martes, 25 de julio de 2023

Santiago Apóstol, Patrón de España - 25 de Julio

 





Así es como Santiago, el 'Hijo del Trueno', se convirtió en el santo patrón de España



Las primeras referencias a su patronazgo sobre nuestra Nación datan del S.VIII

El 25 de julio es el día de Santiago el Mayor, patrón de España y particularmente de Galicia, la región española en cuya capital, Santiago de Compostela, están sepultados sus restos.

-El Milagro de Empel: así llegó la Inmaculada Concepción a erigirse en patrona de España-Las 20 ofensivas islámicas que sufrieron los territorios cristianos antes de las Cruzadas

Un pescador de Galilea y discípulo predilecto de Jesús

Lo que se sabe sobre Santiago es que era hijo de Zebedeo y de Salomé, y era pescador como su hermano Juan. Toda la familia vivía en Betsaida, en Galilea, a orillas del lago Tiberíades. Antes de ser discípulo de Jesús, Santiago ya conocía a Pedro porque era socio de su padre. Tanto Santiago como su hermano Juan y Pedro se convirtieron en los tres discípulos predilectos de Jesús: estuvieron con Él cuando obró la mayoría de sus milagros, y le acompañaban en el Huerto de Getsemaní en la noche en la que fue arrestado. Debido a su fuerte temperamento, tanto Santiago como su hermano Juan fueron apodados por Cristo como "Hijos del Trueno".

El santo que introdujo el Cristianismo en España

Después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, Santiago viajó hasta lo que entonces se llamaba Hispania. Así pues, fue él quien introdujo el Cristianismo en el actual territorio de España, reuniendo aquí algunos discípulos que continuarían con su labor. Según la tradición, la Virgen se le apareció a Santiago sobre una columna de piedra, en la actual Zaragoza en el año 40, antes de la asunción de María. Es el origen de la actual advocación de la Virgen del Pilar que se venera en la Basílica de la capital aragonesa. Después de esa aparición, Santiago regresó a Palestina en busca de María. Conocedor de su presencia allí y de que era uno de los más importantes apóstoles de Cristo, el rey Herodes Agripa I -nieto del rey Herodes que ordenó la matanza de inocentes en Belén- ordenó que le mataran, falleciendo decapitado en torno al año 44. Así pues, Santiago fue el primer Apóstol de Cristo que sufrió el martirio por razón de su fe.


El Rey Alfonso II de Asturias fue el primer peregrino a la tumba de Santiago en el siglo IX, tras su hallazgo. 
También fue el que le nombró patrón de toda Hispania (imagen: Xacopedia.com)

El hallazgo de su tumba y el primer peregrino: un Rey

Tras el martirio de Santiago, varios de sus discípulos trasladaron su cuerpo por vía marítima hasta la Gallaecia romana, la actual región española de Galicia. Allí los enterraron cerca de Iria Flavia (la actual localidad de Padrón), en el bosque de Libredón. Allí la sepultura quedó olvidada durante los siglos que transcurrieron desde la caída del Imperio Romano hasta la llegada de los Suevos a Galicia y la posterior llegada de los visigodos. En el año 813, un ermitaño llamado Pelayo que vivía en el bosque de Libredón acudió al obispo de Iria Flavia para darle noticia de la aparición de una estrella señalando un lugar del bosque. Una vez que acudieron allí hallaron tres sepulcros de piedra romanos. Uno de los sepulcros contenía un cadáver decapitado. Los tres cuerpos enterrados fueron identificados como los de Santiago y sus discípulos Teodoro y Atanasio. La noticia se extendió por todo el Reino de Asturias, hasta el punto de que el Rey Alfonso II el Casto visitó los sepulcros, ordenando erigir una iglesia en el lugar del hallazgo. Alfonso II fue el primero de una larga lista de peregrinos que desde entonces acudirían la tumba del Apóstol, convertida en uno de los mayores centros de peregrinación de la Cristiandad, en la ciudad que hoy lleva su nombre: Santiago de Compostela, un topónimo que algunos atribuyen a la forma latina "Campus Stellae", Campo de la Estrella.


Imagen de Santiago Apóstol en lo alto de la fachada de la nave central de la Catedral de 
Santiago de Compostela, vista desde la Plaza del Obradoiro.


El histórico papel de Santiago como patrón de España

Pero antes del hallazgo de sus restos, un himno litúrgico de finales del siglo VIII, "O Dei verbum", atribuido al Beato de Liébana, (se puede ver aquí la versión original en latín), fue el primero en citar al hijo de Zebedeo como patrón de España:

"O vere digne sanctior Apostole
Caput refulgens aureum Hispaniae!
Tutorque nobis, et patronus vernulus,
Vitando pestem, esto salus coelitus:
Omnino pelle morbum, ulcus, facinus."

"¡Oh apóstol santísimo y digno de alabanza,
cabeza refulgente y dorada de España!
Defensor nuestro y patrono nacional
sé nuestra salvación celeste contra la peste
y aleja de nosotros toda enfermedad, llaga y maldad."

Tras el hallazgo de su tumba, el Rey Alfonso II de Asturias (760-842) nombró a Santiago "patronus et dominus" de toda Hispania, siendo el primero en darle ese reconocimiento a nivel oficial. Durante el reinado de Ordoño I de Asturias (821-866), Santiago es mencionado como "noster et tocius Hispanie patronus" (nuestro patrono y de toda España), según cita Adeline Rucquoi en "Adversus Elipandum. El reino de Oviedo y el culto a Santiago". A finales del siglo XV, los Reyes Católicos reafirmaron ese patronazgo del "bien aventurado apostol señor Santiago luz e patron de las Españas cabdillo e guiador de los Reyes dellas e de los otros santos e sanctas de la corte celestial".

La tradición milenaria de la ofrenda nacional al Apóstol

Otra tradición española remarca el patronazgo del Apóstol: el "Voto de Santiago", instaurado por Ramiro I de Asturias (790-850) en el siglo IX, que consistía en una ofrenda anual a Santiago en el templo donde está sepultado. El voto perduró durante cientos de años, hasta que fue abolido por las Cortes de Cádiz en 1812, lo que causó un gran disgusto a nivel popular. El rey Fernando VII lo recuperó, pero volvió a ser anulado por la Revolución de 1869. Ese voto fue recuperado en 1937 por Francisco Franco, que estableció el 25 de julio como fiesta nacional y la jornada en la que se llevaría a cabo esa ofrenda nacional, que durante el franquismo fue personalmente presentada por el Jefe del Estado o por los jefes de la VIII Región Militar y del Departamento Marítimo de Ferrol. Actualmente la lleva a cabo anualmente el Rey de España, ya en persona o -más habitualmente- a través de un delegado regio (el presidente de la Xunta de Galicia o el alcalde de Santiago, generalmente). Con la llegada de la democracia, el 25 de julio dejó de ser fiesta nacional, aunque se sigue celebrando en tierras gallegas como día de Galicia.


Representación artística de Santiago Apóstol a caballo 
que se conserva en la Catedral de Moyobamba, Perú.


El origen de su patronazgo sobre la Caballería española

Además de la asociación entre Santiago y la peregrinación iniciada por el Rey Alfonso II (y que hoy se plasma habitualmente en la iconografía del santo como un peregrino), el primo y sucesor de ese monarca inició una asociación aún más curiosa. Y es que durante el reinado de Ramiro I de Asturias tuvo lugar la Batalla de Clavijo (844). Según la leyenda, Santiago se le apareció en sueños al Rey, animándole a negarse a ofrecer el tributo al Emirato de Córdoba que hasta entonces pagaba el Reino de Asturias como muestra de vasallaje, y animando al Rey a invocar su nombre en batalla. Los asturianos así lo hicieron, e invocando a Santiago lograron vencer a los moros en Clavijo. La leyenda acabó derivando en la aparición en plena batalla de Santiago montado en un caballo blanco y portando un estandarte blanco, contribuyendo así a la victoria de los cristianos contra los musulmanes. Se inició así otra de las representaciones iconográficas más habituales del Apóstol: la de Santiago Matamoros. El lema de "Santiago y cierra España" (la orden de "cerrar", en caballería, significa trabar batalla, acometer al enemigo) se convirtió en el grito de guerra de los cristianos durante la Reconquista. El hijo de Zebedeo se convirtió en un azicate para la lucha por la liberación para los cristianos de la Península Ibérica, que había sido conquistada en casi su totalidad por los musulmanes en el siglo VIII.

Santiago de convirtió así en patrón del Arma de Caballería del Ejército español, un patronazgo que fue ratificado por la Real Orden de 20 de julio de 1892. De hecho, en la actualidad el himno de ese arma termina con el grito de guerra de "Santiago y cierra España" que los jinetes españoles exclamaron durante siglos.


 La evolución de la famosa cruz de la Orden de Santiago desde su fundación en el siglo XII 
(Fuente: Forjadores del Tiempo).


La Orden de Santiago y el origen de la famosa Cruz de Santiago

En 1158, bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1155-1214), se fundó en Cáceres la Orden de Caballería de Santiago, que recibió la aprobación pontificia en 1175 del Papa Alejandro III (1100-1181). Fue una de las órdenes militares españolas fundadas durante la Reconquista para contribuir al esfuerzo bélico contra los musulmanes y para defender los territorios cristianos. Se trataba de una orden a la vez religiosa y militar, pero con una diferencia respecto de otras órdenes como el Temple: sus caballeros podían contraer matrimonio. Su historia está tan ligada a la Reconquista que una vez terminada ésta en 1492 y tras fallecer su último Gran Maestre, Alonso de Cárdenas, en 1493, el maestrazgo pasó a los Reyes de España, que lo han ido heredadando desde entonces. Actualmente el Gran Maestre es S.M. el Rey Felipe VI.

El origen de la famosa cruz que sirve de distintivo a la orden se remonta a un lema usado por estos caballeros: "Rubet ensis sanguine arabum" (La espada que se enrojece con la sangre de los árabes). No obstante, en sus inicios la orden usaba una cruz distinta de la que conocemos hoy en día (puedes ver su evolución sobre estas líneas, y encontrarás más datos en esta interesante conferencia publicada por el canal de Youtube de Forjadores del Tiempo).

"Defiende a tus discípulos queridos, protege a tu Nación"

En este día de Santiago quiero una vez más dirigir a nuestro santo patrón las palabras que le dedica el himno al Apóstol que se canta en la Catedral de Santiago cuando vuela el botafumeiro:

"Santo Adalid, Patrón de las Españas,
Amigo del Señor:
defiende a tus discípulos queridos,
protege a tu Nación."

 




miércoles, 19 de julio de 2023

Visión del Papa San Pío X



Mientras daba una audiencia entró en una somnolencia misteriosa, cuando volvió en sí, exclamó: "Esto que veo es horroroso. ¨Seré yo? ¨Será mi sucesor? Lo que es seguro es que el Papa dejará Roma, y para salir del Vaticano, le será necesario pasar sobre los cadáveres de sus sacerdotes" (M. Servant, pág. 244; A. Marty, pág. 78).

Al Canónigo Thellier de Poncheville, San Pío X le dijo: "Todo el mal depende de nosotros, sacerdotes... Si todos estuviesen inflamados de un celo de amor, bien pronto la tierra entera sería católica" (M. Servant, pág. 80, nota 1 -- apud "La Croix de Paris", 1904, número del 26 de mayo).


Profecía de San Pío X sobre Francia




San Pío X, cuando iba a beatificar a Santa Juana de Arco, encargaba al obispo de Orleans: «Decid a los franceses que hagan su tesoro de los testamentos de San Remigio, de Carlomagno, de San Luis, que se resumen en estas palabras tan repetidas por la heroína de Orleáns: Viva Cristo que es el Rey de Francia.» 

En la beatificación del Cura de Ars (1905) había dicho: esto «prueba que Dios mantiene su predilección por Francia; muy pronto obrará prodigios que nos darán la alegría de constatarlo por los hechos». 

Y el 27 de noviembre de 1911: «El pueblo que hizo alianza con Dios en las fuentes bautismales de Reims se arrepentirá y volverá a su primitiva vocación.., y el Señor le dirá: Hija primogénita de la Iglesia, nación predestinada, vaso de elección, ve a llevar mi nombre a todos los pueblos y a todos los reyes de la tierra.»

  

EL TIEMPO QUE SE APROXIMA

P. José Luis Urrutia, S.J.

martes, 18 de julio de 2023

El comunismo llama 'fascista' al que discrepa: nombremos a los comunistas como lo que son

 

Ya es hora de liberarnos de uno de los más absurdos complejos de la derecha


La práctica del comunismo de señalar a todo el que discrepa como "fascista" es una táctica de señalamiento ya casi centenaria.

-Los más de 100 millones de muertos que causó el comunismo, divididos por países-Comunismo, el maestro del nazismo: así inspiró el terror rojo a la dictadura nazi

El señalamiento como 'fascista' a todo el que discrepa

Como os conté aquí hace unos años, en 1924 la Internacional Comunista, controlada por el dictador Stalin emitió una resolución en la que afirmaba lo siguiente: "A medida que la sociedad burguesa continúa decayendo, todos los partidos burgueses, particularmente la socialdemocracia, adquieren un carácter más o menos fascista ... El fascismo y la socialdemocracia son los dos lados del mismo instrumento de la dictadura capitalista". Así pues, los primeros en ser señalados como "fascistas" por los comunistas fueron los socialdemócratas.

Los comunistas nunca han dudado en recurrir a la mentira para imponer su ideología y demonizar a sus rivales políticos: llaman "fascistas" a quienes saben que no lo son para desprestigiarles y matarles civilmente, y ahorrarse así un debate de ideas en el que esos totalitarios de extrema izquierda tendrían todas las de perder, ya que los comunistas siempre han sido tan enemigos de la democracia y de los derechos humanos como los auténticos fascistas, como demuestran el hecho de que han instaurado más de medio centenar de dictaduras (algunas de ellas aún existen hoy, entre ellas la del país más poblado del mundo: China) y han matado a más de 100 millones de seres humanos.

El denominador común del comunismo y del auténtico fascismo

Hoy en día, cuando un comunista llama "fascista" a un demócrata, lo que hace es intentar ponerle a su altura, pues tanto el comunismo como el fascismo son movimientos totalitarios, y ambos son enemigos de la libertad y de la democracia. Ningún demócrata debería admitir lecciones de democracia, de libertad ni de derechos humanos de un comunista, de la misma forma que tampoco debe admitirlas de un nazi. Por eso resulta muy chocante, e incluso ridículo, ver a personas de la derecha democrática sintiéndose acomplejadas cuando un comunista les llama "fascista". Ser derechas es algo totalmente legítimo y de lo que nadie debería avergonzarse. Si alguien tiene que avergonzarse de algo son los comunistas, que apoyan una ideología antidemocrática que ha competido en odio, violencia y criminalidad con el nazismo.

El absurdo reparo a llamar 'comunistas' a los comunistas

Pero si es absurdo que haya gente de derechas que se acompleja ante esos totalitarios, el más incomprensible de los remilgos de la derecha, frente a esos nostálgicos de Lenin que no dudan en insultar llamando "fascista" a todo el que no piensa como ellos, consiste en la renuencia a llamar comunistas a los comunistas, como si el mero hecho de llamar a esos totalitarios por su nombre fuese algo criticable o le convirtiese a cualquiera en sospechoso. Es un disparate que los comunistas se atrevan a llamar "fascistas" a todos sus enemigos, aunque sepan perfectamente que no tienen ninguna relación con el fascismo, y al mismo tiempo mucha gente de derechas tenga miedo de llamar a los comunistas por su nombre. Ya va siendo hora de cambiar esa actitud.

A estas alturas de la historia, con todo lo que ya sabemos sobre esa ideología comunista, la palabra "comunista" debería tener las mismas malas connotaciones que las palabras "nazi" o "fascista". De hecho, si bien cualitativamente son ideologías igualmente despreciables, el comunismo es el movimiento totalitario que más gente ha matado y que más dictaduras ha implantado. Debemos acostumbrarnos a llamar a los comunistas con este nombre por lo menos con total claridad y con el mismo desparpajo con el que ellos señalan como "fascistas" a todos los que discrepamos de sus ideas totalitarias. Debemos adoptar esta costumbre hasta que la palabra "comunista" apeste tanto en nuestro país como apesta en países que han sufrido a esos totalitarios, como Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y otros, donde la palabra "comunista" es tan aborrecible, y con razón, como la palabra "nazi".


Fuente: Contando Estrelas


Ntra. Sra. del Buen Suceso (video)

 



domingo, 16 de julio de 2023

Nuestra Señora del Carmen - 16 de Julio

 


Así como los hombres tienen a mucha honra el que haya otras personas que lleven su librea, del propio modo desea la Santísima Virgen ver que sus devotos lleven el Santo Escapulario como prenda de que están consagrados a su servicio y pertenecen a su familia. 

Dichosos mil veces los que sin respeto humano, antes bien con piedad y devoción ferviente llevan el Santo Escapulario todos los días de su vida hasta la muerte; porque ciertamente los ha de reconocer la Virgen Santísima por fieles siervos suyos y como tales les ha de librar: 

1. De no pocos peligros temporales y singularmente de la eterna condenación. 

2. De las penas del Purgatorio. 


BREVE HISTORIA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

El Carmelo es una cadena montañosa de Israel que, partiendo de la región de Samaria, acaba por hundirse en el Mar Mediterráneo, cerca del puerto de Haifa. Esta altura tiene un encanto peculiar. Es diferente del Monte Nebo, en Jordania, del macizo del Sinaí y del Monte de los Olivos en Jerusalén. Todas las montañas palestinas tienen sus recuerdos teofánicos (es decir de las manifestaciones de Dios), que las convierten en cumbres sagradas y místicas. 


Pero ninguna tan sugestiva como el Monte Carmelo. ¿Por qué San Juan de la Cruz lo tomó como el símbolo de la ascensión mística? Seguramente le sugirió el nombre de su propia Orden Carmelita. Pero sin duda había alguna intención más profunda con el misterio de la sagrada montaña del profeta Elías. 


La memoria de Elías se guardó siempre viva de modo particular en el Monte Carmelo, donde se eligió seguir al Dios de Israel. Según el relato, Primer libro de los Reyes, capítulo 18, el sacrificio de Elías, consumado por el fuego que descendió del cielo, mostró al pueblo que Yahvé era el verdadero Dios. 

Allí se nos dice que las gentes de aquellas tierras de Haifa adoraban en su amplia mayoría al dios pagano Baal. El profeta Elías, que predicaba los mensajes del Señor, sin recibir demasiadas respuestas de los habitantes, les propuso que organizaran conjuntamente un sacrificio a la ladera del Monte Carmelo, cada uno rogando a su respectivo Dios, para invocar la lluvia, ya que habían estado 3 años de sequía. En primer lugar lo hicieron los partidarios de Baal, sacrificando un novillo en medio de oraciones, pero no obtuvieron respuesta. Inmediatamente Elías y sus pequeños seguidores cogieron otro novillo y al  cabo de pocos instantes cayó fuego sobre el altar y sonaron grandes truenos. 


Elías invitó a uno de sus seguidores para que subiera a la cima de la montaña y desde allí éste le dijo:

"Una nube pequeña como la palma de la mano de un hombre sube del mar" 

De pronto, el cielo se oscureció con nubes y viento, y cayó una lluvia abundante. Cabe decir que algunos religiosos carmelitas y escritores del siglo XIV vieron en la mencionada nubecilla la presencia de la Virgen. (Faltaban unos 900 años para que María naciera). 

Elías estuvo disponible para la obra de Dios y enviado a proclamar su palabra. Emprendió un largo viaje por el desierto, un viaje que lo dejó extenuado. Se cobijó bajo un árbol y pidió la muerte. Pero Dios no lo permitió, sino que le envió un Ángel para alimentarlo y animarlo a continuar su viaje hasta el monte Horeb. Cuando llegó, Dios se mostró a Elías, no en los signos del antiguo testamento: fuego, terremoto, fuerte viento, sino en una ligera brisa.

Elías fue enviado nuevamente a su pueblo para continuar cumpliendo la voluntad de Dios. 

El Carmelo era sin duda, el monte donde numerosos profetas rindieron culto a Dios. Los principales fueron Elías y su discípulo Eliseo, pero existían también diferentes personas que se retiraban en las cuevas de la montaña para seguir una vida eremítica. Esta forma de oración, de penitencia y de austeridad fue continuada siglos más tarde, concretamente en el III y IV, por hombres cristianos que siguieron el modelo de Jesucristo y que de alguna forma tuvieron al mismo Elías como Patrono. 

A mediados del siglo XII, un grupo de devotos de Tierra Santa procedentes de Occidente -algunos creen que venían de Italia-, decidieron instalarse en el mismo valle que sus antecesores y escogieron como patrona a la Virgen María. Allí construyeron la primera Iglesia dedicada a Santa María del Monte Carmelo. Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano. Quisieron vivir bajo los aspectos que salían reflejados en las Sagradas Escrituras: maternidad divina, virginidad, Inmaculada Concepción y Anunciación. 

Estos devotos que decidieron vivir en comunidad bajo la oración y la pobreza, fueron la cuna de la Orden de los Carmelitas, y su devoción a la Virgen permitió que naciera una nueva advocación: Nuestra Señora del Carmen. 

El convento del Monte Carmelo tiene un nombre evocador: "Stella Maris" (Estrella del Mar). 


Es un hermoso edificio cuadrangular a 500 metros de altura sobre el nivel del Mar Mediterráneo en la ciudad de Haifa. El centro del convento lo ocupa el santuario de la Virgen del Carmen. En el altar mayor de esta hermosa Iglesia en Cruz griega se venera la estatua de la Virgen del Carmen, obra de un escultor italiano en 1836. 


Debajo del altar se ve la gruta del profeta Elías. Según la tradición, éste era el lugar donde se refugiaba el profeta. Una estatua recuerda al celoso defensor de la religión de Yahvé. Nos cuentan los Padres Carmelitas que no ha sido fácil la permanencia católica sobre esta montaña. Bien es verdad que, en la época de los Cruzados, el patriarca latino de Jerusalén, San Alberto, pudo dar a los ermitaños del Monte Carmelo una regla religiosa el año 1212. 

Se cuenta que el carmelita San Simón Stock pasó por aquí antes de su célebre visión del Escapulario carmelita. También subió en peregrinación a esta santa montaña el rey San Luis de Francia en el año 1254 en acción de gracias por haberse salvado de un naufragio. 

Con la caída de la ciudad de San Juan de Acre en 1291 vino la persecución árabe que causó el martirio de no pocos religiosos. Después de una larga interrupción de la vida monacal en la montaña que dio ocasión para la expansión del ideal carmelita por el Occidente. Regresaron los religiosos del Carmen al Monte Carmelo por el siglo XVII. 


STELLA MARIS 

Los marineros antes de la edad de la electrónica confiaban su rumbo a las estrellas. De aquí la analogía con la Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo. 

Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar. 


La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir la que desde tiempos remotos allí se venera. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. 

Y a la verdad, no uno sino millares de prodigios han venido probando a través de los tiempos la eficacia del Santo Escapulario del Carmen. 

Refiere a este propósito el P. Crosset que un oficial digno de entero crédito le contó cómo tres días después de la batalla de Seneffe, en 1694, se encontró en medio de muchos muertos y heridos a uno que teniendo el Escapulario en una mano y el Rosario en la otra pedía confesión. Tenía la frente atravesada por una bala, y la masa cerebral se le salía por ambos lados de suerte que poco era lo que podía vivir. Con todo se levantó y se confesó con un capellán con gran presencia de ánimo entregando al fin su alma a Dios después de haber recibido la absolución sacramental.  



Tiene asimismo el Escapulario del Carmen el privilegio de librar a las almas del Purgatorio de aquellas terribles penas. Apareciéndose la Madre de Dios cierto día al Papa Juan XXII le mandó que hiciera saber a los que llevasen este Escapulario que se verían libres del Purgatorio el sábado primero después de su muerte: y así en efecto lo declaró el citado Pontífice por medio de la Bula llamada Sabatina. Las indulgencias concedidas al Escapulario del Carmen son muchas tanto plenarias como parciales. 


Su fiesta está ubicada el 16 de Julio, ya que en aquella fecha en 1251, de acuerdo a las Tradiciones Carmelitas, San Simón Stock recibió el Escapulario de manos de la Santísima Virgen María. 

Acudamos con piedad y amor a Nuestra Señora del Carmen confiados en su poderosa protección por medio de la oración y llevando el Santo Escapulario, para llegar al puerto seguro de nuestra salvación guiados por la Estrella del mar.


Bibliografía: "Manual de los martes a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro" 1955, 
por el P. Redentorista Restituto Palacios, México D. F.

jueves, 13 de julio de 2023

Carta de monseñor Viganò: “El Vaticano II dio comienzo a una Iglesia falsa, paralela”

 


9 de junio de 2020
San Efrén

He leído con gran interés el ensayo de Su Excelencia, Mons. Athanasius Schneider, publicado en LifeSiteNews el 1 de junio, posteriormente traducido al italiano por Chiesa e post concilio, titulado “No existe la voluntad divina positiva de que haya diversidad de religiones ni hay un derecho natural a dicha diversidad”. El estudio de Su Excelencia resume, con la claridad que distingue las palabras de quienes hablan de acuerdo con Cristo, las objeciones contra la supuesta legitimidad del ejercicio de la libertad religiosa teorizada por el Concilio Vaticano II en contradicción con el testimonio de la Sagrada Escritura y con la voz de la Tradición, y en contradicción también con el Magisterio católico, que es el fiel guardián de ambas.

El mérito del ensayo de Su Excelencia consiste, primero que nada, en su comprensión del vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos- del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están desarrollando progresivamente hasta el día de hoy.

El monstruo generado en los círculos modernistas podría haber sido, al comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo pensar que su perversa naturaleza podría cambiar. Los intentos de corregir los excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han demostrado no tener éxito: Naturam expellas furca, tamen usque recurret [“Expulsa a la naturaleza con una horqueta: regresará”] (Horacio, Epist., I, 10, 24). La Declaración de Abu Dhabi -y como Mons. Schneider acertadamente observa, sus primeros síntomas en el panteón de Asís- “fue concebida en el espíritu del Concilio Vaticano II”, como lo afirma Bergoglio, orgullosamente.

Este “espíritu del Concilio” es la patente de legitimidad que los innovadores oponen a sus críticos, sin darse cuenta de que ello es confesar, precisamente, un legado que confirma no sólo la naturaleza errada de las declaraciones presentes, sino también la matriz herética que supuestamente las justifica. Si se mira más de cerca, jamás en la historia de la Iglesia un Concilio se ha presentado a sí mismo como un hecho histórico diferente de todos los concilios anteriores: jamás se ha hablado del “espíritu del Concilio de Nicea” o del “espíritu del Concilio de Ferrara-Florencia” ni, mucho menos, del “espíritu del Concilio de Trento”. Tampoco existió jamás una era “post-conciliar” después del Letrán IV o del Vaticano I.

La razón de ello es obvia: estos Concilios fueron todos, sin distinción alguna, expresión unánime de la voz de la Santa Madre Iglesia, y por esta misma causa, voz de Nuestro Señor Jesucristo. Es elocuente que quienes sostienen la novedad del Concilio Vaticano II adhieran también a la doctrina herética que pone al Dios del Antiguo Testamente en oposición al Dios del Nuevo Testamento, como si pudiera existir contradicción entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Evidentemente esta oposición, que es casi gnóstica o cabalística, es funcional para la legitimación de un sujeto nuevo, que se quiere diferente y opuesto a la Iglesia católica. Los errores doctrinales casi siempre revelan algún tipo de herejía trinitaria, y por tanto es mediante el regreso a la proclamación del dogma trinitario que las doctrinas que se le oponen pueden ser derrotadas: ut in confessione veræ sempiternæque deitatis, et in Personis proprietas, et in essentia unitas, et in majestate adoretur æqualitas: confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la Majestad.

Juan Pablo II en el encuentro ecuménico de Asís de 1986.

Mons. Schneider cita varios cánones de los Concilios Ecuménicos que proponen lo que, en su opinión, son doctrinas difíciles de aceptar hoy, como, por ejemplo, la obligación de diferenciar a los judíos por las ropas, o la prohibición de que los cristianos sirvan a patrones mahometanos o judíos. Entre esos ejemplos existe también la exigencia de la traditio instrumentorum proclamada por el Concilio de Florencia, que fue posteriormente corregida por la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis de Pío XII. Mons. Schneider comenta: “Se puede rectamente esperar y creer que un futuro Papa o Concilio Ecuménico corrija las declaraciones erróneas hechas” por el Concilio Vaticano II. Esto me parece ser un argumento que, aunque hecho con la mejor de las intenciones, debilita el edificio católico desde sus mismos fundamentos. Si de hecho admitimos que puede haber actos magisteriales que, por el cambio en la sensibilidad, son susceptibles de abrogación, modificación o diferente interpretación por el paso del tiempo, caemos inevitablemente en la condenación del Decreto Lamentabili, y terminamos concediendo justificaciones a quienes, recientemente, y precisamente sobre la base de aquel erróneo supuesto, han declarado que la pena de muerte “no es conforme al Evangelio”, enmendando así el Catecismo de la Iglesia Católica. De acuerdo con el mismo principio, podríamos sostener que las palabras del Beato Pío IX en Quanta Cura fueron en cierta forma corregidas por el Concilio Vaticano II, tal como Su Excelencia espera que ocurra con Dignitatis Humanae. +

Ninguno de los ejemplos que ofrece Su Excelencia es, en sí mismo, gravemente erróneo o herético: el hecho de que el Concilio de Florencia declarara que la traditio instrumentorum era necesaria para la validez de las órdenes no comprometió de ningún modo el ministerio sacerdotal en la Iglesia, haciendo que se confirieran órdenes inválidas. No me parece tampoco que se pueda afirmar que este aspecto, a pesar de su importancia, haya conducido a errores doctrinales por parte de los fieles, algo que sí ha ocurrido, por el contrario, sólo en el último Concilio. Y cuando en el curso de la historia se han difundido diversas herejías, la Iglesia siempre ha intervenido prontamente para condenarlas, como ocurrió en el tiempo del Sínodo de Pistoya de 1786, que fue en cierto modo un anticipo del Concilio Vaticano II, especialmente en su abolición de la comunión fuera de la Misa, la introducción de la lengua vernácula, y la abolición de las oraciones del Canon dichas en voz baja, pero especialmente en la teorización sobre el fundamento de la colegialidad episcopal, reduciendo la primacía del Papa a una función meramente ministerial. El releer las actas de aquel Sínodo causa estupor por la formulación literal de los mismos errores que encontramos posteriormente, aumentados, en el Concilio que presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Por otra parte, tal como la Verdad procede de Dios, el error es alimentado por el Adversario y se alimenta de él, que odia a la Iglesia de Cristo y su corazón, la Santa Misa y la Santísima Eucaristía.

Llega un momento en nuestras vidas en que, por disposición de la Providencia, nos enfrentamos a una opción decisiva para el futuro de la Iglesia y para nuestra salvación eterna. Me refiero a la opción entre comprender el error en que prácticamente todos hemos caído, casi siempre sin mala intención, y seguir mirando para el otro lado o justificándonos a nosotros mismos.

También hemos cometido, entre otros, el error de considerar a nuestros interlocutores como personas que, a pesar de la diferencia de ideas y de fe, se han movido siempre por buenas intenciones y que estarían dispuestas a corregir sus errores si pudieran convertirse a nuestra Fe. Junto con numerosos Padres Conciliares, concebimos el ecumenismo como un proceso, como una invitación que llama a los disidentes a la única Iglesia de Cristo, a los idólatras y paganos al único Dios verdadero, al pueblo judío al Mesías prometido. Pero desde el instante en que fue teorizado en las comisiones conciliares, el ecumenismo fue entendido de un modo que está en directa oposición con la doctrina previamente sostenida por el Magisterio.

Hemos pensado que ciertos excesos eran sólo exageraciones de los que se dejaron arrastrar por el entusiasmo de novedades, y creímos sinceramente que ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes, rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad.


Juan Pablo II recibe una bendición ritual de parte un chaman durante una de sus visitas a Estados Unidos.

Pero si la imagen de una divinidad infernal pudo ingresar a San Pedro, fue parte de un crescendo que algunos previeron como un comienzo. Hoy hay muchos católicos practicantes, y quizá la mayor parte del clero católico, que están convencidos de que la Fe católica ya no es necesaria para la salvación eterna: creen que el Dios Uno y Trino revelado a nuestros padres es igual que el dios de Mahoma. Hace veinte años oímos esto repetido desde los púlpitos y las cátedras episcopales, pero recientemente lo hemos oído, afirmado con énfasis, incluso desde el más alto Trono.

Sabemos muy bien que, invocando la palabra de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivificat [“La letra mata, el espíritu da vida” (2 Cor 3, 6)], los progresistas y modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en su tiempo parecieron inofensivos pero que, hoy, revelan su valor subversivo. Es el método usado en la frase subsistit in: decir una semi-verdad como para no ofender al interlocutor (suponiendo que es lícito silenciar la verdad de Dios por respeto a sus criaturas), pero con la intención de poder usar un semi-error que sería instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera. Así, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no especifica la identidad de ambas, pero sí la subsistencia de una en la otra y, en pro de la coherencia, también en otras iglesias: he aquí la apertura a celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y al inevitable fin de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su naturaleza misionera.

Puede que algunos recuerden que los primeros encuentros ecuménicos tuvieron lugar con los cismáticos del Oriente, y muy prudentemente con otras sectas protestantes. Fuera de Alemania, Holanda y Suiza, al comienzo los países de tradición católica no vieron con buenos ojos las celebraciones mixtas en que había juntos pastores protestantes y sacerdotes católicos. Recuerdo que en aquellos años se habló de eliminar la penúltima doxología del Veni Creator para no ofender a los ortodoxos, que no aceptan el Filioque. Hoy escuchamos los surahs del Corán leídos desde el púlpito de nuestras iglesias, vemos un ídolo de madera adorado por hermanas y hermanos religiosos, oímos a los obispos desautorizar lo que hasta ayer nos parecía ser las excusas más plausibles de tantos extremismos. Lo que el mundo quiere, por instigación de la masonería y sus infernales tentáculos, es crear una religión universal que sea humanitaria y ecuménica, de la cual es expulsado el celoso Dios que adoramos. Y si esto es lo que el mundo quiere, todo paso en esa dirección que dé la Iglesia es una desafortunada elección que se volverá en contra de quienes creen que pueden burlarse de Dios. No se puede dar de nuevo vida a las esperanzas de la Torre de Babel, con un plan globalizante que tiene como meta la neutralización de la Iglesia católica a fin de reemplazarla por una confederación de idólatras y herejes unidos por el ambientalismo y la fraternidad universal. No puede haber hermandad sino en Cristo, y sólo en Cristo: qui non est mecum, contra me est.

Es desconcertante que tan poca gente se dé cuenta de esta carrera hacia el precipicio, y que pocos adviertan la responsabilidad de los niveles más altos de la Iglesia que apoyan estas ideologías anti cristianas, como si los líderes de la Iglesia quisieran la garantía de que tendrán un lugar y un papel en el carro del pensamiento correcto. Y es sorprendente que haya gente que persista en la negativa a investigar las causas de fondo de la presente crisis, limitándose a deplorar los excesos actuales como si no fueran la consecuencia inevitable de un plan orquestado hace ya décadas. El que la pachamama haya sido adorada en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae. El que tengamos una liturgia protestantizada y a veces incluso paganizada, se lo debemos a la revolucionaria acción de monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares. La firma de la Declaración de Abu Dabhi, se la debemos a Nostra Aetate. Y si hemos llegado hasta delegar decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como es el caso en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión puesta al día, la sinodalidad. Gracias a la sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una “vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado Celibato. Los prelados que enviaron las Dubia a Francisco, a mi juicio, evidenciaron la misma piadosa ingenuidad: pensar que Bergoglio, confrontado con una contestación razonablemente argumentada de su error, iba a comprender, a corregir los puntos heterodoxos y a pedir perdón.

Juan Pablo II besa el Corán.

El Concilio fue usado para legitimar las más aberrantes desviaciones doctrinales, las más osadas innovaciones litúrgicas y los más inescrupulosos abusos, todo ello mientras la Autoridad guardaba silencio. Se exaltó de tal modo a este Concilio que se lo presentó como la única referencia legítima para los católicos, para el clero, para los obispos, oscureciendo y connotando con una nota de desprecio la doctrina que la Iglesia había siempre enseñado autorizadamente, y prohibiendo la liturgia perenne que había, durante milenios, alimentado la fe de una línea ininterrumpida de fieles, mártires y santos. Entre otras cosas, este Concilio ha demostrado ser el único que ha causado tantos problemas interpretativos y tantas contradicciones respecto del Magisterio precedente, en tanto que no existe ni un solo Concilio -desde el Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano I- que no haya armonizado perfectamente con todo el Magisterio o que haya necesitado tanta interpretación.

Confieso con serenidad y sin controversia: fui una de las muchas personas que, a pesar de tantas perplejidades y temores como hoy se ha demostrado ser legítimos, confié en la autoridad de la Jerarquía con incondicional obediencia. En realidad, creo que mucha gente, incluido yo mismo, no consideró en un comienzo la posibilidad de que pudiera haber un conflicto entre la obediencia a una orden de la Jerarquía y la fidelidad a la Iglesia. Lo que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso perversa, entre la Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, fue ciertamente el presente pontificado.

En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para la primera aparición del Papa “recién elegido”, Bergoglio exclamó: “Sono finite le carnevalate!” [“Se acabó el carnaval”], rehusando desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo. Pero esas palabras contenían una verdad, aunque dicha involuntariamente: el 23 de marzo de 2013, los conspiradores dejaron caer la máscara, libres ya de la inconveniente presencia de Benedicto XVI y osadamente orgullosos de haber finalmente promovido a un Cardenal que representaba sus ideas, su modo de revolucionar la Iglesia, de hacer maleable la doctrina, adaptable la moral, adulterable la liturgia y desechable la disciplina. Todo esto se consideró, por los mismos protagonistas de la conspiración, como lógica consecuencia y obvia aplicación del Concilio Vaticano II que, según ellos, había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI. La mayor osadía de ese Pontificado fue el permiso para celebrar libremente la venerada liturgia tridentina, cuya legitimidad fue finalmente reconocida, refutando cincuenta años de ilegítimo ostracismo. No es un accidente el que los partidarios de Bergoglio sean los mismos que vieron el Concilio como el primer paso de una nueva Iglesia, antes de la cual había existido una vieja religión con una vieja liturgia.


El papa Francisco junto a una machi mapuche durante su visita a Chile en 2018.

No es accidente: lo que estos hombres afirman impunemente, escandalizando a los moderados, es lo mismo que creen los católicos, vale decir, que a pesar de todos los esfuerzos de la hermenéutica de la continuidad, que naufragó miserablemente con la primera confrontación con la realidad de la presente crisis, es innegable que, desde el Concilio Vaticano II en adelante, se construyó una nueva iglesia, superimpuesta a la Iglesia de Cristo y diametralmente opuesta a ella. Esta Iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por el Señor, reemplazándola por una entidad espuria, que corresponde a la deseada religión universal, teorizada primeramente por la masonería. Expresiones como nuevo humanismo, fraternidad universal, dignidad del hombre, son muletillas del humanitarismo filantrópico que niega al verdadero Dios, de una solidaridad horizontal de inspiración vagamente espiritualista y de un irenismo ecuménico, condenado inequívocamente por la Iglesia. “Nam et loquela tua manifestum te facit [“Tus palabras te ponen en evidencia”]” (Mt 26, 73): este recurrir frecuente, incluso obsesivo, al mismo vocabulario de los enemigos revela la adhesión a la ideología inspirada por ellos. Por otra parte, la renuncia sistemática al lenguaje claro, inequívoco y cristalino de la Iglesia confirma el deseo de separarse no sólo de las formas católicas, sino incluso de su sustancia misma.

Lo que durante años hemos oído proclamar vagamente, sin connotaciones claras, desde el más alto de los Tronos, lo encontramos ahora, elaborado en un verdadero manifiesto propiamente tal, entre los partidarios del presente pontificado: la democratización de la Iglesia, ya no mediante la colegialidad inventada por el Concilio Vaticano II, sino por la vía sinodal inaugurada por el Sínodo de la Familia; la demolición del sacerdocio ministerial mediante su debilitamiento por las excepciones al celibato eclesiástico y la introducción de figuras femeninas con responsabilidades cuasi-sacerdotales; el silencioso tránsito desde un ecumenismo dirigido a los hermanos separados hacia una forma de pan-ecumenismo que reduce la Verdad del Dios Uno y Trino al nivel de las idolatrías y de las más infernales supersticiones; la aceptación de un diálogo interreligioso que presupone un relativismo religioso y excluye la proclamación misionera; la desmitologización del Papado, emprendida por Bergoglio como tema de su pontificado; la progresiva legitimación de todo lo que es políticamente correcto: la teoría de género, la sodomía, el matrimonio homosexual, las doctrinas maltusianas, el ecologismo, el inmigracionismo… Si no reconocemos que las raíces de estas desviaciones se encuentran en los principios establecidos por el último Concilio, será imposible encontrar una cura: si persiste de nuestra parte un diagnóstico que, contra todas las demostraciones, excluye la patología inicial, no podemos prescribir una terapia adecuada.

Esta operación de honestidad intelectual exige una gran humildad, primero que nada, para reconocer que, durante décadas, hemos sido conducidos al error, de buena fe, por personas que, constituidas en autoridad, no han sabido vigilar y cuidar al rebaño de Cristo: algunas de ellas, para poder llevar una vida tranquila, otras debido a que tienen demasiados compromisos, otras por conveniencia y, finalmente, otras de mala fe o incluso con un malicioso propósito. Estas últimas, que han traicionado a la Iglesia, deben ser identificadas, llevadas a un costado e invitadas a corregirse y, si no se arrepienten, deben ser expulsadas de los recintos sagrados. Así es como actúa el Pastor, que tiene en su corazón el bien de las ovejas y que da su vida por ellas. Hemos tenido y todavía tenemos demasiados mercenarios, para quienes la aprobación por parte de los enemigos de Cristo es más importante que la fidelidad a su Esposa.

Tal como, hace sesenta años, honesta y serenamente obedecí cuestionables órdenes, creyendo que representaban la amable voz de la Iglesia, hoy, con la misma serenidad y honestidad, reconozco que he sido engañado. Ser coherente hoy, perseverando en el error, constituiría una desgraciada elección y me convertiría en un cómplice de este fraude. Proclamar que existió claridad de juicio desde el principio no sería honesto: todos supimos que el Concilio iba a ser, más o menos, una revolución, pero no podíamos imaginar que iba a serlo de un modo tan devastador, incluso respecto a la obra de quienes deberían haberla evitado. Y si, hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789 de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración, en estos últimos años hasta el más ingenuo de entre nosotros ha comprendido que el silencio por temor a causar un cisma, el esfuerzo por remendar los documentos papales en sentido católico para remediar su intencionada ambigüedad, los llamados y dubia dirigidos a Francisco que han quedado elocuentemente sin respuesta, son formas de confirmación de la existencia de la más grave de las apostasías a que están expuestos los más altos niveles de la Jerarquía, en tanto que los fieles cristianos y el clero se sienten desesperadamente abandonados y son vistos por los obispos casi con enfado.

La Declaración de Abu Dhabi es la proclama ideológica de una idea de paz y cooperación entre las religiones que podría posiblemente ser tolerada si proviniera de paganos privados de la luz de la Fe y del fuego de la Caridad. Pero todo el que haya recibido la gracia de ser Hijo de Dios en virtud del Santo Bautismo debería horrorizarse con la idea de construir una versión, moderna y blasfema, de la Torre de Babel, buscando aunar a la única Iglesia de Cristo, heredera de las promesas hechas al Pueblo Elegido, con aquellos que niegan al Mesías y con quienes consideran que la idea misma de un Dios Trino y Uno es una blasfemia. El amor de Dios no tiene límites y no tolera compromisos, porque de otro modo no es, simplemente, Caridad, sin la cual no se puede permanecer en Él: qui manet in caritate, in Deo manet, et Deus in eo [quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él] (1 Jn 4, 16). Importa poco que se trate de una declaración o de un documento magisterial: sabemos bien que la mens subversiva de los innovadores juguetea con estas especies de puzzles a fin de difundir el error. Y sabemos bien que la finalidad de estas iniciativas ecuménicas e interreligiosas no es convertir a quienes están lejos de la única Iglesia de Cristo, sino desviar y corromper a quienes todavía creen en la Fe católica, llevándolos a pensar que es deseable tener una gran religión universal que reúna a las tres grandes religiones abrahámicas “en una sola casa”: ¡esto sería el triunfo del plan masónico de preparación del reino del Anticristo! No importa mucho que ello se materialice mediante una bula dogmática, una declaración, o una entrevista con Scalfari en La Repubblica, porque los partidarios de Bergoglio esperan la señal de su palabra, a la cual responderán con una serie de iniciativas que están preparadas y organizadas desde hace ya algún tiempo. Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para su renuncia (pienso, por ejemplo, en Massimo Faggioli en uno de sus recientes ensayos). Por otra parte, no sería la primera vez que usan al Papa cuando éste actúa según el plan de ellos, y que se deshacen de él o lo atacan tan pronto como no lo hace.

El domingo pasado la Iglesia celebró a la Santísima Trinidad, y en el Breviario se recita el Symbolum Athanasianum, hoy puesto fuera de la ley por la liturgia conciliar, y ya reducido a sólo dos ocasiones en la reforma litúrgica de 1962. Las primeras palabras de ese suprimido Symbolum merecen estar escritas con letras de oro: “Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est ut teneat Catholicam fidem; quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit [Quien quiera ser salvado, es necesario, antes que nada, que crea en la Fe católica, porque a menos que mantenga esta fe íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente]”.

+ Carlo Maria Viganò

(Traducido y publicado por Asociación Litúrgica Magnificat, Una Voce Chile. Reproducido con su permiso)

Fuente: Adelante la Fe