miércoles, 30 de julio de 2025

La Virgen María en ejemplos 15: Esperaba un sacerdote...




En un país situado detrás del «telón de acero», en el que, en los primeros meses del año 1968, se recrudeció la persecución religiosa, uno de los Obispos allí radicados recibió una misiva comunicándole confidencialmente que se preparaba un atentado contra su vida, por lo cual debía huir sin pérdida de tiempo y ocultarse. Obedeciendo la consigna recibida, el aludido señor Obispo salió de su residencia vestido de aldeano y huyó a campo traviesa, caminando durante todo un día, alcanzándole la noche, divisando una amplia vega. 

Aprovechando la oscuridad, se aproximó a una casa que vio poco distante y pidió a sus habitantes le permitiesen descansar unas horas sentado en una silla. Los ocupantes de la casa -un matrimonio con varios hijos pequeños- acogieron la petición de hospedaje del que consideraron labriego viajero, pero no sólo le ofrecieron silla, sino que le hicieron cenar con ellos y luego le acomodaron en una habitación con buena cama. 

Durante la cena, como notase el huésped gran preocupación y visible tristeza en el matrimonio, no pudo silenciar su observación y preguntó el motivo de tal inquietud y congoja; informándosele entonces de que el anciano padre de uno de ellos no había podido sentarse a la mesa porque estaba enfermo de mucha gravedad desde hacía unos días, y aunque le insistían cariñosamente para que hiciera conveniente preparación para la muerte, por si el momento de ésta sobreviniera, él les contestaba que todavía no iba a morirse, y, por tanto, no se preparaba... 

Hubo unos breves comentarios del caso, pero ninguno se atrevió a hacer mención del aspecto religioso del asunto. 

Retirados a descansar todos y transcurrida la noche, se dispuso el visitante y huésped a proseguir su camino; y al despedirse y dar gracias a quienes con tanta amabilidad le habían tratado, preguntó si le permitían saludar al viejecito enfermo, para comprobar el estado actual de su dolencia, a lo que, gustosamente, se accedió y le acompañaron. 

Una vez el labriego junto al anciano, y luego de una corta conversación afectuosa, éste último, adoptando un gesto y tono decidido, dijo: «Mire usted, yo sé que estoy muy malo y que ya no me restableceré; pero, también sé que por ahora no moriré». 

Al oírle hablar tan seguro, todos sonrieron al enfermo. Y ante aquellas sonrisas, añadió éste: «Se ríen porque he dicho que tengo la seguridad de que no voy a morir por ahora... Pues bien; lo repito. ¿Y sabe usted por qué?... Mire, yo no sé quién es usted, ni cómo piensa, pero como en la situación en que estoy ya no temo a nadie, le voy a decir la verdad: Mi seguridad se apoya en que soy católico; los años de persecución religiosa no me han quitado la fe; y todos los días he rezado, y rezo, las Tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen María que, a la hora de la muerte, esté asistido por un sacerdote que prepare mi alma para el tránsito, y usted comprenderá que habiéndole rogado tantas veces a la Santísima Virgen eso, la Virgen no consentirá que yo muera sin un sacerdote a mi lado; y como no lo tengo, por eso estoy tan seguro de que por ahora no me muero». 

Emocionado el labriego por aquella declaración del ancianito, le tomó la mano y le dijo: «Esa gran fe que ha conservado, y esa súplica diaria a la Madre de Dios, rezándole las tres Avemarías, han atraído el favor del Cielo y ha sido la Providencia la que me dirigió hasta aquí... No es un sacerdote lo que la Virgen le manda, sino a su Obispo de usted... Porque yo soy el Obispo de esta Diócesis, que va hacia el exilio». 

La impresión, y al propio tiempo el gozo, del anciano y sus hijos fue enorme. Tan grande, que no sabían cómo expresar su asombro y su reverencia... 

Seguidamente, el señor Obispo ofició la Santa Misa en la habitación del enfermo, y les dio a todos la comunión; dejando al viejecito espiritualmente dispuesto para emprender su postrer viaje con término en el Cielo... 

Viaje que tuvo lugar dos días después de aquella Misa excepcional. 

(Comunicación de la doctora doña Josefina Conde Picavea, de 1.º de junio de 1968.) 


(«Los asombrosos frutos de una sencilla devoción») 

Milagros del Escapulario 20 - Vuela al Cielo, sin pasar por el Purgatorio...



Vuela al Cielo, sin pasar por el Purgatorio, una jovencita devotísima 
del Santo Escapulario y del privilegio sabatino

El Rvdo. P. Maestro Fr. Alonso de la Madre de Dios, nos refiere que una doncellita de tierna edad, natural de Salamanca, que desde su niñez vestía con gran fervor y devoción el Santo Escapulario de la Virgen, observando inviolablemente las abstinencias de miércoles y sábados y llevando una vida angelical, cayó enferma de suma gravedad, sin que los médicos diesen la más leve esperanza de salvarla. Fueron acrecentándose de día a día sus dolores y sus fiebres, hasta el punto de ser preciso administrarle los últimos Sacramentos. Después de recibidos todos los auxilios espirituales, que ella espontáneamente había pedido, con muestras de las más absoluta confianza en la bondad de Dios y en la misericordia de María Santísima, lo que fueran penosos espasmos pasaron a ser mortales y funestos paroxismos, tanto, que, por espacio de largo tiempo, quedaba paciente sin sentidos. 

En una ocasión notaron los que la asistían que se volvía hacia la pared y estuvo grandísimo rato absorta y ensimismada, como aquel a quien embelesa, suspende o admira la contemplación de algo raro o maravilloso que le deleita. La llamaban por su nombre y, aunque procuraban con violencia el que volviese en sí, no lo lograban ni lo consiguieron hasta que faltó el dulce arrobo o embeleso que cual misterioso imán suspendía o endiosaba sus sentidos. 

Ya vuelta en sí, como inquiriesen y la preguntaran con curiosidad la causa de tal arrobo o embelesamiento, respondió: “Me ha visitado y acariciado la Santísima Virgen del Carmen y me ha prometido sacarme de esta vida miserable el sábado inmediato para llevarme desde ese punto al cielo. 

Y el sábado, en efecto, murió, juzgando todos piadosamente que lograría el dichoso fruto que para los que cumplen con Ella tiene reservado la Santísima Virgen a sus hijos muy amados, a fin de que cumpliendo nosotros como buenos hijos confiemos en la palabra de nuestra dulce y amorosa Madre para que se cumpla en nosotros su celestial y excelso privilegio sabatino y volemos cuanto antes a bendecirla y alabarla en unión de los coros angélicos.


Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen 
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.
Editado en 1956

miércoles, 16 de julio de 2025

Nuestra Señora del Carmen - 16 de Julio

 


Oración a Nuestra Señora del Carmen

¡Oh Virgen Santísima Inmaculada, belleza y esplendor del Carmen! Vos, que miráis con ojos de particular bondad al que viste vuestro bendito Escapulario, miradme benignamente y cubridme con el manto de vuestra maternal protección. Fortaleced mi flaqueza con vuestro poder, iluminad las tinieblas de mi entendimiento con vuestra sabiduría, aumentad en mí la fe, la esperanza y la caridad. Adornad mi alma con tales gracias y virtudes que sea siempre amada de vuestro divino Hijo y de Vos. Asistidme en vida, consoladme cuando muera con vuestra amabilísima presencia, y presentadme a la augustísima Trinidad como hijo y siervo devoto vuestro, para alabaros eternamente y bendecidos en el Paraíso. Amén.

 

martes, 8 de julio de 2025

Milagros del Escapulario 19 - Se aparece un alma del Purgatorio y depone como testigo...




Se aparece un alma del Purgatorio y depone como testigo cualificado sobre 
la verdad y utilidad de esta santa indulgencia sabatina


En la ciudad de Barcelona, nos dice el doctísimo Daniel de la Virgen María, murió por el año 1620 la Srta. Catalina Bosser, doncella muy devota y recogida, y luego de transcurridos cuatro meses se apareció a una prima suya, llamada Magdalena Nicolás. Esta última, muy medrosa y timorata, después de grandes sobresaltos y pavorosos miedos, concediéndole Dios la gracia que da en semejantes casos para no dejarse alucinar ni seducir del enemigo, con gran paz de conciencia tuvo la dicha de recibir la visita o aparición de su prima Catalina, la cual le manifestó que llevaba ya cerca de cinco meses sufriendo horribles tormentos en las llamas expiatorias del Purgatorio, por ciertas mandas y promesas que había dejado de cumplir en vida, rogándole le ayudase con sus oraciones y caridades a salir cuanto antes de aquel fuego abrasador. 

Tomó desde luego a su cargo, la piadosa doncellita Magdalena, el cumplir por su querida prima todo cuanto le había revelado en la visión, y cuál no sería su asombro cuando al cabo de seis días se le volvió a aparecer para darle las gracias por su caridad y diligencia en socorrerla. Magdalena, más respuesta ya de sus sustos y sobresaltos anteriores, interrogó a su prima por el estado en que se encontraba una hermana suya, que hacía pocos días que falleciera en Cerballón. Con inmenso júbilo le respondió la prima que el alma de su hermana había volado al cielo el sábado inmediato a su fallecimiento, por virtud del privilegio sabatino, que como fervorosa cofrade lograra merecer. Y añadió después: Vos, hija mía, tomad y llevad con fervor el Santo Escapulario, pues yo no lo llevaba y por esto me he visto en tan grandes tribulaciones e indecibles tormentos. Dichosos, hija mía, aquellos que le visten, pues es gran verdad que por los ruegos e intercesión de María Santísima vuelan las almas de sus cofrades al cielo en el primer sábado después de su muerte. 

Quedó consoladísima Magdalena con esta aparición, y tan inflamada en santo ardor y celo por la devoción y el culto a la Virgen Santísima del Carmen y a su bendito y milagroso Escapulario, que fue el mayor apóstol en sus tiempos de esta devoción. Manifestó después Magdalena, al Ordinario, estas apariciones, el cual, luego de examinar su santa vida y seriedad y caridad ardiente, que hacían piadosamente creíbles sus afirmaciones, interpuso su jurídica autoridad y permitió que se imprimiesen en Barcelona estos hechos o apariciones para gloria y alabanza de nuestra Madre dulcísima del Carmen, que así se digna favorecer a sus devotos. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen 
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.
Editado en 1956

La Virgen María en ejemplos 14: El sueño de Marta

 


¡Cuánto había gozado Marta en el festival! Verdad es que estaba fatigadísima y algo calenturienta, porque preciso es ser de bronce para danzar hora tras hora sin sentir cansancio. De vuelta ya a su casa, estaba Marta mirándose y remirándose al espejo sin acertar a quitarse el disfraz.

De pronto se acordó que no había rezado ni poco ni mucho durante aquel día. Claro, ¿quién tiene tiempo de rezar pasándose todo el día entre saraos y danzas? Por aquella vez dispensaría el Sagrado Corazón a su celadora, y la Purísima Virgen a la Hija de María; ya rezaría mucho a la mañana siguiente durante la Misa de doce. Y al ir a acostarse con tales propósitos, alzó los ojos y distraídamente los fijó en una hermosa imagen de la Dolorosa que pendía cerca del lecho; y le pareció ver en la mirada de María reconvención y angustia, y hasta le pareció que una lágrima titilaba en los ojos de la Virgen. 

Se agolparon entonces en su imaginación ideas diversas: pensó en Jesús crucificado, en la muerte, en el baile, en el infierno… Le parecía que la santa imagen se salía del marco para pedirle estrecha cuenta de su proceder en aquel día; y, espantada, se lanzó al lecho sin desvestirse, sin apagar las bujías y, hecha un ovillo, se tapó la cabeza y todo. En medio de su espanto, se preguntaba con temor: “¿Y si me muriese ahora?” Rendida de miedo, sueño y cansancio, se durmió al fin, y soñó. 

Soñó que una voz le decía: “¡Anda, camina!” Y anduvo, anduvo mucho, hasta que rendida se sentó al borde de un camino. 

En esto oyó voces y algazara, cantos y música, y ante ella un tropel de gentes que le decían: “Tú eres de los nuestros, ven con nosotros”. 

-¿A dónde vais? – les preguntó. 

-¡A la eternidad! – Gritaban-; y volvían a sus cantos y piruetas locas. 

Pasaron: dirigió ella su vista a lo lejos del camino y vio un hombre agobiado por una enorme carga. ¡Y era una gran cruz lo que pesaba sobre sus espaldas, y ceñía su cabeza una corona de punzantes espinas! ¡Era Jesús! Jesús que, desde lejos, dirigía a Marta una mirada grave e imponente. Al brillo de aquella tristísima mirada. Marta cayó de hinojos, sin poder apartar su vista del Hombre-Dios. Quiso correr hacia Jesús, mas sus rodillas parecían haber echado raíces. 

Y oyó la voz, triste y dulce a un tiempo, de Jesús que le decía: 

-¡Marta, mira cómo me ponen tus culpas!... 

Y en esto vio en su imaginación, cómo ella, entre la desenfrenada danza de los saraos, tropezando contra la Cruz, hacía caer al Salvador al pasar a su lado. Sintiendo angustia mortal, quiso abalanzarse a levantar a Jesús, pero no pudo moverse… y oyó cerca de sí un ¡ay! que la hizo estremecer. Se volvió y vio a la Virgen de los Dolores que la miraba con ojos de tristeza y distinguió en ella el mismo rostro y manto de aquella Dolorosa del cuadro pendiente junto a su lecho. Y Marta oyó la dolorida voz de la Virgen que le decía entre lágrimas y sollozos: 

-¡Marta! ¡Marta! ¿Qué has hecho de mi Jesús? Desprecia el mundo que te tiene atada y no te deja ir a Jesús; doma tu cuerpo, huye del demonio que te arrastra al infierno; date a la penitencia y a la oración. 

Marta volvió a fijar sus extraviados ojos en Jesús caído, en la Virgen Dolorosa y en aquella Marta que danzaba en los saraos, y dio un grito que la hizo despertar, porque en aquella Marta se vio a sí misma y… negra, hedionda, espantosa, con la fealdad de los condenados. 

Saltó de la cama y cayó de rodillas ante la imagen de la Virgen Dolorosa, sollozando humilde y contrita: 

-¡Virgen de los Dolores, Madre mía, por la sagrada Pasión de tu divino Hijo, por su Cruz, sálvame! 

Y le pareció entonces que la Virgen Dolorosa la miraba compasiva, la acogía con ternura inefable. 

Al día siguiente, la mano del ministro del Altísimo se alzaba sobre la humillada cabeza de la joven, perdonándola en nombre de Dios. 

Y, al recibir luego marta a Jesús Sacramentado en su corazón, deshecha en lágrimas, le prometió no volver a reuniones mundanas, para no renovar con sus culpas los dolores de Jesús y de María. 

E. S.
Fray Antonio Corredor, o.f.m.