venido a mí en favor de esa alma muchas lágrimas y obras de amor; y por tanto, debe venir a tu poder, y llévala al descanso, que ni los ojos pueden ver, ni los oídos oír, ni podía pensar esa misma alma cuando estaba en el cuerpo; descanso donde no hay cielo arriba ni tierra abajo, cuya altura no se puede calcular, y cuya longitud es indecible; donde es admirable la anchura, e incomprensible la profundidad; donde está Dios sobre todas las cosas, fuera y dentro, todo lo rige y todo lo contiene, y no está contenido en nada. 

Se vio enseguida subir al cielo aquella alma, tan brillante como una muy resplandeciente estrella en todo el lleno de su esplendor. Y entonces dijo el Juez: Pronto llegará el tiempo en que pronuncie yo mi sentencia y haga justicia contra los descendientes del difunto de quien es esta alma, pues esta generación sube con soberbia, y bajará con el pago de la misma soberbia. 

Profecías y Revelaciones de Santa Brígida
Libro 6
Capítulos 29 y 30