Palabras de la Madre a la esposa describiendo la excelencia de su Hijo; sobre cómo Cristo
es ahora crucificado más duramente por sus enemigos, los malos cristianos, que por los
judíos, y sobre cómo, en consecuencia, esas personas recibirán un castigo más duro y
amargo.
La Madre dijo: “Mi Hijo tuvo tres bondades. La primera fue que nadie tuvo jamás un
cuerpo tan refinado como Él, al tener Él dos naturalezas perfectas, una divina y otra
humana. Él fue tan puro que, igual que no se puede encontrar ni una mota en un ojo
cristalino, ni una sola deformidad podía hallarse en su cuerpo. La segunda bondad fue que
Él nunca pecó. Otros niños, a veces, cargan con los pecados de sus padres, además de los
suyos propios. Este niño, que nunca pecó, cargó con los pecados de todos. La tercera
bondad fue que, mientras que algunas personas mueren por Dios y por una mayor
recompensa, Él murió tanto por sus enemigos como por mí y sus amigos.
Cuando sus enemigos lo crucificaron, le hicieron cuatro cosas. En primer lugar, lo
coronaron de espinas. En segundo lugar, clavaron sus manos y pies. Tercero, le dieron hiel
para beber y, cuarto, traspasaron su costado. Pero mi dolor es que sus enemigos, que ahora
están en el mundo, crucifican a mi Hijo más duramente de lo que lo hicieron los judíos.
Aunque podrías decir que Él no puede sufrir y morir ahora, aún lo crucifican a través de
sus vicios. Un hombre puede lanzar insultos e injurias sobre la imagen de un enemigo suyo
y, aunque la imagen no sintiera el daño, el perpetrador sería acusado y sentenciado por su
maliciosa intención de injuriar.
Igualmente, los vicios por los que crucifican a mi Hijo, en un sentido espiritual, son
más abominables y más serios para Él que los vicios de quienes lo crucificaron en el
cuerpo. Pero puedes preguntar ‘¿Cómo lo crucifican?’ Bien, primero lo colocan sobre la
cruz que han preparado para Él. Esto es, cuando no tienen en cuenta los preceptos de su
Creador y Señor. Después lo deshonran cuando Él les advierte, a través de sus siervos, que
han de servirle, y ellos desoyen las advertencias y hacen lo que les apetece. Crucifican su
mano derecha confundiendo justicia e injusticia al decir: ‘El pecado no es tan grave ni
odioso para Dios como se dice, ni Dios castiga a nadie para siempre sino que sus amenazas
son para asustarnos.
¿Por qué habría de redimirnos si quisiera que muriésemos?’ Ellos no consideran que
hasta el más mínimo pecado, en el que una persona se deleite, es suficiente para entregarle
a él o a ella al castigo eterno. Puesto que Dios no deja ni que el más mínimo de los pecados
quede sin castigo, ni el mínimo bien sin recompensa, ellos serán castigados siempre que
mantengan la intención constante de pecar y mi Hijo, que ve sus corazones, cuenta eso
como un acto. Pues si mi Hijo se lo permitiera, ellos obrarían según sus intenciones.
Crucifican su mano izquierda convirtiendo la virtud en vicio. Quieren continuar
pecando hasta el fin, diciendo: ‘Si, al final, una vez, decimos “¡Dios, ten misericordia de
mí!”, la misericordia de Dios es tan grande que el nos perdonará’. El querer pecar sin
enmendarse, querer la recompensa sin luchar por ella, no es virtud, a menos que haya algo
de contrición en su corazón o a menos que la persona desee realmente enmendar su
camino, siempre que no se lo impida una enfermedad o cualquier otra condición.
Crucifican sus pies complaciéndose en el pecado, sin pensar ni una sola vez en el
amarguísimo castigo de mi Hijo, ni darle las gracias de corazón, diciendo: ‘¡Señor, qué
amargamente has sufrido! ¡Alabado seas por tu muerte!’ Tales palabras nunca sale de sus
labios. Lo coronan con una corona de irrisión al burlarse de sus siervos y considerar inútil
su servicio. Le dan hiel a beber cuando se regodean y complacen en pecar. Nunca sienten
en el corazón lo serio y múltiple que es el pecado. Le traspasan el costado cuando tienen la
intención de perseverar en el pecado.
Te digo en verdad, y se lo puedes decir a mis amigos, que para mi Hijo esas personas
son más injustas que aquellos que lo sentenciaron, peores enemigos que aquellos que lo
crucificaron, más faltos de vergüenza que quienes lo vendieron. A ellos les espera mayor
castigo que a los otros. De hecho, Pilatos supo muy bien que mi Hijo no había pecado y que
no merecía la muerte. Sin embargo, por temor a perder el poder temporalmente y por la
insistencia de los judíos, aún reacio, tuvo que sentenciar a muerte a mi Hijo. ¿Qué
temerían estas personas si lo sirvieran? ¿O qué honor o privilegio perderían si lo
honrasen?
Ellos recibirán, pues, una más dura sentencia, por ser peores que Pilatos en la
consideración de mi Hijo. Pilatos lo sentenció por temor, sometiéndose a la petición e
intenciones de otros. Estas personas lo sentencian por su propio beneficio y sin temor
alguno, deshonrándolo por el pecado del que podrían abstenerse, si así lo quisieran. Pero
ellos no se abstienen de pecar ni se avergüenzan de haber cometido pecados, pues no
toman en consideración que no merecen ni la mínima consideración de aquél a quien ellos
no sirven. Son peores que Judas, pues Judas, después de haber traicionado al Señor,
reconoció que Jesús era el mismo Dios y que él había pecado gravemente contra Él.
Se desesperó, sin embargo, y se precipitó hasta el infierno, pensando que ya no
merecía vivir. Pero estas personas reconocen su pecado y, aún así, perseveran en él sin
arrepentimiento en sus corazones. Más bien, desean arrebatarle a Dios el reino de los
cielos por una especie de fuerza y violencia, creyendo que lo pueden conseguir, no por sus
hechos sino por una vana esperanza, vana porque no se le dará a nadie más que a los que
trabajan y hacen algún sacrificio para el Señor. Son peores que los que lo crucificaron.
Cuando vieron las buenas obras de mi Hijo, como la resurrección de la muerte o la
curación de leprosos, pensaron en sus adentros: ‘Este obra maravillas inauditas e
inusitadas, superando a todos a voluntad con sólo una palabra, conociendo nuestros
pensamientos, haciendo todo lo que desea.
Si continúa así, tendremos que someternos a su poder y hacernos siervos suyos’. Por
ello, en lugar de someterse Él, lo crucifican con su envidia. Pero si supieran que Él es el Rey
de la Gloria nunca lo habrían crucificado. Por otro lado, estas personas ven cada día sus
grandes obras y milagros y se aprovechan de su bondad. Escuchan cómo tienen que
servirlo y se acercan a Él, pero en sus adentros piensan: ‘Sería duro e insoportable
renunciar a nuestros bienes temporales para hacer su voluntad y no la nuestra’ Por ello,
desprecian la voluntad de Él, colocan por encima sus deseos egoístas y crucifican a mi Hijo
por su terquedad, acumulando pecado sobre pecado contra su propia conciencia.
Son peores que sus verdugos, pues los judíos actuaron por envidia y porque no sabían
que Él era Dios. Estos, sin embargo, saben que es Dios y, por maldad, por presunción y
codicia, lo crucifican en un sentido espiritual más duramente que los que crucificaron
físicamente su cuerpo, pues estas personas ya han sido redimidas y aquellos aún no lo
eran. ¡Así pues, esposa, obedece y teme a mi Hijo, pues todo lo que tiene de misericordioso
lo tiene también de justo!”
Profecías y Revelaciones de Santa Brígida
Libro 1 - Capítulo 37